Columna de Rodrigo Cabrillana: Alentemos todos de Arica a Magallanes

Copas Libertadores, Copas Américas y mundiales son siempre los certámenes que abrazan a Chile y nos sitúa a todos en una especie de unidad nacional con la esperanza de que nuestro equipo favorito salga triunfante.

Por RODRIGO CABRILLANA / Foto: ARCHIVO

El preludio de cada partido copero de Colo Colo ’91 era una velada y una celebración colectiva en cada hogar que esperaba los encuentros. Televisión o radio, cada medio de comunicación era legítimo para la audiencia a la hora de tener la información de primera fuente.

Los relatos radiales inmortales de Vladimiro Mimica, Carlos Alberto Bravo y Nicanor Molinare de la Plaza, o de Milton Millas, en Megavisión, quedaron perpetuados. Inmortalizados en la memoria mediática, futbolística y cultural que nos lleva a esos dificultosos años en que recién comenzábamos a recuperar la democracia.

Por cierto, la gesta deportiva de Colo Colo unía a todo un país con la esperanza de ganar finalmente un título internacional. Era común que hinchas deportivos de otros clubes e incluso hasta personajes controversiales, como el dictador Pinochet, se pronunciaran públicamente a favor de un resultado favorable al cuadro albo. Chile necesitaba de trofeos, de victorias y algo de gloria deportiva y colectiva que ayudara al pueblo a comenzar a forjar nuevos caminos.

Todo este panorama en medio de un contingente político complejo, en que se comenzaban a exhibir mediáticamente las violaciones a los derechos humanos en dictadura. También con las tensiones que a momentos generaba el Ejército con la presidencia. Todo resultaba confuso cuando se intentaba comprender una lógica que supuestamente apuntaba a un país que ya estaba en plena razón de sus libertades.

Aun así, el deporte siempre fue un bálsamo para nuestra dura realidad gubernamental y social como nación. El fútbol siempre acaparaba portadas, primeros planos en la televisión, amplia cobertura en radioemisoras. Si el dolor de los asesinatos, las torturas y el exilio comenzaba recién a emerger, el balompié al menos ayudaba a que todo fuera un poco más soportable. Y Colo Colo ’91 tuvo mucho que ver con ese escenario.

Recuerdo la noche de la final con Olimpia el 5 de junio como si fuera una transmisión deportiva en cadena, donde todos le deseaban la mejor de las suertes al Cacique. Oía entrevistas radiales donde incluso dirigentes del archirrival futbolístico, la U, querían ver a un Colo Colo ganador. El sabor del triunfo era de primera necesidad en un país que había sido recientemente golpeado también por el Maracanazo de Roberto Rojas y que no estaba acostumbrado a ganar.

Hasta en mi casa se agolparon alrededor de la televisión padres, hermanas y amigos de la familia, todos con la esperanza de ver un final feliz. Y de la memoria que tengo, es que cada gol fue gritado en todo el vecindario con mucha intensidad, con frenesí, con entusiasmo. Al término del partido todo era estruendo, coronación, banderas al viento que emergían de los vehículos, gritos de apoyo, abrazos y cánticos. Un ambiente de pasión generalizada que no es muy común en Chile, con la excepción de los asuntos futbolísticos como el de la ocasión.

Circunstancias similares han emergido, sobre todo en temas de selección nacional, para torneos como la Copa América y el mundial de fútbol, al cual Chile no es un participante frecuente. Por lo mismo, en ese contexto es que el delirio y el arrebato por el fútbol se apodera del país, cada vez que la coyuntura lo permite. La gente y nuestra identidad necesita verse reflejado igualmente en otros logros.

¿Escapismo social y cultural? ¿El retrato de un país que yace sus esperanzas solamente en el deporte? ¿Pasión de multitudes? Lo cierto, es que el aliento y el fervor por el fútbol es un fenómeno común y global, sobre todo en Chile.

Y hoy, nuevamente en el partido de selecciones ante Canadá, volverán a estar todos alentando de Arica a Magallanes, para que triunfe Chile y clasifique a segunda fase… tal como pasó con el albo en las vísperas de la copa en 1991. Porque como expresó sabiamente Johan Cruyff alguna vez, “el fútbol siempre debe ser un espectáculo”.