Columna de Rodrigo Araya: Julian Assange, del perro guardián al constructor de redes

Aprovechando el juego de palabras que permite el inglés, Julian Assange is free, pero no le resultó gratis. Además de su reclusión de 12 años, debió reconocerse culpable de un delito del que se sabe inocente. Alto precio debió pagar.

Por RODRIGO ARAYA / Foto: AGENCIAS

La trama de una película estrenada en 1997 (27 años ya) ha perdido mucho sentido. Me refiero a “Wag the dog”, que festina con la responsabilidad que la democracia representativa le atribuye al periodismo: ser el fiscalizador del Estado. La historia del filme es simple: para tender una cortina de humo sobre un escándalo sexual que involucra al presidente de Estados Unidos, sus asesores inventan una guerra con un país visto como exótico y lejano por la sociedad estadounidense. Así, el periodismo será distraído, y dada la relevancia de un conflicto bélico, el desliz del presidente quedará desatentido.

La pérdida de vigencia de la trama se puede graficar con uno de los acontecimientos globales de estos días: Julian Assange ha recuperado su libertad.

Ambas cuestiones se relacionan si concordamos en que la noción del periodismo como cuarto poder está en declive, y la emergencia de un quinto poder.

La expresión cuarto poder tiene larga tradición en los estudios sobre periodismo. Ella refiere a un rol que se le atribuye al periodismo en las democracias representativas y que se le considera insustituible: fiscalizar los tres poderes del Estado.

El caso que mejor grafica esta misión ineludible es Watergate. El nombre que recibe esta función periodística es watch dog o perro guardián. Y tal vez la película se llama “Wag the dog” (aunque en Chile se conoció más como “Escándalo en la Casa Blanca”) precisamente en alusión a esta idea del watch dog. El título en inglés se puede traducir algo así como la cola que mueve al perro, es decir, un periodismo que más que fiscalizar, levanta cortinas de humo para que alguno de los tres poderes del Estado (el Ejecutivo, fundamentalmente) pueda seguir actuando en la oscuridad, que además rima con impunidad.

Esta versión del cuarto poder no olvida que el periodismo tiene un poder distinto, ya que radica en su capacidad de influir. La ecuación es simple: mientras más le temen, más poder tiene. De acá surge una crítica frecuente al ejercicio de la profesión: callan porque están comprados, callan porque se han vendido. El temor al periodismo lleva a sobornarlo.

Pero sí obvia la concepción de ciudadanía que está presente en ella: el cuarto poder sólo es necesario en sociedades que cuentan con una ciudadanía pasiva y aclamadora, una que consume periodismo desde la comodidad de su espacio privado o íntimo, para luego pronunciarse sobre el cambio-continuidad de las autoridades, elección mediante. Es decir, una ciudadanía que se conforma con ser representada por el periodismo ante el Estado, un periodismo vicario.

Aún sin pretenderlo, esta noción del cuarto poder hace del periodismo (y por extensión, de las y los periodistas) un comunicador estratégico de la democracia representativa por cuanto le ofrece legitimidad. De hecho, en plena Dictadura, el Colegio de Periodistas sostenía que sin libertad de expresión no hay democracia. Y esta función se puede cumplir como watch dog o como wag dog. Sea cual sea la forma, lo que no cambia es su aporte a la democracia representativa.

Pero como cualquier otro vigilante, el watch dog necesita alguien que lo vigile, y así surge el concepto de quinto poder. Es decir, quienes se aseguran que el periodismo cumpla con su rol. Esto ha sido posible de imaginar y factible de implementar, dado que en las sociedades contemporáneas la información está digitalizada y almacenada en servidores que están conectados a internet. Por lo tanto, quien tenga la capacidad de acceder a ellos, también podrá difundirla (Assange es un reconocido programador y hacker), esto es, hacerla pública. La misma red usada para acceder a esa información digitalizada, luego se emplea para difundirla. Y difundirla servirá como incentivo para que el periodismo cumpla con su función de cuarto poder, pues ya no podrá mirar para el lado.

WikiLeaks, creado por Assange, es el paradigma de este quinto poder. De muestra, un botón: el diario El País de España acaba de publicar un texto que da cuenta de esta relación entre ambos poderes. Y si bien lo presenta como colaboración, no explica por qué esta iniciativa no nació del periodismo (cuarto poder), sino de un sitio web (quinto poder).

Retorno al tema: Assange fue acusado por Estados Unidos de filtrar material clasificado del gobierno estadounidense. De hecho, en el sitio web se publicó casi medio millón de documentos militares secretos relacionados con las guerras de Estados Unidos en Iraq y Afganistán. Esto le implicó estar privado de libertad desde 2012, año en que se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres para esquivar una orden internacional de detención. Aunque obtuvo el asilo, el gobierno británico no autorizó su salida, y debió estar encerrado en la embajada. Esto, hasta 2019. Ese año el nuevo gobierno de Ecuador le quitó el asilo, y Assange fue enviado a una cárcel londinense de alta seguridad, a la espera de que se hiciera efectiva su extradición a Estados Unidos.

El lunes de esta semana, Assange logra un arreglo con el demandante, que le fuerza a declararse culpable de los delitos imputados, cuestión que para el gobierno estadounidense es suficiente. Dado el tiempo que ha pasado en prisión, se entiende que su condena está cumplida, por lo que recupera su libertad. Es decir, no sale de la cárcel por ser inocente.

Aprovechando el juego de palabras que permite el inglés, Jullian Assange is free, pero no le resultó gratis. Además de su reclusión de 12 años, debió reconocerse culpable de un delito del que se sabe inocente. Alto precio debió pagar.

Sin duda que acá hay una cuestión personal: lo que implicó todo este proceso en la vida de una persona y su entorno.

Pero además hay una cuestión social. ¿Qué está en juego en este caso?

La respuesta inmediata es la libertad de denunciar públicamente acciones ilegales de un gobierno. Y sobre esto se ha hablado bastante, y con la culpable libertad de Assange se continuará haciendo.

En el abanico de otras respuestas posibles, hay otra me parece especialmente relevante. Lo que está en juego acá es el régimen democrático representativo como lo conocemos.

Ello, por cuanto el potencial del quinto poder va más allá de mostrar que el emperador va desnudo, cuestión que el cuarto poder ya hacía. El quinto poder permite romper con la idealización de una ciudadanía pasiva y aclamadora, ya que la difusión por internet va acompañada de la construcción de redes, de personas que viven lo más propio de la ciudadanía: el encuentro con otros para dar vida a una utopía que dé sentido a la vida social. Los medios analógicos, únicamente preocupados de la difusión, no apostaron a la construcción de redes ciudadanas.

Este periodismo vehiculizado por internet permite vislumbrar el día en que la voz deje de ser un bien común expropiado, como expone el profesor Jorge Saavedra. Es decir, que el espacio público pueda dar cabida a los silenciados, a aquellos que llamábamos “los sin voz”, pero que más bien corresponden a los “sin voz pública”, y únicamente con voz privada.

Y para el Estado es muy distinto relacionarse con una ciudadanía pasiva o con una activa; con una aclaradora o con una propositiva.

Por ello, el periodismo de la red, aquel que no sólo difunde, sino que contribuye a potenciar redes, a desempeñar una ciudadanía sustantiva, es más peligroso para el orden institucional imperante que un perro guardián, el que (aún sin proponérselo) confirma que cambiar el orden no es necesario, ya que gracias al periodismo las instituciones funcionan, lo quieran o no.

El temor institucional de la democracia representativa hacia Assange no radica sólo en aquello que hizo público. Radica en que es un ejemplo de lo que se puede hacer con tecnologías de difusión que no sólo amplían la voz, sino que además crean redes, es decir, encuentros ciudadanos donde se comparte la indignación pero también la esperanza, como propone Manuel Castells.

La derrota del ideal del periodismo como perro guardián es más peligrosa que lo que hoy estamos dispuestos a ver.

Y esto, no podía salirle gratis a Assange, aunque hoy se encuentre free.

RODRIGO ARAYA

Periodista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en el área de Comunicación y Cultura. Desde 1996 se dedica a la docencia universitaria. Sus áreas de estudio son Teoría del Periodismo, Comunicación y Cultura y Pensamiento Poscolonial. Ha publicado textos en revistas y capítulos de libros, en castellano e inglés.