Columna de Marco Sotomayor: «Esta vieja es peor que el tuerto…»
La desafortunada frase fue dicha en 2013 por el entonces presidente uruguayo Pepe Mujica durante una conferencia de prensa, sin percatarse de que los micrófonos estaban abiertos. El mandatario se refería ni más ni menos que a su colega argentina, Cristina Kichner.
Por MARCO SOTOMAYOR / Foto: ARCHIVO
Refloto este incómodo episodio para Mujica y toda la diplomacia de su país, con el objetivo de graficar el tenor que muchas veces ocupan nuestras autoridades cuando están lejos de la prensa.
Entre cuatro paredes, envueltos en la confianza que le dan sus círculos cercanos, presidentes, ministros y políticos en general olvidan el Manual de Carreño y se expresan como lo harías tú (o yo) cuando estamos instalados en una zona de confort.
El problema para la Cancillería chilena fue que los dichos de Antonia Urrejola sobre el embajador Rafael Bielsa (hermano de Marcelo, ex DT de Selección Chilena) no sólo fueron grabados, sino también filtrados.
A pesar de que, tras conocerse el caso, saltó de inmediato una jauría de hipócritas que condenaron «las palabras utilizadas por la canciller», olvidando olímpicamente el contexto en el que fueron proferidas, la gravedad de la situación radica en algo mucho más de fondo: la presencia de saboteadores dentro del propio gobierno.
Una de las mayores desprolijidades de la administración de Gabriel Boric ha sido lo que podríamos calificar como la «selección del personal», es decir, los escasos filtros en las diferentes reparticiones públicas, partiendo por La Moneda, a la hora de escoger asesores directos, mandos medios y hasta el personal de planta.
En lenguaje más coloquial y futbolero podemos afirmar que este gobierno dejará un registro de «autogoles» difíciles de superar en tan corto tiempo (apenas de 10 meses en el poder).
Pensemos, por ejemplo, en el caso de Lucía Dammert, «brillante» asesora presidencial, quien no pudo entrar a Estados Unidos so riesgo de ser detenida por el el FBI, a raíz de sus vínculos con Genaro García Luna, ex titular de la Secretaría de Seguridad Pública de México, apresado posteriormente en Texas por sus nexos con el cartel de Sinaloa.
Dammert debió renunciar, no sin antes anunciar demandas contra los periodistas que la «difamaron». Hasta hoy, obvio, aún no presenta querella alguna.
La inquietud, perturbadora, que asoma en el «affaire Urrejola» es determinar quién grabó y filtró una conversación privada, cuáles fueron sus motivaciones y si hay más saboteadores enquistados en esta administración.
En otras palabras, el gobierno deberá hacer una completa revisión de sus equipos de trabajo. Una dinámica incómoda, difícil, pero, sobre todo, inoportuna, pues se asume que esa labor debió hacerse antes de la llegada de Boric a La Moneda y no después de un escándalo de esta naturaleza.
Mientras ello no ocurra, se recomienda a la ministra de Relaciones Exteriores (y a todos sus colegas, incluso al Presidente) el uso del «cono del silencio», estilo Súper Agente 86, u otros sofisticados aparatos de contraespionaje de la época de la Guerra Fría para evitar más episodios como éste.
Aunque, en rigor, acá no hay guerra fría, sino guerra sucia. Y a niveles insospechados.