Columna de Julio Salviat: Gracias, señores flaites
Habrá que agradecerles que hayan llamado la atención de la ciudadanía, incluso del Presidente de la República, y que el problema quedara a la altura del narcotráfico. Esto podría -¡por fin!- hacerlos desaparecer de los estadios.
Por JULIO SALVIAT / Foto: PHOTOSPORT
Al revés de lo que sintió el país, la desquiciada acción de los barristas violentos de Universidad de Chile en Concepción me dejó una dosis de agradecimiento.
Tengo que agradecer que hayan llegado a esos extremos porque lo pasé muy mal cuando el título de una crónica sobre el partido de la U con Audax casi me costó una funa. Y lo de este domingo, en buena parte, me da la razón. Y me permite aclarar lo que muchos no entendieron.
“La U ganó sin el flaiterío de su barra brava”, escribí en ese momento, sin esperar que buen número de la hinchada azul se iba a sentir afectada y ofendida. Alcancé a explicarles a unos pocos que, si no eran violentos, no tenían por qué sentirse aludidos. Pero no fue suficiente: la mayoría leyó mal.
Distingo perfectamente la diferencia entre hincha y barra brava. Entre el que va al estadio a cantar y alentar y el que va a revolverla y causar daño. Ni siquiera hablé de Los de Abajo, porque me consta que en esa agrupación -como sucede en la Garra Blanca- hay personas decentes, que saben comportarse y le hacen mucho bien al club.
En un documental perteneciente a la serie “Clubes, nuestra historia”, de TVN, en el final del capítulo de la Universidad de Chile me referí a lo singular que era la U: “Tiene una mística muy especial, creo que única en el fútbol chileno, y esa mística se contagia: es el seguidor y es el equipo” (https://www.youtube.com/watch?v=kp-WSSpJepw).
El seguidor es fiel y fervoroso. Por ningún motivo le haría daño a su club o a su equipo. Y vean lo que hicieron los otros, los flaites: lesionaron a la gente ajena y a la suya, malograron un espectáculo magnífico, dejaron sin ver el partido a más de 20 mil seguidores, muchos de los cuales hicieron sacrificios para estar ahí, interrumpieron una actuación de su equipo que parecía encaminarlo a la victoria, porque se mostraba superior a la UC, y le impidieron quedar a la cabeza de la tabla.
Sentimientos personales aparte, habrá que agradecerles a los flaites que hayan llamado la atención de la ciudadanía, incluso del Presidente de la República, y esto podría -¡por fin!- acabar con ellos. El problema quedó a la par con el del narcotráfico: hay conciencia generalizada de que no se pueda permitir que sigan actuando como lo hacen.
No hay que ser muy experto para aportar a la solución del problema. Habrá que partir por refundar Estadio Seguro, que cumplió 12 años sin haber disminuido un gramo el kilo de inseguridad que dan los recintos deportivos.
La tecnología permite también algunas acciones: si el carnet es insuficiente para identificar a las personas, a lo mejor sirve el control de las huellas dactilares; si el sistema de revisión a los espectadores es frágil, vendido o incapaz, tal vez mejore con perros amaestrados para detectar armas y fuegos de artificio. Si las cámaras para reconocer a los maleantes no funcionan o son insuficientes, habrá que arreglarlas, reponerlas o aumentarlas. Para eso el TNT les regala tanta plata a los clubes y las casas de apuestas ilegales ayudan con la publicidad en las camisetas.
Soluciones hay. Falta voluntad en los clubes, que alientan a los desalmados, y en las autoridades, que no actúan con drasticidad porque temen herir susceptibilidades de algunos de sus partidos.
Y algo para Los de Abajo que se sintieron muy mal porque no les dejaron ingresar con el bombo al estadio penquista y reclamaron que, con eso, les aguaron la fiesta “que preparamos con tanto tiempo”, según se lee en un comunicado: ¿hace falta el bombo?
En el reciente duelo del Liverpool con el Arsenal, por la Premier League, no vi el bombo, y disfruté a concho el partido. ¿Alguien de los que estaban ahí o lo veían por televisión lo echó de menos?
La fiesta está en la cancha. A esa hay que ir. Si quieren otra, busquen un lugar distinto para divertirse y celebrar. Si quieren, los acompaño.