Columna de Juan Cristóbal Guarello: la resaca de una mala fiesta

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Por Juan Cristóbal Guarello
Actualizado el 7 de noviembre de 2022 - 9:49 am

Uno de los grandes, en este caso Colo Colo, arma un plantel equilibrado con un entrenador con las ideas claras y dos o tres juveniles que aporten en momentos precisos, gana el torneo sin mirar para atrás. Así de poco exigente está el fútbol chileno.

Por JUAN CRISTÓBAL GUARELLO / Foto: AGENCIAUNO

Colo Colo fue campeón al trote, cómodamente, sin ver jamás amenazada la conquista del título, salvo por un par de amagos y muecas que le hicieron sus perseguidores a mitad de campeonato. Once puntos de diferencia con Ñublense, dando la vuelta olímpica tres fechas antes de que terminara el torneo, con la delantera más goleadora, la valla menos batida y tres o cuatro jugadores que pelean por ser el mejor de la temporada. Con las estadísticas de respaldo uno podría colegir un Colo Colo arrasador, vistoso, inolvidable.

Pero, como siempre ocurre, hay que ponerle contexto. Y este Colo Colo de Gustavo Quinteros, tan legítimo ganador de su estrella treinta y tres, fue un equipo ordenado, bien parado en el fondo, que presionaba a la salida rival y tuvo la banca suficiente para salir de un par de situaciones comprometidas. Un equipo serio, correcto y prolijo. Y no mucho más. Y con eso le alcanzó, no sólo para ganar el campeonato, sino que terminó sobrado y con la fusta bajo el brazo.

La crítica no es a Colo Colo. Hizo lo que tenía que hacer de la mejor forma. Tampoco a sus nobles perseguidores, que con planteles cortos animaron una hermosa pelea por el segundo lugar culminando con atractivo duelo de la penúltima fecha donde Ñublense pudo sellar su clasificación a la fase de grupos de la Copa Libertadores sobre un meritorio Curicó Unido.

La verdad, es que ni siquiera se trata de una crítica, estas líneas son una mera constatación de hechos: uno de los grandes, en este caso Colo Colo, arma un plantel equilibrado con un entrenador con las ideas claras y dos o tres juveniles que aporten en momentos precisos, gana el torneo sin mirar para atrás. Así de poco exigente está el fútbol chileno.

En ese aspecto, muy mal Universidad Católica que apenas le pudo sacar rendimiento a un plantel generoso para nuestro medio, y peor Universidad de Chile, que sin objetivo claro para este 2022, paró cualquier cosa y se terminó salvando del descenso en la penúltima fecha. Lo que ocurre en la U es una muestra tangible de los males que aquejan el medio: un club grande, con decenas de títulos, millones de hinchas, cuyo nombre, simbólicamente, representa las bases de la república y sin embargo no se sabe quién es su dueño, qué criterios tiene para conformar sus planteles y qué objetivos deportivos se traza al comienzo de temporada.

Lo mismo, en menor escala, se puede decir de equipos como Huachipato, La Serena o Coquimbo Unido. Pareciera que en ellos opera la simulación por sobre el acto concreto. Me explico: más allá de las ciudades que representan, la heráldica de sus escudos, los hinchas que los alientan y la historia que hay en sus registros, en la actualidad se articulan como meras vitrinas de jugadores, soportes de ventas inmediatas, herramientas de trasvase. La Calera hace lo mismo, sólo que con más dinero y por eso se maneja con mayor soltura y relajo.

Nombro cuatro equipos, pero podría nombrar diez. El fútbol chileno es apenas un pasillo para jugadores y entrenadores, donde pasa cualquier cosa y a nadie le importa. En Palestino el técnico tiene contrato con una selección pero sigue dirigiendo. En Everton venden al goleador a media temporada y no logra levantar cabeza. Lo de Antofagasta es una comedia de errores que termina con el equipo descendido. Unión cesa al entrenador por la presión de las redes sociales y se va en picada.

Un despelote.

Como se ve, este campeonato 2022 sería bueno olvidarlo rápido. Ni siquiera sirve como lección para el futuro. Tuvo un campeón indiscutible. Sólo eso.