Columna de Eduardo Bruna: Un Clásico que el lumpen utilizó para recordarnos que son ellos los que mandan

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 1 de mayo de 2023 - 9:00 am

Desde la dictadura y hasta hoy, vivimos en una sociedad tan envilecida como decadente. Y en un medio como ese, el flaiterío crece y se reproduce de manera exponencial. La lucha contra la delincuencia de todos los pelajes hay que proseguirla, hasta que duela.

Por EDUARDO BRUNA / Foto: PHOTOSPORT

En el programa La Tribuna de Radio Inicia, el pasado viernes, manifesté mi escasa fe de que el Clásico Universitario, a jugarse en el Ester Roa Rebolledo, de Concepción, se llevara a cabo en forma normal. Por más que se estipulara, con la debida antelación, de que sólo se permitiría hinchada de la U.

Recordé lo que pocos días atrás había sucedido en el Monumental, con motivo del encuentro entre Colo Colo y Monagas, por la Copa Libertadores: los simios albos, sin barra visitante al frente, habían cometido todo tipo de desmanes, peleándose entre ellos por influencia y “territorio”.

Lo que debió ser una fiesta del fútbol, como antaño, terminó por desvirtuarse cuando apenas transcurría media hora de juego. El lumpen de siempre, minoritario, había fijado una vez más sus reglas y terminado por imponerse a 22 mil personas que habían asistido al estadio penquista con la vana intención de ver un partido normal y en paz.

Película incontables veces vista. “Lo que el viento se llevó” queda chiquitita al lado de estas reiteradas escenas en que el flaiterío es el protagonista principal. Tan vista como ver luego a las diferentes autoridades -políticas y del fútbol-, mostrándose indignadas y prometiendo un “nunca más” de la boca para afuera, esperando que esto pase pronto para dar vuelta la página y olvidar el tema.

Hasta la próxima oportunidad en que estos inadaptados, lacra de la sociedad envilecida en la que nos desenvolvemos, decidan recordarnos que, en este país, por encima de autoridades, leyes y protocolos, son ellos los que mandan.

Incluso el Presidente Boric, que como hincha de Universidad Católica hasta debe haber estado viendo el partido a través de la televisión, encabezó la extensa lista de los espantados con lo que en Concepción estaba ocurriendo. Dijo el mandatario, a través de su cuenta de Twitter: “No vamos a dejar que un grupo pequeño de delincuentes se tome los estadios a costa de la gran mayoría que acude a ver un espectáculo en paz y alegría”.

Y agregó:

“Vamos a identificar y hacer caer todo el peso de la ley a los que provocaron esto y espero no vuelvan a entrar a una cancha”.

Me parece, Presidente, que eso ya lo he escuchado. No sólo de parte suya. También de aquellos que lo precedieron en La Moneda. Porque este fenómeno no es nuevo, más allá de que voces interesadas quieran convencernos de que el país sólo se pudrió luego de su victoria en las urnas.

Le tengo, además, una mala noticia, que guarda relación con sus dichos: los delincuentes se tomaron hace rato los estadios. Como se tomaron las calles y barrios enteros. Y es que el flaiterío, que es astuto como nadie, sabe que este país se lumpenizó a tal grado, y tan profundamente, que hasta existe “gente de bien”, con aspecto de respetables damas o caballeros, que hace lo mismo que la delincuencia de baja estofa, sólo que con métodos más sofisticados y menos brutales.

A estas alturas todos sabemos de qué estamos hablando. Cuando hasta tuvimos un Presidente que se robó un banco y no le pasó nada, fácil es explicarse que después robaran políticos, empresarios, carabineros y militares de alto grado. Cuando vemos que las leyes son laxas, pero mucho más laxas con los que algún grado de poder ostentan, estamos jodidos, pues Presidente.

Como persona inteligente que es, usted todo eso lo sabe. Y sabe, también, que por preservar uno de los últimos vestigios de la dictadura, como es la Constitución de pacotilla, hecha a la medida del tirano, la oposición con la que cuenta se sube a cualquier micro, porque todas la dejan en su destino. Empezando por un proceso espurio, donde la “cocina” será ´protagonista.

Todas le sirven para intentar mostrarlo como un tipo sin experiencia, sin eso que llaman “calle”. En suma, como un inepto. Yo eso no lo comparto, pero créame que me entran las dudas cuando veo a las izquierdas, y a los que se dicen izquierdistas, preocupados de temas que pueden ser importantes, pero que son absolutamente irrelevantes para los tiempos que vivimos. Como el feminismo, los derechos de homosexuales, lesbianas, y paridad de género.

Valoro la lucha que usted, el Ministerio Público y las policías, están dando contra los delincuentes de medio pelo para abajo. Reconfortante es ver cómo se desarticulan semana a semana todo tipo de bandas y de organizaciones criminales. Alegra que, por fin, haya trazado una gruesa línea entre el migrante honesto y aquel que sólo vino a delinquir, como si siguiera en el Petare caraqueño o en sus tugurios originales.

Tenga claro, sin embargo, que por defender sus privilegios la derecha nunca va a reconocerle nada. ¡Si hasta preparan una interpelación contra su ministra del Interior, todo un prólogo para luego acusarla constitucionalmente! Y es que el objetivo del empresariado, y de sus políticos serviles, es arrasar en la votación del próximo domingo, ojalá superando el 62% que tuvo el Rechazo a un proyecto de Constitución que, aparte de garantizar derechos que hoy no existen, mandaba al basurero de la historia la Carta Magna del sátrapa.

Siguiendo con las malas noticias, Presidente, tengo todo el pálpito de que ello puede perfectamente ocurrir. Porque la derecha será abusadora, prepotente, codiciosa y profundamente antidemocrática, más allá de las caretas que utilice, pero tiene una sabiduría y un peso en los medios de comunicación que resulta tan colosal como incontrarrestable.

Durante todo este tiempo, ha repetido majadera y machaconamente lo que la gente quiere oír: que su sector, Presidente, es incapaz de brindarle al pueblo la tranquilidad y seguridad que con toda razón reclama. Que la solución son ellos.

Con la delincuencia no hay que tener remilgos. Ni hablar de “derechos humanos” que el lumpen es el primero en irrespetar. Y esto ocurrido en Concepción es sólo la punta de un inmenso iceberg. La simple expresión de una sociedad dominada por el flaiterío y donde el fútbol, ciertamente, no puede considerarse un enclave, una isla aparte.

Es todo lo contrario: lo que ocurre en nuestras canchas es sólo una expresión más de una sociedad envilecida y decadente. Proceso que comenzó con la Dictadura y que, más allá de frases de buena crianza y una que otra aplicación cosmética, ha continuado hasta hoy su marcha tan arrolladora como imparable.

Muchos, a estas alturas, no es seguridad lo que deseamos. Es apenas recuperar esa dignidad que alguna vez tuvimos y que nos hacía sentir orgullosos y satisfechos, aunque materialmente lo que poseíamos no fuera mucho.