Columna de Eduardo Bruna: El monumento a Piñera es un atentado a la decencia

Desde hace días la derecha política de este país viene exigiéndole al gobierno de Gabriel Boric la ubicación de una estatua del ex mandatario en el frontis de La Moneda. Aparte de impúdica y extemporánea, la petición, que más bien parece una orden, es una bofetada al buen juicio y a la ética.

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 31 de enero de 2025 - 10:00 am

La torcida historia de Piñera que la derecha esconde bajo la alfombra / Foto: ARCHIVO

La derecha política, aparte de nefasta y la mayoría de las veces troglodita, suele ser además impúdica. Es decir, lo que para cualquiera persona sensata y decente podría significar una buena cuota de bien ganado rubor, a ellos les resbala. Y tan desconectados de la realidad suelen estar, que ni siquiera “les entran balas” cuando alguien que discrepa de sus ideas cavernarias les dice que son unos caraduras. Reflexión que, por supuesto, surge de la descarada petición, que más parece una orden perentoria, de erigirle a un rufián una estatua frente a La Moneda.

¿Pero qué se han creído? ¿Qué en este país donde el populacho es mayoritariamente ignorante todos somos candidatos a que nos metan una vez más el dedo en la boca? Sebastián Piñera Echenique, que de él se trata el prócer en cuestión, no tiene ni la más mínima calidad moral para ser personaje de un monumento que se alinee con los de Eduardo Frei Montalva, Jorge Alessandri Rodríguez y Salvador Allende Gossens.

El caso del Banco de Talca

Y es que no puede ser objeto de tal admiración y reverencia un tipo que, más allá de su ignorancia y su falta absoluta de criterio, estuvo declarado reo por haber desfalcado el Banco de Talca junto a dos cómplices que sí fueron a la cárcel mientras él, como cualquier delincuente que se precie, se fugaba durante 24 días para que la policía, que lo buscaba, no le echara el guante.

La historia es tan conocida que hace más difícil entender la pertinacia de muchos representantes de la derecha por erigirle un monumento a este delincuente. Este martes fueron a La Moneda Andrés Celis y Carlos Durán, ambos diputados de Renovación Nacional, a dejar una carta exigiéndole al gobierno acoger mientras más pronto mejor la descabellada idea. Pero antes, en el mismo tono, se manifestaron otros “próceres” del mismo partido y de la UDI con la misma cantinela: al rufián muerto en el lago Ranco hay que hacerle una estatua ya, puesto que, declarado inmediatamente beato por sus afiebrados admiradores, hay que adelantarse al proceso de canonización que en cualquier momento puede iniciar el Vaticano.

Y ocurre que, si este tipo llegó dos veces a La Moneda, elegido por la derecha, los ignorantes y el lumpen, fue exclusivamente porque Mónica Madariaga, ministra de Justicia de la dictadura, hizo uso de sus facultades para salvarlo de ese calabozo al que estaba, por sinvergüenza, irremediablemente condenado.

Aún hoy, en YouTube, están las palabras de Mónica Madariaga refiriéndose al caso. Es decir nadie, a estas alturas, puede confesar ignorancia sobre este mayúsculo escándalo que, sospechosamente, nunca fue investigado en todas sus facetas por esa misma prensa que apoyó fervorosamente a Piñera para su llegada a La Moneda.

¿Sabe la gente, además, que los cientos de fojas del caso desaparecieron misteriosamente de los archivos judiciales?

La traición a Ricardo Claro

El problema es que este truhán no escarmentó tras esa providencial salvada. Fue más bien al revés: como que el sentimiento de impunidad lo alentó a seguir cometiendo fechorías, apuradas además por su infinita codicia y su absoluta carencia de valores.

Como la lealtad, por ejemplo. Algo que, se dice, el poderoso empresario Ricardo Claro conoció de primera mano, cuando mandó a Piñera, su subordinado, a estudiar el sistema de las tarjetas de crédito y débito, incipientes aún en Estados Unidos. ¿Cuál fue el informe de su subalterno? Que dicho sistema era inviable para una economía como la nuestra. Ricardo Claro, por supuesto, le creyó, pero enorme fue su sorpresa al enterarse, al poco tiempo, que el emprendedor Piñera había armado para él el colosal negocio con los bancos.

Eso explica que Claro odiara y despreciara a Sebastián Piñera y su permanente sonrisita tan meliflua como falsa. Fue por eso que grabó una conversación en la que nuestro beato le daba instrucciones a un periodista de su entera confianza -Jorge Andrés Richards-, para hacerle una nota a Evelyn Matthei que la dejara como “la cabra chica tontita y sin asunto que era”. Es decir, un episodio donde la genuflexión y la corrupción chorreaban por todos lados.

Evadiendo impuestos

Piñera no paró allí. Recuperada la “democracia” compró una serie de empresas quebradas y que no valían ni un peso, pero que le sirvieron, malabares mediante, para escamotearle al Fisco millones de dólares en impuestos.

El siempre se defendió diciendo que haber comprado esas empresas denominadas “zombies” había sido en un marco legal, y efectivamente así había sido. Enrostrarle a Piñera argumentos éticos habría sido como hablarle a un ateo confeso de la Santísima Trinidad.

También compró, siendo todavía senador, algo así como tres millones de acciones de LAN Chile con información privilegiada, cuando formaba parte del directorio. Descubierto, pagó unos cientos de millones de multa que, de cualquier modo, igual le significó aumentar su colosal patrimonio en esta pasada.

El hecho de que él mismo hubiera formado parte de la redacción de la ley que tipificó el delito, jamás le produjo ni el más mínimo sentimiento de rubor ni de culpa.

Pierde Chile, gana Piñera

Fue, además, el único que ganó en el conflicto marítimo que enfrentó a Chile y a Perú en La Haya, siendo él Presidente de la República.

El país perdió 22 mil kilómetros cuadrados de territorio marítimo en el mediático conflicto, pero él se vio a todas luces favorecido cuando, al tiempo, se supo que había invertido una gruesa suma en la pesquera peruana Exalmar, que operaba en esa zona.

Ni hablar del ominoso papel que desempeñó nuestro beato con motivo del denominado “estallido social”.

La guerra a la gente

Absolutamente desconcertado y sorprendido por el hastío de la gente, que salió multitudinariamente a la calle a protestar por derechos largamente postergados, decidió declararle “la guerra” al pueblo luego que, hacía nada más que poco tiempo atrás, en Cúcuta, Colombia, había invitado a los venezolanos a venirse en masa a este “oasis” donde, según él, reinaban la felicidad, la prosperidad y la calma.

Tuvo que salir el general de Ejército, Javier Iturriaga, a poner paños fríos, y aun sabiendo que contradecía al Presidente, para señalar que “yo soy un hombre feliz, que no está en guerra con nadie”.

Piñera, superado por los acontecimientos y acorralado como jamás pudo haberse imaginado, no escatimó esfuerzos represivos, sin discriminar para nada entre ese lumpen que siempre aprovecha el caos para robar y saquear, y esa gente que legítimamente protestaba, y con fuerza nunca antes vista, por 30 años de componendas políticas que transformaron la recuperación de la democracia en un sainete donde, como siempre, sólo unos pocos se ubicaron y ganaron.

Las cifras demostraron la magnitud de un estallido popular que sólo podía mostrar precedentes con lo ocurrido con las protestas en dictadura: 34 muertos, 3.400 heridos, más de 8 mil detenidos y 460 casos de trauma ocular refrendados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). De ellos, dos víctimas perdieron para siempre la visión: el estudiante universitario Gustavo Gatica y la hoy senadora Fabiola Campillay.

“Panamá Papers” y “Pandora Pappers”

¿Más argumentos para declararse en contra de este atentado al buen gusto y a la decencia que significa inmortalizar a Piñera en una estatua? Por cierto, los hay. Como su protagonismo en los “Panamá Papers” y los “Pandora Pappers”, que lo evidenciaron operando en paraísos fiscales para evitar que sus dineros tributaran en Chile.

Como el cierre que ordenó del proyecto termoeléctrico Barrancones, aduciendo razones “ecológicas”, cuando en verdad sólo aspiraba a que se le allanara el camino para la explotación a la minera Dominga, que él le había vendido en parte, por cierto que en un paraíso fiscal, a su amigo Carlos “Choclo” Délano.

Es a este personaje, tan turbio como siniestro, al que la derecha pretende levantarle un monumento. ¿Es que en este país se han perdido por completo y para siempre el juicio, la decencia y el buen gusto?