Columna de Eduardo Bruna: Ejemplos de cómo la TV chilena se erige sin querer en “publicista” de los delincuentes
El funeral del hampón de la comuna de Pedro Aguirre Cerda tuvo una cobertura que superó, por lejos, todos los criterios del periodismo y del buen gusto. Pero esto no es nada nuevo. Hace más de una década que vengo siendo testigo de programas y notas aberrantes en que, por estupidez o por rating, se visibilizan y se normalizan los valores de ese submundo.
Por EDUARDO BRUNA / Foto: ARCHIVO ATON
“La televisión penetra”, era frase clisé del recordado Pepe Tapia. Dicha en tono de chunga, incluía una dosis enorme de verdad: nunca hubo un medio con tanta masividad como -sobre todo-, influencia. Y aunque es cierto que las redes sociales han entrado a competirle, la gente siempre tenderá a creerle más a “personas serias” que a cualquier pinganilla anónimo, carente de control y de criterio, que exprese sus odios, amores o frustraciones, a través de un aparato celular.
Y es que a algunos les pareció absolutamente desproporcionado y fuera de foco mi crítica a la cobertura televisiva para un delincuente, transformando su funeral en todo un acontecimiento que el país debiera conocer de Arica a Punta Arenas. Fue, casi, una cadena nacional, con los matinales peleándose por cuál de ellos describía mejor la forma como el lumpen se hacía presente para rendir el último homenaje a uno de los suyos y quién lograba la mejor cuña con amigos y familiares de la lacra.
Esto, sin embargo, no es nada nuevo. Por lograr la nota “distinta”, y sumar bobos al rating, los canales de televisión vienen desde hace tiempo transformándose en involuntarios propagandistas de los delincuentes y de la delincuencia. Tal vez no se dan cuenta, pero con sus notas suelen no sólo visibilizarlos, sino además normalizar su repudiable estilo de vida y hasta mostrarlos como gente común, simpática y normal.
Puede que, incluso, efectivamente lo sean, sólo que, desde el momento que transforman a los honrados y decentes en sus víctimas, para con ellos no puede haber ni comprensión ni simpatía alguna, excepto que algún tarado confunda el ser pobre con formar automáticamente parte del mundo del hampa.
Años atrás, recorriendo los canales a la búsqueda de algo que verdaderamente me entretuviera, sin ver concursos bobos, imitadores de cantantes, “realities” para idiotas o confesiones de famosillos que no le interesan a nadie, me quedé pegado en la entrevista que se le hacía a una mujer humilde, pero tan relativamente joven como sólo puede parecerlo una mujer de pueblo que apenas supera los 30 años. Y es que, con voz temblorosa, y visiblemente emocionada, le contaba al entrevistador que había ido hasta su casa, que “a mi hijo, el Bryan, le cortaron la carrera justo cuando se estaba ganando el respeto”.
Fue natural pensar en el hijo universitario, ya ejerciendo, o en el estudiante salido de una carrera técnica con futuro. ¿Y si era madre de un jugador que, más allá de su juventud, se ganaba ya un espacio en el fútbol profesional? Con sorpresa, y una buena cuota de estupefacción, pronto me enteré de que el Bryan no correspondía a ninguno de esos perfiles. Se trataba de un delincuente que, con 18 años apenas, había sido asesinado poco antes por una pandilla rival, en uno de los tantos barrios miserables de Santiago.
Que la mujer fuera invadida por la nostalgia y la tristeza, era obviamente natural. Lo que no era natural y normal fue calificar como “carrera” una vida dedicada al delito. Ni agregar, además, para mostrar los acendrados valores de su hijo, que éste siempre se le quejaba diciéndole “oiga, mamá, en este barrio vive pura gente penca. Nadie roba, como yo. Acá viven puros gallos que trafican drogas”.
Puede que en la escala de valores del hampa existan esas “categorías”. Y puede, también, que la madre de un hampón las acepte y las comparta. ¿Pero permear al televidente, haciéndole creer que eso forma parte de la vida de cualquier familia?
La joven mujer, sin embargo, tenía otras penas que contar. Y al entrevistador y al programa les pareció perfecto. Relató la entrevistada: “Nos hemos ido de desgracia en desgracia. Poco antes de que mataran al Bryan, había muerto su mejor amigo, el “Benjita”. Iba en la parte trasera de una camioneta que escapaba de los pacos, tras robar un cajero automático, y en una curva la caja metálica se le vino encima, matándolo”.
No fue esa la única nota aberrante relacionada con la delincuencia y los bajos fondos que tuve la mala suerte de captar. Años atrás, un programa se dio a la tarea de lograr la nota “exclusiva” con “la madre de los Fica”, como definió el notero a la matriarca de la familia. ¿Cuál era el “leit motiv” de la “exclusiva” periodística? La provecta señora era progenitora de un extenso clan que tenía su gracia: de los diez hermanos, todos eran delincuentes. En distintos rubros y especialidades, pero delincuentes.
Hablando de sus hijos como si fueran médicos, ingenieros o artistas destacados, fue refiriéndose a todos ellos, uno a uno, con indisimulado orgullo. Sólo al mayor lo dejó fuera. Y cuando el astuto reportero le preguntó por él, y el por qué no lo había mencionado, ella respondió alzando la voz, arrastrando las palabras y con una sonrisa de oreja a oreja, que “¡ahhhh, no poh…. Ese está a otro nivel poh. Ese es lanza internacional, poh…!”.
Que eso sea motivo de orgullo, es para llorar.
Creo que a este tipo de gente no se la puede ignorar. Existen, y queramos o no forman parte de nuestra sociedad. Pero presentarlas poco menos que como un ejemplo a seguir, en cualquier país del mundo normal y decente algo así sólo puede calificarse como impropio y absolutamente descabellado.
Confieso que siempre fui hincha de Carlos Pinto y de su “boom” televisivo denominado “Mea Culpa”. Guiones y puesta en escena, con actores en su mayoría novatos, marcaron toda una época en la programación de TVN. Como lo fueran el “Jappening con Ja” o el “Festival de la Una”. Pero confieso, también, que mi interés llegaba sólo hasta cuando se dilucidaba el caso.
Conocer los argumentos baratos y ramplones del asesino o asesina no me interesó nunca. Y es que si la pobreza, la falta de oportunidades y la carencia de afecto fueran razones valederas y sólidas, el mundo en su inmensa mayoría estaría poblado por delincuentes.
Los canales de televisión, en suma, desde hace tiempo que tienen perdida la brújula a la búsqueda del rating.