Columna de Eduardo Bruna: Beatriz Hevia está dando sus primeros pasos para una carrera política que se augura brillante

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 19 de junio de 2023 - 7:14 pm


La presidenta del Consejo Constitucional, abogada republicana y asesora de Kast, pese a su juventud ya sabe qué teclas apretar para tener éxito en este país de juguete. Es nostálgica de una dictadura cívico-militar que no vivió, pero a pesar de reconocer que a lo mejor se violaron los derechos humanos, dice que con Allende pasó lo mismo. ¿Eso es ignorancia o descarado negacionismo?

Por EDUARDO BRUNA / Foto: TWITTER

Beatriz Hevia, abogada titulada en una universidad con fuerte raigambre UDI, como es la de Los Andes, presidenta del Consejo Constitucional que terminará de sazonar la nueva Constitución cocinada por los denominados  “expertos”, ha resultado, por decir lo menos, un personaje contradictorio.

Integrante de una de las familias más ricas y poderosas de Osorno, cercana asesora del líder republicano José Antonio Kast, la abogada de 30 años ha intentado, por obvias razones estratégicas, equilibrarse entre lo que declara y lo que realmente piensa. No quiere parecer como una acérrima admiradora de la dictadura criminal y ladrona, pero muy a su pesar no puede borrar las incontables oportunidades en que, a través de las redes sociales, elevó al tirano al altar de sus más grandes ídolos, por más que luego, al ver el repudio que sus conceptos provocaban, matizara señalando que sí, que a lo mejor durante ese negro periodo, sin duda el más ominoso y oscuro de toda nuestra historia, “se habían violado los derechos humanos”.

Pero incluso ese doloroso reconocimiento, con fórceps y sólo para no parecer tan boba, también tenía sus matices: para ella, la gente había sufrido, durante la dictadura, tribulaciones y horrores muy parecidos a los vividos durante el gobierno de Salvador Allende. Lamentablemente, no especificó qué tipo de gente había padecido tales padecimientos, porque, que se sepa, durante el gobierno de la Unidad Popular jamás hubo torturados, asesinados en falsos enfrentamientos, quemados vivos o detenidos ilegalmente cuyos restos hasta el día de hoy siguen sin ser encontrados.

No sólo eso, niñita bien: Allende gobernó con un Parlamento, sumamente activo por lo demás, con elecciones en las que existía padrón electoral, y con una despiadada prensa opositora que, financiada por Estados Unidos, informaba y desinformaba (un eufemismo para no decir que mentía), con toda libertad y desparpajo.

Pinochet, para esta abogada, fue, en todo caso, menos dictador que aquellos monstruos de izquierda que se perpetúan en el poder. Y es que, según su particular versión, el sátrapa llamó a elecciones (en realidad fue un Plebiscito, niña) y, perdiéndolas, dejó el poder. Un particular enfoque de Beatriz Hevia, pero entendible porque ella todavía no nacía para ese momento turbulento de la historia de Chile.

El dictador, abogada y presidenta del Consejo Constitucional, no convocó a ese Plebiscito porque simplemente se le dio la gana. Debiera usted saber, como cualquier persona medianamente informada de este país que, a partir de 1983, cuando surge la primera protesta contra la dictadura cívico-militar, el régimen de abuso y de terror empezó a tambalear, pero como los grupos poderosos todavía no acababan de robarse el país, y el tirano patán e iletrado se sentía de maravillas ejerciendo un cargo para el cual nunca nadie lo eligió, se aferró al poder con más abuso y más terror.

Mientras más descontento se sentía el pueblo, y así lo daba a entender en protestas que nunca más se detendrían, el  régimen respondía de la única forma que sabía: reprimiendoy matando gente en forma indiscriminada. Hasta Estados Unidos, que en su momento lo había utilizado como un peón más, tal como ha utilizado a tanto pinganilla latinoamericanoambicioso de poder (le menciono sólo a Rafael Leonidas Trujilo, Anastasio Somoza y Fulgencio Batista, para no latearla), terminó por hartarse e instarlo para buscarle una salida a una crisis de dimensiones bíblicas.

El Plebiscito del 5 de octubre de 1988, fue esa salida. El zafio de uniforme estaba convencido de que ganaría, pero por si acaso se aseguró un año más usurpando La Moneda y, luego, un esplendoroso futuro como “senador designado” y vitalicio. Aberraciones todas que la clase política, que durante 17 baños no había podido echarle mano al botín del Estado, aceptó de buena gana. ¿Alguna vez usted, niña, se enteró de la “política y la justicia en la medida de lo posible”?

Derrotado por el pueblo, el sátrapa intentó su última jugada en aquella jornada tan febril como incierta: desconocer el resultado, postergado latamente con las andanzas del “Correcaminos” a través de TVN. Sólo la llegada de Fernando Matthei a La Moneda desactivó el autogolpe que se preparaba, reconociendo, muy a su pesar, por cierto, que el No había triunfado.

Así que no me venga a mí con monsergas, niñita bien. El pelafustán que usted tanto admira fue hasta el final un carajo de tomo y lomo. Un iletrado ramplón y mediocre que se la encontró en un trapito, y que hasta para ingresar a la Escuela Militar tuvo que golpear más de una vez la puerta.

Usted, Beatriz Hevia, forma parte de esa pléyade de negacionistas que confían en la ignorancia supina de la gente para seguir vendiéndonos buzones. Como ese pinganilla con aires de cientista político de nombre Patricio Navia que señaló, muy suelto de cuerpo, que más allá de que nos gustara o no el tirano, “fue el Presidente (sic) que más transformaciones hizo”.

Y claro. Sólo que frente a esto es bueno no quedarse en la cáscara e ir al fondo de las proclamadas “transformaciones”. Porque habría que preguntarse si destruir la educación pública, arrasar con el movimiento sindical, quitarles poder a los Colegios Profesionales, inventar las AFPs y las Isapres, y colaborar desembozadamente con el robo en despoblado de más de 700 empresas que eran del Estado, aparte de otras maravillas, fueron en beneficio mayoritario de la gente o, simplemente, para el enriquecimiento obsceno de ese 1% que hasta el día de hoy es dueño de todo.

Debo decirle además, niña, que su pretendida distancia del sainete que por 17 años protagonizó su ídolo, apoyado por esa gente de su misma ralea, se me antoja sumamente falso y oportunista. Usted, como toda militante republicana, añora con toda su alma ese período oscuro y de espanto que vivió Chile. No puede, aunque lo pretenda, borrar sus cientos de twits declarándole su amor y su admiración incondicional al sátrapa criminal, cobarde y, además, ladrón.

Sólo se calza el disfraz que el nazi que los dirige (José Antonio Kast), les ordenó vestir para seguir metiéndole el dedo en la boca a un pueblo que, desgraciadamente, no lee un miserable periódico y hasta es capaz de hacer arcadas si un ingenuo les ofrece un libro, para evitar ver “Gran Hermano” o la teleserie estúpida de moda.

Y los entiendo. Vaya que los entiendo. Vistiendo precisamente ese disfraz es que arrasaron en las elecciones para constituyentes y al día de hoy sobran los zopencos que los juzgan la solución mágica para este país tan venido a menos y decadente.

Pero, ¿sabe, niña, cuál de todas las tonterías que usted ha dicho en los últimos días es la que más  me irrita y me espanta? Es aquella cuando se negó a analizar un poquito más a fondo el abominable período que encarnó el tirano. Y es que, según usted, “no tiene sentido analizar un período que no viví”, porque llegó a este mundo recién en 1992, en pleno período de un Chile en la medida de lo posible.

Porque no puedo dejar de preguntarme, niña, cómo es que usted cree en Adán y Eva, si obviamente nunca los conoció. Cómo es que usted se formó su propia visión del mundo, si nunca tuvo opinión acerca del genocidio español en América, disfrazado de compasión por esas almas paganas que no compartían su Dios. Cómo es que podría opinar sobre el proceso de nuestra Independencia del decadente Imperio Español. Cómo es que analiza las Guerras Mundiales, la de Vietnam y tanto conflicto sucedido cuando usted todavía no nos iluminaba con su presencia.

Debo entender, niña, que de eso usted no tiene ninguna opinión. Aunque, curiosamente, sí la tiene -y muy bien formada por lo demás-, del gobierno que encabezó Salvador Allende. Le auguro, por eso mismo, un futuro económico y político esplendoroso en este país de ignorantes y borregos.