Columna de Claudio Gudmani: El paraíso de los mediocres

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Por Claudio Gudmani
Actualizado el 22 de julio de 2023 - 1:04 pm

El modelo cambió, ahora lo que importan son las transacciones, las triangulaciones, los porcentajes futuros, de las ventas de los jugadores, no importando si el “producto viene dañado”, lo necesario es que venga en un buen paquete, en uno atractivo, promisorio, y finalmente, como todo ahora en la vida moderna, desechable.

Por CLAUDIO GUDMANI / Foto: ARCHIVO AGENCIAUNO

Cómo dice un amigo mío, “el fútbol chileno no nació con Bielsa”, ni tampoco con las sociedades anónimas.

A pocos días de la muerte de José Sulantay, podemos decir que él es un actor del fútbol chileno de antes, que se supo adaptar a los cambios del fútbol moderno desde el momento que pasó de jugador a entrenador.

Y el fútbol moderno no partió con Guardiola, o Klopp, o Mourinho, o Ancelotti, como creen los nuevos técnicos de nuestro balompié, tampoco con Bielsa, ni Sampaoli… partió con Rinus Michels, en la entonces Holanda 1974, apodada la “Naranja Mecánica”, porque priorizó el movimiento colectivo de un equipo, la aptitud física de trocar posiciones y funciones, alrededor de su máxima figura, Johan Cruyff.

Por cierto, la técnica de pases, conducción en velocidad y remate, eran parte fundamental de ese “fútbol total”. Podríamos decir que, desde entonces, en el fútbol ya no es suficiente ser bueno para la pelota, sino entender y pensar el juego. Aunque igual ganaron los alemanes, menos vistosos, pero más pragmáticos.

¿Qué tiene que ver todo esto con el paraíso de los mediocres en que se ha convertido nuestro fútbol? ¿Qué tiene que ver con don José Sulantay?

Bueno, voy a partir desde atrás…

Hasta 1991, el fútbol chileno no había ganado nada. Es cierto que se logró un extraordinario tercer lugar en el Mundial de 1962, nuestro máximo hito, pero, para eso se hizo un proceso potente liderado por Fernando Riera, un pedagogo, que ideó un plan para llegar bien preparados a nuestro mundial. Riera, como furbolista, había jugado por la Selección y también en el extranjero, específicamente en Francia, y luego de finalizar su carrera futbolística, tomó el apostolado de la conducción técnica con el llamado “plan Riera”. Ese proceso produjo un milagro… la figuración de nuestro fútbol en el concierto mundial, coronado con un tercer lugar y con jugadores extraordinarios.

Hubo entre los 70 y los 80 dos hitos notables, que casi nos dieron campeones internacionales, Colo Colo 73, del profesor Luis Álamos, y Cobreloa 80, de don Vicente Cantatore, pero tuvimos que conformarnos con sólo jugar la final y perderla.

Pero a inicios de la década del noventa apareció un croata, Mirko Jozic. Campeón mundial juvenil en Chile dirigiendo a su selección, llegó luego a Colo Colo, para revolucionar el medio chileno, con su fútbol táctico y físico, con juego por las bandas, instaurando laterales volantes, que iban y venían con potencia, y línea de tres atrás, con líbero y stoppers que rigurosamente custodiaban su zona.

Empatando afuera con mucho pragmatismo y ganando en Chile, fue pasando etapas hasta la mítica semifinal con Boca Juniors, y luego ganándole la final al campeón de copas, Olimpia de Paraguay. Por primera vez, fuimos ganadores de la esquiva Copa Libertadores.

Pasaron 20 años para que hubiese otro equipo campeón, la U de Sampaoli, el 2011 en la Copa Sudamericana, pero esta vez acentuando la movilidad colectiva, la velocidad del juego, los pases precisos, el pressing alto y los triunfos épicos, que nos pusieron nuevamente en la élite sudamericana con un algo cercano al “fútbol total”, goleando incluso a equipos brasileños de visita. O sea, Jozik y Sampaoli, dos técnicos extranjeros, nos enseñaron que, extremando la intensidad física, la concentración y el juego rápido, siendo exigentes con los jugadores en los entrenamientos y más aún en los partidos, sí se podía ser campeón.

Aquí entra de nuevo don José Sulantay, porque poquitos años antes, la selección sub 20 de Chile en el mundial de Canadá, bajo su mando, iniciaba el proceso más exitoso del fútbol chileno, con la llamada “generación dorada”, que empezó a armar el entrenador nortino, buscando jugadores de todos los equipos, dándole una intensidad de juego, rigor y orden, para competir y llegar alto.

Con jugadores como Isla, Medel y Vidal entre tantos otros, a los que luego Bielsa y después Sampaoli, en la selección adulta, le dieron un plus y una convicción, un “hambre de gloria”, que se traducía en frases como “queremos ser campeones, ser los mejores del mundo”, como declararon algunos.

Se logró clasificar consecutivamente a dos mundiales y hacer partidos memorables tanto de Sudamérica como en otros lugares del planeta, donde todos querían enfrentarse a “la jauría roja”, como lo denominaron los alemanes, luego de un amistoso.

Así se llegó al 2014, al punto máximo en mundiales fuera de casa, al vencer al campeón España, en el Maracaná. Y luego casi dejar fuera a Brasil en su casa, en un infartante partido que terminó 1-1 y se perdió por penales, luego del mítico palo de Pinilla.

Tras eso, lejos de desmoronarse el castillo construido en casi diez años, logró la Copa América 2015 en Chile, y luego la Copa América Bicentenario en EEUU, en 2016, venciendo en ambas finales por penales, a la Argentina del mejor jugador del momento, Lionel Messi.

Entonces fue que vino la caída del fútbol chileno, justo cuando creíamos que ya estábamos en la élite, que éramos un fútbol desarrollado, que todo se hacía bien, que nuestros jugadores seguirían siendo exportados y triunfando afuera, como lo hacían Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Charles Aránguiz, Claudio Bravo y Gary Medel, nuestras máximas figuras. Antes igual ya habían triunfado afuera Elías Figueroa, Carlos Caszely, Iván Zamorano y Marcelo Salas, pero muy esporádicamente.

Pero ustedes dirán, triunfamos… sí, así fue, pero nos “achanchamos”, como acuñó Néstor Gorosito, ya en los años noventa, cuando luego de una temporada exitosa, no pudo repetir los logros en la UC, bajando la intensidad y el rendimiento. Fue un visionario… aquí en Chile, había un paraíso para los extranjeros, porque debido al desarrollo económico del país, al orden institucional y democrático que teníamos, muchos querían venir aquí, vivir aquí, jugar aquí, sin presiones, ni peligros ni secuestros, ni vandalismo, como en otras partes de Sudamérica o el mismo México.

Y con sueldos no tan grandes como otros mercados, pero seguros de cobrar a fin de mes. Venían, triunfaban con sus talentos, pero luego declinaban por las comodidades y la baja competencia.

En el siglo XXI, nuestro fútbol entró en las sociedades anónimas deportivas, los sueldos se pagaban bien, y el canal del fútbol generó una bola de dinero que fue “in-crescendo”, y que atrajo la codicia de los nuevos empresarios del fútbol, los representantes. El modelo cambió, ahora lo que importan son las transacciones, las triangulaciones, los porcentajes futuros, de las ventas de los jugadores, no importando si el “producto viene dañado”, lo necesario es que venga en un buen paquete, en uno atractivo, promisorio, y finalmente, como todo ahora en la vida moderna, desechable.

Los jugadores jóvenes van y viene, y con eso se “aseguran” una buena plata, privilegios y el sueño del futuro esplendor, pero no ven fútbol, “tienen otras prioridades”, lo que provoca que la mayoría no se consoliden, ni tampoco les interese la gloria deportiva, porque ya no hay hambre, y las ganas se terminan pronto. Cuando las cosas vienen fáciles no se valoran…

Entonces, el fútbol chileno se convirtió en aquellas fábricas chinas de hace 20 años, que producían imitaciones de las grandes marcas, que se veían iguales a las originales, pero que no lo eran, porque las costuras o las telas eran de baja calidad. El fútbol formativo de nuestro país no completa la tarea, no termina los procesos de maduración de los jugadores, no pule los defectos, sobre todo en lo mental, lo actitudinal, lo táctico y la autoexigencia… el jugador chileno joven ya no es hijo del rigor.

Y entonces, nos convertimos en lugar de paso, en una competencia mediocre, donde los jugadores foráneos vienen a recuperarse o morir, los más viejos; o a hacer la práctica, los más jóvenes, para dar el salto a mercados más emergentes.

Los clubes ya no invierten, no vale la pena, el futbol igual se vende y se consume por TV. Da lo mismo el horario o el día.  Se vive con la herencia de la gallinita de los huevos de oro, los nuevos dueños televisivos que reparten platas, las casas de apuestas que patrocinan. Los clubes ya no cuidan sus canchas, las arriendan a terceros, las usan, y a veces, ni siquiera se las arriendan a los equipos, porque además se dejó entrar al lumpen, se aceptó la violencia, la extorsión de las barras bravas, y dentro de las gradas se acabó el amor con la hinchada de verdad.

En este escenario, nos convertimos en el paraíso de los mediocres, aquí se sigue pagando al día, se vive en buenos barrios, no hay público presionando en la cancha, por los castigos y las dificultades para asistir.

Ahora se juega a no perder, a llegar a copas, para recolectar el dinero. Se puede jugar trotando, hay espacios, se juega para atrás, no hay piques al ciento por ciento, para qué arriesgarse, para qué exigirse. Y si se tiene un carácter explosivo, se puede ser “el puto amo”, como dijo algún DT por ahí. Así tenemos entrenadores reclamones, jugadores amurrados, dirigentes silenciosos y un río revuelto denunciado, nunca comprobado, porque no conviene destapar la olla y quedarse sin comer.

Esta semana, Colo Colo cayó estrepitosamente en la Copa Sudamericana, puso fin a su temporada internacional 2023, pero su entrenador dijo, ahora nos abocaremos al campeonato nacional para volver a la Libertadores… ¿para qué?… me pregunto yo… ¿será por algún bono por participar?… porque él mismo dijo que “así no se puede competir”.

Éste es el círculo cerrado del negocio del fútbol chileno, monopolizado, donde los que están adentro no quieren salir hasta que se acabe la guita, no sé hasta cuándo. El círculo de dueños, dirigentes, representantes, jugadores, entrenadores y algunos comentaristas “interesados”, que están dentro del circo, cada vez más pobre y decadente, donde aún algunos quieren brillar, aunque sea en la opacidad, en las “sombras tenebrosas” de la incompetencia.

Adiós, don José, a usted hace tiempo que lo dejaron afuera. E hicieron bien, pues no estaba para esto.