Columna de Carlos Cantero: Pandemética, la epidemia de degradación ética

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Por Carlos Cantero
Actualizado el 13 de septiembre de 2024 - 11:42 am

Es un proceso estructural de degradación valórica, que alcanza todas las dimensiones del ser y estar en el mundo, en lo público y lo privado.

Por CARLOS CANTERO / Foto (referencial): ARCHIVO

Hace una década desarrollé y propuse el concepto pandemética, recogido en conferencias y columnas, a nivel nacional e internacional, señalando como principal mal de la sociedad la crisis ética. La pandemética se define como un proceso estructural de degradación valórica, que alcanza todas las dimensiones del ser y estar en el mundo, en lo público y lo privado.

La anomia eco-ético-sistémico-relacional de alcance global, afecta los Estados y contagia los mercados, también sectores de la sociedad civil. Es transversal en la política y, atendida la magnitud y velocidad de expansión en la sociedad, parece fuera de control.

La generación de los baby-boomer (adultos) gatilla este proceso de degradación, sin comprender el impacto social de enfoques ideológicos y filosóficos exacerbadamente materialistas. Tampoco tiene consciencia del impacto de los medios de comunicación masiva, ni de las redes sociales, que penetran la casa y el cerebro de las personas, cada minuto de su vida. No se asume la relevancia del marketing y la neuro manipulación, derivada del uso y abuso de la Big Data, que es una forma de invasión de la intimidad, un escaneo seudo-consentido de la cotidianidad de las personas.

La ponderación y el equilibrio político se diluyen, se impone una estrategia de polarización ideológica, consecuencia de una cultura binaria: me gusta o lo elimino; amigo o enemigo; bueno o malo; izquierda o derecha. Es el contagio de décadas de deterioro en las ideas y debilitamiento de liderazgos. Refiere a la filosofía del ente, del ser (otología), al sentido de vida de las personas. Se relaciona con los liderazgos y referentes sociales, los modelos o arquetipos impuestos en la sociedad. Es el “pensamiento débil”, que describe el filósofo italiano Gianni Vattimo, o la “sociedad idiota” que abordan varios filósofos contemporáneos.

Este cuadro se agrava por la post-verdad, las fake-news, en una sociedad con líderes de mentira. A nivel global los ejemplos abundan, ningún país escapa, véase los ejemplos de Francia y Estados Unidos. En nuestro barrio: Maduro clamando al cielo por el respeto a la democracia, al tiempo que barre con sus principios fundamentales; otros convirten su país en narco-Estado; Alberto Fernández, en Argentina, alzado en referente de las políticas de género, es desnudado como agresor por su propia mujer. Los organismos supranacionales encabezados por la organización de Naciones Unidas, muestran ineptitud, políticas erráticas, anomia y corrupción ideológica.

En Chile, la cosa está igual o peor, se devela la extendida anomia en las instituciones de los tres poderes del Estado, que compiten por corrupción, mediocridad, inconsecuencia y podredumbre. Las instituciones auto-declaradas éticas (iglesias y espiritualidades, desde el Opus Dei hasta las masonerías) muestran lenidad, banalidad, incapaces de reaccionar a la pandemia de degradación ética. La intelectualidad y la filosofía están secuestradas o silenciadas por medios de comunicación que imponen una cuestionable ética, plagada de hedonismo y nihilismo, rendidos a los criterios de la farándula y las audiencias masivas.

La nueva generación (millennials y centennials) asumió su liderazgo con un exagerado sentido de superioridad ética, pero se ha mostrado fatua, errática y narcisista. Los anuncios de cambios y los intentos por desmantelar el sistema de poder, han terminado en violencia, corrupción e irracionalidad. Se alzaron repudiando las instituciones, con desprecio por todo sentido de autoridad, pero, a poco andar, se muestran incapaces de ofrecer una alternativa. El remedio ha terminado siendo peor que la enfermedad, su modelo de desarrollo está vacío, prima la ineptitud, unos han metido los pies, otros las manos.

El largo amancebamiento empresarial-político, revienta con el icónico Mega-Escándalo Hermosilla (no es el único y se sabe que muchos otros hacen lo mismo). Queda desnuda la degradación ética de importantes sectores de la élite chilena, el derrumbe de los valores, con una extensión y alcance impresionantes. Hay de todo y el todos los partidos y sectores, desde narco política, abuso sexual, evasión tributaria, tráfico de influencias, acompañado de un amplio y largo etc. La izquierda y derecha, dejan una vergonzosa huella de corrupción, desde el Partido Comunista hasta la UDI, desde ateos hasta el Opus Dei, con Daniel Jadue, procesado; el caso de Katy Barriga; el ex alcalde Torrealba otrora referente icónico de la derecha, hoy preso por corrupción. Es la consecuencia del relativismo valórico, de un materialismo (consumismo) desbordado, de la creciente crisis ética, de equívocos think tank, del nepotismo social y endogamia política, que han arraigado malas prácticas, en opacidad e impunidad y con sus propios sistemas de replicación y autoprotección.

La hipócrita moral postmoderna, arraigada en la sociedad, muestra su peor rostro. Tiene amplia dispersión, una alarmante transversalidad social, económica, política, cultural, espiritual, generacional, etc. El nihilismo impone su debilitamiento valórico, el hedonismo proclama compulsión por el placer, una cultura de inmediatismo sin consecuencias. La subjetividad de las personas está cautiva.

En mi opinión, este cuadro se agravará, por la extendida descomposición social, la violencia, la delincuencia, el crimen organizado y el narco-crimen cooptando la política. El cuadro es malo y su prospectiva peor. El peso de los abusos incuba una nueva explosión social y agravará la crisis del orden institucional. Se requiere con urgencia liderazgos que promuevan un nuevo pacto social y efectivas acciones correctivas.