Columna de Carlos Cantero: El síndrome del gato, 50 años de hipocresía política en Chile
Hipócritas son aquellos que fingen una cualidad, sentimiento o virtud que no tienen. Engañan, aparentan, se mimetizan para parecer lo que no son. Son inconsecuentes e incoherentes con los principios que proclaman, guardando cobarde silencio cuando los cometen sus partidarios o peor aún promoviéndolos solapadamente.
Por CARLOS CANTERO / Foto (referencial): ARCHIVO AGENCIAUNO
En nuestro país la vemos en el tema de los derechos humanos, en la violencia política, en la corrupción, en el abuso del mercado, en el tráfico de influencias, en el robo de fondos del Estado, en el narcotráfico, en la inmigración ilegal, en el irrespeto al mérito. Los valores éticos están en decadencia. La sociedad chilena está disociada de esta política.
Ningún sector político se hace cargo de sus acciones, ni menos de las reacciones que han generado. Siempre se culpa al adversario de todos los males. La historia parte con sus dolores y miedos, sin reconocer los que generaron con su propia violencia y amenazas. Claman justicia y que los otros reconozcan sus miserias, pero nadie está dispuesto a su mea culpa.
La política chilena muestra el “Síndrome del gato”, es decir, pretende tapar sus fecas con tierra. La diferencia es que el animalito lo hace por higiene, no por cobardía ni hipocresía. Acá -me refiero a todo el espectro político- se observa doble estándar, oportunismo y cobardía.
En la izquierda, los que ayer validaron la vía violenta como arma política, hoy lo ocultan; intentan olvidar que pasearon a Fidel en su interminable gira revolucionaria por Chile; los que llamaron a las armas y al enfrentamiento sangriento se victimizan; los que claman por los derechos humanos participaron y promovieron la violencia contra adversarios, contra los bienes públicos y privados.
Los críticos del lucro aman el dinero y sus privilegios; aquellos que se autoproclamaron la elite de la superioridad ética, son sacados de sus cargos por ineptos, corruptos o faltos de criterio.
El centro llamó a los militares, pero, ahora y con toda su tibieza, está completamente diluido en una sociedad líquida, tanto en gestión cívica, ética y de liderazgo político. Hace falta su aporte doctrinario y moderación, sin embargo.
En la derecha están quienes pidieron la intervención de las FFAA. Con oportunismo económico y político, espera el momento para sacar ventajas, aunque jamás ha hecho un mea culpa, como tampoco jamás aclara sus obscenos vínculos con el poder económico. Un exagerado materialismo y numerosos abusos, le llevó a desacreditar un buen modelo económico; el nepotismo (ineptitud) y su escaso respeto por el mérito, los condujo al desgobierno. Ese mismo al que salvó la pandemia, si no quizá en qué escenario estaríamos…
Ajenos a ideologismos, al quebrantamiento institucional y constitucional y en medio del enfrentamiento político (1973), las FFAA fueron arrastradas a la Guerra Fría, para transformarse en el «pato de la boda». Unos se desbordaron atropellando derechos fundamentales; otros han pagado severos costos políticos y judiciales.
Oficiales y tropa, preparados por el propio Estado, con cursos en Panamá y otros lugares similares, para contener la violencia armada y la guerrilla, sin siquiera tener nociones en materia de derechos humanos, hicieron lo que se les enseñó y ordenó. Ahora son perseguidos judicialmente por un sector y abandonados a su suerte por el otro.
Muchos están en la cárcel, viejos y enfermos. Al respecto, se denuncia un lucrativo nicho en torno a múltiples demandas y a la condición de exonerados. Con todo, en las encuestas de opinión, las instituciones de la defensa tienen una evaluación ciudadana muy superior respecto de los políticos, el congreso, el gobierno, el poder judicial y la Contraloría.
Como lo veremos en estos días de septiembre, el odio, la división, la violencia, el resentimiento cívico y la confrontación, se mantienen intactos. Y, al parecer, se mantendrán así por varias generaciones. Ello, si no surgen liderazgos con conciencias más elevadas, investidos de coherencia ética y consecuencia democrática, que sepan reconstruir un sentido de unidad nacional.
Al final, la familia chilena ha sido víctima de estas miserias políticas, sin que los responsables se hagan cargo de sus actos. Sólo hay ánimo para imputar culpabilidad al otro y ocultar las miserias propias, sin voluntad de acuerdos.
La polarización aumenta los desacuerdos en temas fundamentales, como quedó demostrado -con elocuencia- en el rechazo a la primera propuesta constitucional. La política hace buen negocio manteniendo y promoviendo esta bipolaridad, con extremos antagónicos. Si se mantiene el ambiente descrito, es seguro que Chile pronto despertará con el populismo, si no otras fuerzas todavía más oscuras, pauteando desde La Moneda.
Con respeto y fraternidad hacia las familias chilenas que sufrieron y lloran pérdidas y abusos, ruego que, ojalá, aprovechemos está oportunidad de reencuentro, de coherencia por los principios humanistas y respeto por los DDHH, pero sin hipocresías.
Que los liderazgos estén a la altura de las circunstancias históricas. ¡Qué así sea!