Colombia: “Cien años de Soledad” también tiene su expresión en el fútbol

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Por Patricio Vargas
Actualizado el 4 de agosto de 2020 - 5:16 pm

Higuita y Valderrama

Desgarrado por una guerra interminable, cooptado por el narcotráfico y la violencia, el país cafetalero es, sin embargo, una usina generosa de buenos jugadores. Su Selección pasó de ser un “equipo ganable” a uno “respetable”. He aquí la historia de ese proceso.

Por PATRICIO VARGAS QUEVEDO

«Fue por los años cincuenta
que en toda Colombia entera
se desató una violencia
de una y otra manera.
Pero esta matanza fiera
no era de azules y rojos
era pueblo contra pueblo
era hermano contra hermano»

Guadalupe, años sin cuenta. Teatro La Candelaria. Creación colectiva. 1975.

«Lo mató la oligarquía
liberal conservadora
hoy el pueblo a grito implora
¡Viva Gaitán! ¡Viva Gaitán!
abajo la tiranía»

A la memoria de Jorge Eliécer Gaitán, un pueblo. Delfín Rivera Salcedo

Pocos hechos marcan de manera tal la historia de un país como los que se desencadenaron después que Juan Roa Sierra, albañil, disparó las tres balas que atravesaron el cuerpo del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el viernes 09 de abril de 1948. El Bogotazo se producía durante el desarrollo de la IX Conferencia Panamericana -que determinaría la organización de la OEA y la firma del Pacto de Bogotá-, con el estudiante cubano Fidel Castro (quién tenía programada una reunión ese mismo día con Gaitán) y el Secretario de Estado de Estados Unidos, George Marshall presentes en la capital colombiana.

El magnicidio cambiaría la forma en la cual Colombia abordaría sus problemas y buscaría sus posibles soluciones. La oleada de violencia desencadenada ese mismo día es referencial para entender todo lo que vendría en las siguientes décadas, entrelazándose violencia, guerra fría y tráficos de drogas, afectando todo el devenir de la sociedad colombiana. Si no es así, por lo menos eso es lo que cree la mayoría de su población, que signa a este fatídico día como el responsable de gran parte de sus males. La realidad mitificada nos habla de una población que reaccionó quemando ciudades, atacándose con lo que tenía su alcance y entregándose al saqueo y al pillaje. Otra parte, nos cuenta de un pueblo que tuvo, cual Comuna de París, la oportunidad de organizarse de manera horizontal y colectiva.

“Todo sueño de cambio social de fondo por el que había muerto Gaitán se esfumó entre los escombros humeantes de la ciudad. Los muertos en las calles de Bogotá, y por la represión oficial en los años siguientes, debieron ser más de un millón, además de la miseria y el exilio de tantos”.
Gabriel García Márquez, “Vivir para contarla”.

Tres meses después de esa jornada de miedo y rabia, el gobierno del presidente Ospina Pérez apoyó la creación de una liga profesional de fútbol, la Dimayor (División Mayor del fútbol colombiano), con el fin recoger la tradición de casi medio siglo de las ligas departamentales del Atlántico (afiliadas a la FIFA desde 1936) y, no es de extrañar, como una forma de aplacar el descontento social y ofrecer un espacio en donde canalizar la energía liberada luego del Bogotazo. Si bien la sede fundacional fue Barranquilla, el fútbol colombiano desarrolló diversos focos identitarios que tuvieron su propia expresión futbolística, aprovechando el marcado regionalismo existente en el país.

Y como si de una alineación de astros se tratara, la leyenda de El Dorado, esa que llevó a los conquistadores españoles a buscar una ciudad hecha de oro en lo que sería el virreinato de Nueva Granada, se haría realidad en torno a una pelota de fútbol. Una huelga de futbolistas agremiados argentinos contra Juan Domingo Perón, terminaría con una serie de estrellas del fútbol trasandino jugando en la recién creada liga. La “Saeta” Di Stéfano, Adolfo Pedernera, Néstor Rossi, así como los campeones del mundo uruguayos Gambetta y Tejera, los peruanos Drago y Castillo, más una serie de jugadores brasileños, ingleses, escoceses e incluso húngaros, que en ese entonces eran parte de le elite del fútbol mundial, le dieron un increíble impulso al fútbol colombiano.

Entre 1949 y 1953, nombres como el Ballet Azul de Millonarios (apelativo copiado en la década siguiente por la Universidad de Chile, el Emelec y el Cartaginés de Costa Rica) o el Rodillo Negro del Deportivo Cali, pasaron a la historia del fútbol sudamericano. Pero la FIFA decidió desvincular a Colombia acusándola, a petición de otras federaciones sudamericanas, de constituir una liga pirata -no se pagaron derechos de transferencia internacional-, lo que obligó a que las estrellas se apagaran y dejaran el campeonato. El astro más brillante, Alfredo Di Stéfano, se iría al Real Madrid para cambiar la historia del fútbol mundial.

Alfredo Di Stéfano defendiendo a Millonarios.

Mientras ello ocurría, en diversos lugares del campo colombiano se organizaban guerrillas que serían el antecedente de las fuerzas revolucionarias y mercenarios paramilitares que llevan más de setenta años enfrentándose y que, en este entonces, respondían al contexto internacional, a la intensa polarización que el bipartidismo venía generando en el país desde los años 30 y a la dificultad que la concentración de la propiedad de la tierra ha generado en nuestros países.

El Bogotazo no hizo sino agudizar el conflicto entre esas fuerzas en pugna, lo que se vio expresado en los 150 mil muertos contabilizados entre 1948 y 1953 (el 1% de la población del país en ese entonces) y la migración forzosa de más de dos millones de colombianos (el 20% de la población).

Lo que se planteó inicialmente como la solución al problema de la polarización y la violencia, fue la fundación en 1957 del Frente Nacional entre liberales y conservadores, que constituyó la instauración de una democracia limitada y vigilada por un estado de sitio que perduró hasta 1982. Pero la desmovilización política trajo costos aún mayores. Además, al no haber reparto de la tierra se fortalecieron las guerrillas, y en un contexto de guerra fría que tuvo en el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 un hito fundamental, la sangría no se detuvo.

Y la polarización alcanzaba también al fútbol. La Asociación de Fútbol colombiano y la Dimayor llegaron, incluso, a nominar directores técnicos distintos para la selección nacional. A pesar de ello, un protagonista de El Dorado, Adolfo Pedernera, conduciría a Colombia -tras eliminar a Perú-, a su primera participación en un mundial de fútbol. El estadio Carlos Dittborn de Arica vio los tres partidos de la selección colombiana, con derrotas ante Uruguay y Yugoslavia, pero donde consiguió un mítico cuatro a cuatro contra la Unión Soviética de la “Araña negra”. En ese partido, Lev Yashin sufriría el único gol olímpico en la historia de los mundiales a manos de Marcos Coll. Luego, Leonel también le anotaría otro tanto histórico.

La década siguiente marcaría el despegue del fútbol colombiano, pero lamentablemente, vería también como el narcotráfico se tomaba todas las esferas de la sociedad. La selección nacional alcanzaría por primera vez la final de la Copa América en 1975, pero se toparía con la generación dorada del Perú. El equipo de Umaña, Willington Ortiz y Pedro Zape (el portero que estuvo a punto de llegar a Chile con el staff de Reinaldo Rueda), no pudo con Cubillas, Chumpitaz y Sotil. Tres años después, Carlos Salvador Bilardo llevaría al Deportivo Cali a la final de la Copa Libertadores, cayendo ante el Boca Juniors del “Toto” Lorenzo. Hasta el día de hoy, en más de una ocasión, Bilardo se arroga el haber revolucionado el fútbol colombiano. Dirigió, luego de sus éxitos con el Cali, a la selección en las clasificatorias rumbo a España `82.

Definitivamente, los 80 serían los años del relanzamiento del fútbol colombiano. Las destacadas actuaciones de sus equipos en Copa Libertadores, así como la aparición de una maravillosa generación de futbolistas, incorporaron a Colombia a la lista de selecciones que preocupaban antes de enfrentarlas. En el lenguaje futbolero sudamericano, pasaron de un equipo ganable a ser uno respetable.

Pero como la historia no está pintada de rosa, el fútbol fue uno de los ámbitos de la vida colombiana en donde de manera más visible se incorporó el narcotráfico. Quienes se atrevieron a denunciarlo, pagaron con su vida, como el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, asesinado en 1984 por el cartel de Medellín. A la guerrilla y los paramilitares, se sumaban ahora los brazos armados del narcotráfico.

La terciarización del uso de la fuerza en su peor expresión. Lavado de dinero y de imagen en un pueblo marcado por la extrema violencia, tuvieron a infames narcotraficantes al mando de equipos completos: los hermanos Dávila en el Unión Magdalena; Arizabaleta, Barrera y Carrillo en el Independiente de Santa Fe; Tamayo, Gómez y Rodríguez Gacha en Millonarios; Aguirre en el Tolima; los hermanos Rodríguez Orejuela en el América de Cali y Pablo Escobar en el Atlético Nacional de Medellín.

Estos dos últimos casos son los más significativos por la repercusión internacional que tuvo la actuación de sus equipos. El América de Cali resultó pentacampeón del futbol colombiano (1982, `83, `84, `85 y `86) y llegó a tres finales consecutivas de la Copa Libertadores (1985, `86 y `87) con un súper equipo en donde resaltaban los argentinos Falcioni, Ischia y Gareca, el paraguayo Roberto Cabañas y los colombianos Willington Ortiz y Anthony De Ávila. No pudo en las finales con Argentinos Juniors, River Plate y Peñarol. Esta última fue la más dramática de todas. Forzado un tercer partido en nuestro Estadio Nacional, hasta último minuto el empate cero a cero consagraba a los diablos rojos como campeones. El 31 de octubre de ese año, un apagón general en gran parte de Colombia y los pocos segundos para el final, hicieron que muchos hinchas salieran a celebrar sin saber que Diego Aguirre anotaría en el minuto 120 el uno a cero. Subcampeones de nuevo. Una maldición.

Pablo Escobar dando el puntapié inicial de un partido en Colombia.

El Atlético Nacional de Medellín tuvo a Pablo Escobar como mecenas. Bajo la impronta de ese hombre -cuyas representaciones en la ficción nos han ido enseñando términos de la jerga paisa, el parlache- y con un equipo integrado solo por jugadores locales, logró coronarse campeón de la Libertadores en 1989 tras una definición a penales con Olimpia. El Patrón instaló una dinámica que resultó un modelo del narcotraficante en este lado del continente: construyó villas completas, regaló dinero y financió obras sociales, instalando esa siniestra filantropía que cubre esos recovecos que las clases políticas latinoamericanas no son capaces o simplemente optan por no ver. En ese escenario, las apuestas, el modelo de barras violentas, los sobornos, y la muerte siguieron alterando la vida colombiana, cambiando toda la conducta de un país y penetrando en todo el tejido social. Fue tal la afectación que vivió el fútbol, que el campeonato de 1989 debió ser suspendido por el asesinato del árbitro Álvaro Ortega a manos del Cartel de Medellín en el mes de noviembre. Con el antecedente del secuestro del juez Armando Pérez el año anterior, ya los árbitros se sabían en la mira de los sicarios del narcotráfico.

El año 1989 había sido extremadamente violento en Colombia. Antes del asesinato del juez Ortega, había sido ultimado el político comunista José Antequera, el gobernador de Antioquia, Antonio Roldán y el candidato presidencial Luis Carlos Galán. Campeaban las masacres campesinas, los coches bombas y los horrendos ruidos de motocicleta y metralla.

Ese mismo año, al título de Atlético Nacional de Medellín se sumó la clasificación de Colombia el mundial de Italia `90, luego de 28 años. El empate uno a uno con Alemania y el doloroso partido de octavos de final ante Camerún (¿recuerdan la salida en falso de Rene Higuita y el gol de Roger Milla?), deben ser lo más recordado de esa actuación.

Luego de eso, Estados Unidos `94. Y de vuelta a la pesadilla. Colombia llegó como favorito al mundial luego de un histórico cinco a cero a Argentina en Buenos Aires. El entusiasmo era tal, que Gabriel García Márquez (también presente a pocas cuadras del lugar del asesinato de Gaitán en El Bogotazo), apostó al médico chileno Danilo Bartulín, que Colombia ganaría el mundial ¿Qué apostaron? Un Mercedes Benz. Bartulín había sido médico de Salvador Allende, quien tuvo un amorío con Gloria, economista e hija de Jorge Eliecer Gaitán. Otra inmensa historia.

Andrés Escobar, futbolista asesinado en 1994.

La temprana eliminación del Mundial del `94 fue lo menos importante. Caída ante Rumania y EEUU. Triunfo ante Suiza. No alcanzó. Durante el campeonato hubo amenazas contra el cuerpo técnico para que no alineara a Barrabás Gómez. De vuelta en el país y luego de una discusión con miembros del paramilitarismo y el narcotráfico a la salida de un restaurante, fue asesinado el defensa central Andrés Escobar. Le reprocharon el autogol ante Estados Unidos. Uno de los héroes de la Libertadores del `89. Parecía que no había salida posible.

Con la participación en Francia `98 se cerraban tres clasificaciones consecutivas a mundiales de fútbol. El nuevo dorado colombiano había sido la generación de futbolistas que asomó en la semifinal de la Copa América de 1987, perdiendo el paso a la final con Chile en el Chateau Carreras de Córdoba: Valderrama, Álvarez, Higuita, Escobar, Redín (asistente de Reinaldo Rueda y DT de nuestra sub 23), Ávila, Usuriaga (asesinado en 20014), Iguarán y más tarde Perea, Rincón, Asprilla, Serna, Córdoba, Bermúdez y Mondragón, pusieron a Colombia en el mapa del fútbol mundial. El estratego: el odontólogo Francisco Maturana, dirigido como jugador por Bilardo en el proceso clasificatorio a España `82, pero con una filosofía de juego muy distinta al del argentino.

El título como local conseguido por la selección en la Copa América de 2001 y los títulos de Onces Caldas (2004) y nuevamente Atlético Nacional (2016) en la Libertadores, han ido de la mano de la construcción de un proceso de paz pactado en el 2016, y que ha tenido avances y retrocesos (como la derrota en el referéndum ratificatorio), pero que en definitiva pretende dejar atrás una dolorosa naturalización de la violencia.

Colombia alzó al Copa América en 2001

No ha sido ni será fácil. El fútbol colombiano posee una nueva gran generación de jugadores ubicados en los mejores equipos del mundo: James, Cuadrado, Duvan, Ospina, quienes de manera constante han hecho llamados a la paz y a la unión de todos los colombianos. En una entrevista con el diario El Tiempo, Radamel Falcao expresaba: “Nuestra urgencia es reconstruir un país devastado por la guerra y, para hacerlo, es necesario aprender a perdonar y convivir con quién piensa diferente a nosotros con respeto. Debemos conocer la verdad de lo que ha sucedido para evitar que se repita”. Qué así sea.