Cobreloa: la travesía del desierto

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Por José Roggero
Actualizado el 21 de octubre de 2016 - 6:51 pm

Agobiado por deudas altísimas y un pobre presente deportivo, el ex cuarto grande del fútbol chileno camina a duras penas en busca de un oasis que sacie su sed de triunfos, que son cada día más escasos y menos gloriosos.

Ironías de la vida. El equipo al que sometió por largos años puede ser hoy el que le dé un pequeño respiro en su lucha por sobrevivir.

Como nunca, la dirigencia loína cuenta con una recaudación que confía sea superior al pobre promedio del último tiempo, para aliviar en algo una pesada mochila de deudas que ha puesto en duda la viabilidad del que alguna vez fue el cuarto “grande” del fútbol chileno.

Tan ansiosos como los dirigentes están todos los integrantes del cuerpo técnico de las series inferiores del club -una veintena de entrenadores, preparadores físicos, kinesiólogos y utileros-, cuyas imposiciones están impagas desde hace un año y sus salarios desde hace cuatro meses.

Ariel Pérez, entrenador de las categorías sub 15 y sub 16, es uno de ellos. Impago desde junio, solo en sueldos ha dejado de percibir unos dos millones de pesos. Se mantiene con su tarjeta de crédito y con su menguado salario de profesor de educación física, labor que ejerce en las mañanas.

Como todo el resto, acude sagradamente por las tardes a una cancha de la población Los Nogales, en Estación Central, para preparar a las dos series a su cargo. “Es una cancha que dividimos en cuatro sectores que son ocupadas por cuatro series distintas para poder entrenar y enfrentar los fines de semana en total desigualdad de condiciones al resto de los clubes”, lamenta.

Casi nada queda de aquel poderío de antaño que le permitía al club mantener simultáneamente dos series cadetes –en el norte y en Santiago- y que gestó a Alexis Sánchez, Charles Aránguiz y Eduardo Vargas.

Hoy, la mirada es al día. Para los afligidos adeudados, mañana jueves. “Los dirigentes nos prometieron que con la recaudación del partido con Colo Colo nos pagarán lo que nos deben; no nos queda más que esperar que así sea”, dice Pérez.

Vocación, amor al club y sentido de realismo explica la actitud de él y el resto. “Mantenemos los entrenamientos y los partidos para que no nos acusen de abandono de labores; tampoco hemos presentado denuncias en la Inspección del Trabajo porque en este caso las multas no nos ayudarían y solo harían más difícil la posibilidad de que nos paguen”, resume Pérez.

De segunda clase

Cobreloa nació grande, no solo por sus ocho títulos nacionales y dos subtítulos en la Copa Libertadores, sino que, en buena medida, porque todo ello obedeció al generoso financiamiento del gigante Codelco, que incluso en los albores obligó a todos los mineros a aportar como socios.

“Pero todo aquello no fue eterno”. Primero fue la libertad de acción para sus socios. Después, el paulatino descenso del aporte cuprífero, extinguido totalmente en junio recién pasado.

Al debilitamiento financiero le acompañó una merma directiva. Al punto que en medio del descalabro institucional que llevó al club a Primera B en abril de 2015, el directorio se separó en dos y por largo tiempo protagonizó vergonzosos papelones. Uno de los más recordados fue el de su dirigente Sebastián Vivaldi, quien acusó al “poder de los judíos” por el descenso del club debido a la pérdida de tres puntos vitales por sentar en la banca al ex jugador Alejandro Hisis, lo que de paso salvó a Ñublense, varios de cuyos dirigentes son de origen hebreo.

En ese plano las cosas muestran un débil signo de cambio con una nueva directiva que intenta salir a flote. En un principio fue liderada por Gerardo Mella, quien encabezó a la institución en su último periodo de grandeza. Sin embargo, delicados problemas de salud lo hicieron ceder el mando a Duncan Araya.

Pero las buenas intenciones chocan con la realidad. En lo deportivo, con un equipo que ni siquiera intimida a sus nuevos rivales en Primera B. Como todo grande en desgracia, dirigentes e hinchas pensaron que la caída a mitad del 2015 sería un breve paréntesis. Sin embargo, ya están cumpliendo un año y medio en los potreros y la desagradable permanencia amenaza con prolongarse. La actual campaña no ilusiona. El equipo es el cuarto peor de la categoría y está lejos de los punteros.

Todo esto desalienta a los fanáticos. Las asistencias no superan las 2.500 personas, muy poco en comparación con los llenos de otrora. Sin el apoyo de Codelco, los otros auspicios son magros y las posibilidades de armar equipos competitivos se esfuman.

Lo peor es que las deudas son gigantescas. Al inicio de este semestre el déficit suma casi 800 millones de pesos.

Pero la deuda mayor es con la Tesorería General de la República, a la que debe casi 8 mil millones de pesos. Por ahora el club solo se conforma con pagar los intereses, que este año sumaron 78 millones de pesos. No da para más. Si incluso la palabra quiebra resuena en los oídos de todo el Loa desde hace tiempo.

En este contexto, el clásico de ma- ñana contra el rival más enconado de su historia suena a una parodia de los duelos pasados. Gane o pierda, esta llave de cuartos de final de la Copa Chile tiene ahora un sentido menos heroico y más pragmático: juntar fondos para cancelar las deudas con los encargados de revivir el vivero que tantas glorias le dio.