Chile necesita medios para la democracia
Llaitul, el Gobierno y el derecho a ser de un pueblo.
“Ellos fueron despojados,
pero son la Vieja Patria,
el primer vagido nuestro
y nuestra primera palabra…
Nómbrala tú, di conmigo:
brava-gente-araucana.
Sigue diciendo: cayeron.
Di más: volverán mañana”.
(“Araucanos”, Gabriela Mistral)
Así versea nuestra Premio Nobel de Literatura al pueblo mapuche y así ha sido por siglos que se les ha intentado evitar, eliminar, acallar, sin poder lograrlo. Así fue también que, en 1992, cuando se cumplieron 500 años de la invasión, las comunidades originarias del continente se organizaron para, lejos de celebrar, reclamar el derecho a recuperar su autonomía. Los pueblos de esta parte se sumaron, entre ellos, la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), cuyo vocero (no operativo militar) más conocido es Héctor Llaitul.
El pueblo mapuche tiene su ideología; su lengua: el mapudungun; su orgánica, su método de producción, de educación y su identidad. Sin embargo, lo que sabemos de aquello no cuenta con sustento escrito, dado que su lengua no tenía expresión gráfica, sino sólo oral y lo que hoy conocemos como mapudungun, es una traducción. Por lo mismo, lo que nos han mostrado de su cosmovisión es lo traducido en la lengua castellana, lo que implica una doble interpretación de la realidad, como lo explica José Bengoa en su “Historia del Pueblo Mapuche”.
Intentar conocer su cosmovisión exige rigor, algo que el periodismo local no suele mostrar. Es una complejidad dialéctica que condiciona no simplificar y que, incluso al hacerlo, la contradicción violencia/paz no acusa a los mapuches sino, claramente a usurpadores, esos que tras el Golpe Militar se extendieron, por ejemplo, con una Corporación Nacional Forestal (Conaf) al mando del mismísimo Julio Ponce Lerou, a cargo de las expropiaciones de la ex Corporación de la Reforma Agraria (Cora). Pero nada de eso se dice en la prensa, cuyas preguntas y opiniones son las mismas, mañana, tarde y noche.
En ese contexto, la pregunta es ¿a quién ayuda la detención de Llaitul ahora, a poco más de una semana del Plebiscito? ¿Al Gobierno, que mostraría capacidad de enfrentar un enemigo interno? ¿A la derecha, que busca desesperadamente el voto popular que le esquiva?
Parece que es preciso ver la importancia de una prensa rigurosa, que investigue y no opine antes de reportear. Para ello, la solución mundial es medios públicos, esos que el neoliberalismo privatizó en Chile y esa es, quizá, la más grande enseñanza que deja esta campaña tan llena de falsedades.
Así, entonces, el Estado podrá comunicarse, incluso con el pueblo mapuche, ya no sólo en tribunales, sino reconociendo el derecho de aquellos que estuvieron acá antes de los europeos. La comunicación es la base estratégica para abrir, de verdad, ese camino de paz. El Estado tiene la obligación de procurar acceso a la información plural y a conversar con todos, respetando sus culturas. Y los gobiernos no pueden olvidar el daño de infiltrar, en vez de mirar a los ojos.