Ardiente paciencia

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Por Jorge Castillo Pizarro
Actualizado el 6 de agosto de 2016 - 12:02 am

Todo el mundo lo apoya y felicita. Pablo Guede se deja querer y explica urbi et orbi cómo piensa sacar a Colo Colo del letargo. Pero el escaso tiempo, la fisonomía del plantel y la propia magnitud de los cambios que quiere imponer conforman un escenario complejo. Se le retrata como una versión actualizada de Claudio Borghi, pero no son pocas las diferencias que los separan.

Cunde el hormigueo en el pueblo albo.

Como no ocurría desde el año2006, con la llegada de Claudio Borghi a la banca, hoy las expectativas están por las nubes. Pablo Guede fue ungido como el nuevo gurú que instalado en el oráculo del Monumental debería llevar al equipo popular a las alturas de las que hace rato fue exiliado por las cosas del fútbol.

Su probada apuesta por un estilo agresivo y ofensivo, siempre recorriendo una cornisa estrecha y resbaladiza, ha cautivado a todos: dirigencia, plantel e hinchada; incluso a periodistas y comentaristas.

Ni siquiera el negativo debut ante Unión Española redujo el optimismo. Es que desde el último título atribuible al ciclo Borghi, logrado por Tocalli en 2009, han transcurrido seis años y doce torneos con muchas penas y pocas alegrías. Apenas dos, con las coronas conseguidas en el Clausura 2014 y el Apertura 2015. En lo internacional, ni hablar. Las dos apariciones en la Copa Libertadores en esta década terminaron como ocurre desde 2008: eliminación en primera fase.

Es mucho para un equipo como Colo Colo. Ha visto como otros clubes del Pacífico han logrado una primacía impensable hasta fines del siglo pasado. Lo reconoció Guede en una de sus tantas entrevistas de estos días. “Colo Colo fue un grande de Sudamérica” fue la dolorosa frase, matizada con la promesa de que el objetivo del nuevo ciclo, al menos a dos años plazo, es reposicionar internacionalmente al equipo.

La interrogante esencial en este fervoroso comienzo es analizar si Guede y los suyos están en condiciones de emular al glorioso elenco de Borghi que aunque desilusionó en la Libertadores supo volar alto en la Copa Sudamericana de 2006.

Lo primero es ver la materia prima de ambos planteles, factor esencial para medir las posibilidades.

En este campo Borghi nadaba en la abundancia. Bravo, Riffo, Sanhueza, Meléndez, Fierro, Valdivia, Fernández, Suazo, Mancilla y Vidal eran, aun admitiendo distintas etapas de sus carreras, tipos de una categoría superior al promedio nacional. La mayoría de ellos fue recogida por Bielsa y el aporte de al menos cinco de ellos a la clasificación a Sudáfrica 2010 no puede catalogarse menos que fundamental. Otros no considerados por el rosarino -Henríquez, Mena, Ormeño, Jerez, Mancilla, Villarroel y Aceval- igual estaban a la altura del juego que plasmó Borghi.

No tiene igual suerte Guede. El aporte albo a la Roja hoy no existe, tras la salida de Beausejour. Hay buenos aspirantes, como E. Pavez, Baeza y Campos, pero nada más. Valdés, Paredes y Fierro se jubilaron de la selección. Solo Villar, que sigue firme en la albirroja paraguaya, y Barroso, cuyo impedimento legal frustró su llegada a Pinto Durán, tienen nivel de selección.

Por ahora, los jóvenes contratados Campos, Huerta, Bolados y Vejar, más sus contemporáneos que ya estaban en el plantel, únicamente pueden ser presagio de un mejor nivel si es que las camiseta no les queda grande.

Tampoco juega a favor de Guede el paso de los años. Borghi tenía un plantel cuyo promedio de edad era de 24,6, considerando a los 26 jugadores que actuaron en el primer semestre de 2006. Los 25 elegidos por Guede promedian 26,16 años.

Aparentemente, nada grave. Aparentemente.

Porque como ocurre con toda estadística (sea deportiva o macroeconómica), el problema aparece al desmenuzarla. Borghi contaba con solo tres jugadores de 30 años o más: el paraguayo Ayala (36), Varas (30) y Villarroel (30). Ninguno de ellos era titular y su incidencia, salvo el empuje del duro Moisés, era casi nula. El soporte lo llevaba la juventud de Bravo, Fierro y Valdivia, todos con 23 años; Riffo y Suazo, con 25, y Fernández, con 20. Sanhueza, Mena y Ormeño recién andaban en los 27, y solo Jerez, con 28, y Meléndez, con 29, subían el promedio.

Se trataba entonces de un equipo libre de molestias musculares y desgarros; fresco, rápido y ágil, aunque todo aquello no le importara demasiado a Borghi, que apostaba por el talento, por sobre todo.

Guede sabe del desequilibrio etario de los suyos. En una primera etapa procurará respetar las jinetas de Villar (39), Fierro (33), Valdés (35) y Paredes (36), pero seguramente intuye que más de alguno, por más tinca que le ponga, no soportará el ritmo que él quiere imponer. Lo malo es que todos ellos, junto con Barroso, son el barniz de categoría, añosa y todo, de un plantel armado pensado más bien en la renovación.

Tampoco juega a favor de Guede el tiempo de preparación. Llegó casi encima del campeonato y su fervor por darle una rápida y urgente fisonomía al equipo más recuerda a los cursos de nivelación 2×1 que a un tránsito normal hacia otro nivel de rendimiento. Borghi tuvo más tiempo para macerar su impronta. Incluso contó con la eliminación en la fase preliminar de la Copa libertadores en un frenético duelo con las “Chivas” de Guadalajara para percatarse de cierta debilidad defensiva que solucionó con la rápida contratación de Meléndez.

La escasez temporal de Guede es más adversa debido al estilo que propugna. Está muy lejos de la reposada mirada de Borghi, sempiterno defensor del buen juego como principal arma de triunfo. Guede solo se le parece en su devoción por el ataque. En lo demás, cero cercanía. Lo suyo es el vértigo, la presión constante, el intercambio posicional y el copamiento territorial a través de una movilidad permanente. Todo ello exige un fiato difícil de logar en cualquier circunstancia, más todavía en medio de un torneo ya comenzado.

Es un mero repaso, pero esclarecedor. Es probable que el pueblo colocolino deba poner a prueba su paciencia más allá de la mostrada en el debut.