¿Alguna vez hemos estado unidos los chilenos?
No contentos con diseminar groseras mentiras y hacer de las “fake news” todo un estilo de campaña, los partidarios del “Rechazo” juran ahora que la Nueva Constitución, a votarse el 4 de septiembre, va a “desunirnos”. Déjense de monsergas, muchachos, que yo nada tengo en común con los bacalaos de este país que se han coludido, con esos huasos platudos que cierran sus predios para impedir que la gente llegue a una playa, o con el guatón charchetudo de Gasco, que echó a unas señoras que a la orilla de un lago sólo pretendían disfrutar del sol y mojarse las patitas.
Por: Lautaro Guerrero
De entre las muchas y groseras mentiras que se han pronunciado por una de las opciones en este período previo al Plebiscito de Salida, del 4 de septiembre, hay una que no sólo me indigna, sino que además me descompone. Es aquella que, sin pudor alguno, nos dice que este proyecto de Nueva Constitución que se le ofrece al pueblo, nos va a “desunir”. Entiendo que, desde el punto de vista de la búsqueda de un objetivo y destino común, porque en todo lo demás hemos estado divididos histórica y ancestralmente.
De partida, para ver y analizar al país, siempre hemos estado divididos. De hecho, la Primera Junta de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810, contó con el apoyo de todos aquellos hartos del yugo de la colonización española, pero también con el rechazo a veces implícito, aunque la mayoría de las veces explícito, de todos aquellos “criollos” que, pasándola bien, sentían que no teníamos para qué revolver el gallinero y que lo más sensato, en pro de ese sacrosanto “orden”, era seguir rindiéndole pleitesía a Fernando VII.
En pleno período independentista, los chilenos estuvimos divididos entre “o’higginianos” y “carreristas”, diferencias que, increíblemente, hasta hoy se mantienen entre algunos historiadores. Más tarde, y con Chile convertido en República, entre “pelucones” y “pipiolos”, despectivos términos que definían y diferenciaban a los más ultra conservadores de aquellos con una concepción política un poco más liberal.
Con breves períodos de artificial paz, las divisiones continuaron. Ahí están las “revoluciones” de 1851 y de 1859 para refrendarlo. Así, hasta llegar a la guerra fratricida de 1891, entre aquellos partidarios del Congreso y quienes apoyaban al Presidente constitucional, José Manuel Balmaceda, que terminó suicidándose en la Legación Argentina tras la derrota del Ejército, que lo apoyaba, frente a la Armada, en el bando contrario. Mientras para el bando vencedor aquello fue una “revolución”, para el sector derrotado se trató de una “contrarrevolución” de los sectores más conservadores de la sociedad, como lo expone el historiador Hernán Ramírez Necochea en su libro “Balmaceda y la Contrarrevolución de 1891”.
¿Chile una eterna taza de leche? ¿Un país unido entre hermanos? Las pinzas, muchachos. Las luchas ideológicas intestinas jamás han parado y hasta se intensificaron luego de la Revolución Industrial de fines del Siglo XVIII y el triunfo de los bolcheviques en la Revolución de Octubre, que culminó con la caída del zar Nicolás II. El surgimiento de una nueva clase –la clase obrera-, agudizó las contradicciones del sistema capitalista, simplemente porque su organización y defensa de derechos la hacían entrar en colisión con los intereses que, naturalmente también, defendían los patrones.
Nada menos que 16 matanzas obreras registra nuestra historia, muchachines. Acaso la más emblemática, por haber quedado registrada en la célebre pieza musical de Luis Advis, interpretada por el Quilapayún, sea aquella de “La cantata de la Escuela Santa María”, de Iquique, pero no podemos olvidar distintas masacres de trabajadores, como las de Forrahue, San Gregorio, La Coruña y Ránquil, entre otras, que, ejecutadas por los “valientes soldados” y las fuerzas de orden, nos fueron ratificando lo unidos que siempre hemos estado.
Y todo eso, ¡horror…!, lo está poniendo en juego esa Convención de idiotas e irresponsables que ahora pretende pasarnos gato por liebre con su texto de tres chauchas.
Déjense de joder, muchachos. Unidos no hemos estado nunca. Ni siquiera para las tan cacareadas “Teletón”, porque se trata de campañas en las que sólo existe un segmento que aporta generosa y desinteresadamente: la gente común. Las empresas, que hacen ostentación de su donación en cifras millonarias, y que llevan al borde de las lágrimas a Don Francisco o al suche que en ese momento lo secunda, olvidan decir que, al final de cuentas, ese dinero también tiene su origen en el populacho, que para cooperar ha preferido aquellos artículos marcados con el “solidario” símbolo.
Si políticamente jamás hemos estado unidos, a no ser que un comunista decida ser padrino de bautizo de un cabro chico de padre UDI, porque ambos son vecinos, tienen buena onda y no se agarran a charchazos, futboleramente hablando tampoco. Vaya usted a juntar en un mismo estadio a albos y azules y verá lo que pasa. Los cabros no se van a unir para cantar villancicos, precisamente. La única vez que hicieron una excepción, y que hasta hoy se recuerda y agradece, fue cuando, tras el estallido social, marcharon juntos por la Alameda para repudiar al gobierno de morondanga de Piñera y el brutal mantenimiento del sistema neoliberal impuesto por la dictadura cívico-militar y cuidado como huesito de santo luego del retorno de la charcha democracia por los propios concertacionistas.
¿Los chilenos unidos? ¿Dónde la vieron, zopencos? En este país tenemos ciudadanos de primera y segunda clase, cuestión que se advierte a cada rato y hasta en los más mínimos detalles. ¿Dónde se concentran los puntajes más altos en la selección de pruebas para ingresar a la Universidad? No en los colegios fiscales ni en los subvencionados, precisamente. ¿Quiénes son los que se van en cana si los pillan en un choreo? Los del rotaje, pues viejo. A los ladrones de cuello y corbata, que por años nos pasaron por el aro abusando y coludiéndose con los precios, a lo más los mandan a clases de ética.
¿Exagero? Para nada. Fíjense nomás en el Metro. Por los barrios “jaibones” transita bajo tierra, bien escondidito para no afear el entorno y mantener la plusvalía de las propiedades aledañas. Pero en cuanto la línea llega a algún barrio popular ésta emerge en toda una antiestética forma de mole de fierro y cemento, ya sea como viaducto o la denominada “de trinchera”, con las vías a ras de calle.
Claro que, cuando veo el Metro como viaducto, y veo los cientos de precarias carpas o callampas que se han instalado debajo, no dejo de preguntarme si esa no será la mejor forma de solucionar un problema de vivienda de larga data para el populacho.
Así es que, muchachos, no nos vengan con esa pomada de la “unidad” entre chilenos. Porque ni ustedes se la creen. No podrían creérsela si al menos tuvieran dos dedos de frente y conocieran al menos una mínima parte de nuestra historia. ¿Qué podría tener yo, un simple trabajador de este país, en común con un Luksic, un Angelini o un Matte, por ejemplo? Mi forma de vida, mis intereses, tienen mucho más en común con un periodista peruano, argentino o boliviano que con los bacalaos mencionados anteriormente, aunque a los tarados que hacen gárgaras con aquello del patriotismo eso les parezca aberrante, casi una blasfemia.
Yo nada tengo en común con esos señores, como no sea mi bandera y mi nacionalidad, de las que por cierto no reniego. Como tampoco tengo nada en común con esos “palo grueso” que impiden mediante cercos que la gente ingrese a una playa, metiéndose por buena parte una ley que debiera ser conocida y respetada por todos. Menos tengo algo que ver con el tristemente célebre guatón charchetudo, ejecutivo de Gasco, que echó de su “playa privada” a unas simples señoras que sólo pretendían disfrutar del sol y mojarse las patitas, en ningún caso quedarse a vivir allí para afear el entorno de su palacete.
Lo malo es que todavía quedan días de campaña para seguir escuchando mentiras y monsergas. Para que esta gentuza del “Rechazo” siga apelando a todo –incluidos spots falsos- con tal de defender sus irritantes privilegios.
Con todo, muchachos, los entiendo. No es fácil haber llevado la vida del oso y poner eso en riesgo en el caso de que el populacho no se deje embaucar –una vez más y como siempre-, por
ustedes. Cualquiera se preocupa y se asusta. Como nos asustamos y preocupamos todos cuando nos enteramos de que la Dictadura nos tenía preparado un paquetito constitucional escrito entre gallos y medianoche y sin el más mínimo derecho a pataleo de nuestra parte.
Dicho esto, comprendo vuestra desesperación y vuestro pánico. Comprendo, también, que echen mano a cualquier cosa con tal de impedir que el pueblo se avispe y los derrote el 4 de septiembre.
Pero preferiría argumentos sólidos de vuestra parte, muchachines. No “fake news” delirantes ni menos esa estupidez de que la nueva Constitución va a desunirnos. Porque lo primero que hay que preguntarse es: ¿alguna vez lo hemos estado?