La poeta Elvira Hernández recibe el Premio Nacional de Literatura 2024

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Por El Ágora
Actualizado el 4 de septiembre de 2024 - 4:53 pm

Queridísima en la escena poética nacional, este premio llega con justicia para una de las poetas más coherentes y con una de las obras más personales de nuestra tradición.

Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO

Nacida en Lebu en 1951, María Teresa Adriasola, que escogió seudónimo como un resabio de la tradición nacional, sostiene una poesía clasificada dentro de la neo-vanguardia chilena y, por qué no, latinoamericana. Aunque ella no se identifica con ser leída desde allí. Algo es cierto: su voz, dulce y tenue, es única dentro del panorama de nuestra lengua, donde hace rato se perfila como una de las poetas que iluminan el camino de las generaciones por venir.

En gran medida, la valoración de su trabajo fue promovida por una generación que raya en los cuarenta años. Me refiero en particular al libro “Actas Urbe” (Alquimia, 2013), que la vinculó con nuevas lecturas e hizo de su nombre una referencia para quienes leen y escriben poesía hoy. Para quienes la conocemos, Elvira es una mujer pausada, delicada en su expresión física, pero de una fortaleza interior inaudita, lejana a las prácticas que hoy viralizan el campo literario chileno, en particular la poesía, donde la trepa es la leva.

Con una obra austera y no muy copiosa, lo que da cuenta de cierta escala de producción y pudor al mismo tiempo, la poesía de Hernández marca la tradición durante los últimos 40 años, junto con otros poetas tan referenciales como Carlos Cociña y Soledad Fariña, entre otros. Este engarce generacional resuena con lo siguiente: “El gran trabajo de la poesía (…) ha sido poder encontrar las palabras adecuadas, que permitan construir ciertos decires y ciertas imágenes con las cuales podamos entrar en diálogo”, como señaló alguna vez.

La adecuación de las palabras en la poesía tiene que ver con el estilo, que en Hernández es todo, ella es una forma de decir(se) en que abre el espacio para el diálogo con el lector/a. De allí, entre otros motivos, que su poesía sea un puente hacia los jóvenes, ya que, siendo una poesía íntima, también resulta dialectal: conecta lo que la dictadura rompió en la lengua con la otra orilla, algo que formalmente está en toda su obra, elíptica, epigramática, económica.

Esa vitalidad se ve premiada, como es tradición, demasiado tarde. ¿Por qué los premios, sobre todo para los poetas, llegan tan tarde? ¿Por qué los premios siempre significan algo tardío? Gran parte de la obra de Hernández estaba escrita desde hace mucho, pero en la carrera institucional y los criterios liberales de la cultura, hay compromisos que modelan un campo de cinismos antiliterarios. La calidad de la literatura chilena está en la poesía, y la novela, entre todas sus etiquetas comerciales, es la parte blandengue y funcional.

Si bien el trabajo de la poeta fue reconocido anteriormente con premios como el Altazor, el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, siempre queda el regusto de que un premio, cualquiera sea, tiene algo de compensatorio. Los poetas también viven antes de los setenta años, para quienes nunca hay derechos de autor.

El primer libro de Elvira Hernández, “La bandera de Chile”, tuvo un periplo clandestino y fue publicado 10 años más tarde de su escritura en la histórica colección “Tierra Firme”, de Argentina, en 1991. Después circuló gracias a Editorial Cuneta, en 2010. “¡Arre! ¡Halley! ¡Arre!”, en 1986, una suerte de libro-instalación, que ya daba cuenta de que esta poesía era algo nuevo. Le siguió “Meditaciones físicas por un hombre que se fue”, en 1987, y “Carta de viaje”, en 1989. Después vinieron “El orden de los días”, publicado en Colombia, en 1991, y “Santiago Waria”, un clásico dentro de su obra, en 1992, publicado por Cuarto Propio. Ya en 2001 publicó junto a Soledad Fariña un libro sobre Juan Luis Martínez, acusando también una afinidad que, si no estaba advertida, había que señalar.

En adelante, las publicaciones disminuyeron su frecuencia y derivaron un poco hacia la anotación, algo menos comprometido, si se quiere, pero más liberado. “Álbum de Valparaíso”, en 2002, y el premiado “Cuaderno de Deportes”, en 2010, rompiendo ocho años sin publicaciones. Fue entonces cuando el editor Guido Arroyo recuperó algunos libros dispersos e inéditos en “Actas Urbe”, en 2013. “La antología de Lumen”, Los trabajos y los días, supuso la consagración de un trabajo sostenido de casi cuarenta años de poesía. Después publicó un libro medio nipón: “Pájaros desde mi ventana”, también por Alquimia, en 2018.

La poesía de Elvira Hernández, que no ha querido ser testimonio de una época, sino la modulación de un silencio donde escribir era poder estar entre tanta ausencia, siempre ha tenido una lectura política por sobre la poética, como si eso le fuera a garantizar cierta vigencia o validez en términos sociales. Una poeta premio nacional merece mayor atención ensayística, por ejemplo, mayor acerbo crítico fuera de la academia, donde leer es una suerte de cancelación perpetua y cíclica.

Para una poeta como ella, lejos de prebendas institucionales, “el día se destripa encima/ y hay que ponerle el hombro para cargarlo”. Es una alegría que este la última edición del premio literario más importante del país haya destacado a la poesía y en particular la poética del tantear/tactar de Elvira Hernández, nuestra querida Elvira.