Qué hay detrás de la erupción croata en el Mundial

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Por José Roggero
Actualizado el 16 de julio de 2018 - 6:34 pm

Sostenidos en la elección de un sistema de juego acorde con sus condiciones atléticas naturales -desoyendo los cantos de sirena de la posesión o de la transición- los guerreros de Zlatko Dalic hicieron saborear a su pueblo una gloria jamás paladeada.

No es fácil explicar el éxito de Croacia en el Mundial.

No lo es porque su eclosión no responde a revolucionarios planes de desarrollo formativo ni a la paulatina amalgama de nativos con migrantes, ambos factores decisivamente influyentes en el avance de Francia, Bélgica e Inglaterra, las otras escuadras que esta vez también llegaron a la cima.

Tampoco puede atribuírselo a su afincamiento en el estilo de posesión o el de transiciones rápidas que se enfrentaron en tierras rusas con amplia ventaja en esta ocasión para el segundo.

Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario puede ser lo más apropiado para definir a esta Croacia que despertó simpatías en todo el orbe.

Es que lo mostrado en el torneo por la «Vatreni» («los de fuego») se sostiene más bien en una calidad futbolística de larga data que el advenedizo entrenador Zlatko Dalic supo macerar con sabiduría desde octubre del año pasado para conseguir este subtítulo inédito.

Aunque arrisquen la nariz al recordarlo, los croatas destacaron desde hace mucho, cuando unidos a sus enemigos de siempre, los serbios, cuajaron en Yugoslavia una de las mejores selecciones europeas entre las décadas de los 30 y los 80. Haber sido dos veces semifinalistas en los mundiales de 1930 Y 1962, cuatro veces cuarto finalistas en 1954, 1958, 1974 y 1990, y dos veces vice campeones en las Eurocopas de 1960 1968, son demostraciones irrebatibles de que en los Balcanes siempre se jugó fútbol de calidad. Y en el seleccionado común, Croacia y Serbia siempre hicieron la fuerza.

Es un talento forjado también en antiguas políticas deportivas de alto y amplio incentivo al deporte que ha hecho de Croacia una potencia mundial también en básquetbol, balonmano, polo acuático y vóleibol, todos deportes colectivos donde estatura, fuerza y una capacidad atlética completa y armónica son la base del alto rendimiento alcanzado.

Lo mismo que mostró el equipo de Dalic en este mundial.

Porque Croacia basó su éxito en un estilo más bien tradicional. Nada de posesión eterna -porque muchos genios con la pelota no tiene- ni transiciones explosivas -porque tampoco cuenta con velocistas de verdad-. Lo suyo fue un fútbol sólido armado desde atrás y con gran capacidad de marca y acoso al rival. Eso en lo defensivo, porque a partir de esa primera seguridad, el equipo era capaz de atacar con profundidad, sobre todo por los costados, donde las duplas Vrsaljko-Rebic (derecha) y Strinic-Perisic (izquierda) consiguieron desbordar continuamente, alimentados por sus cerebros Modric y Rakitic. Eso, y un espíritu de lucha conmovedor, consiguieron llevar a esta selección a alturas insospechadas.

¿Cuánto influyó la mano del religioso Dalic en este súbito progreso?

No es fácil responder. Croacia no hacía una mala clasificatoria en el grupo I de las clasificatorias europeas, pero Islandia se había escapado en la punta y la «Vatreni» compartía el segundo lugar con Ucrania con 17 puntos. A comienzos de octubre del año pasado debió viajar a Kiev para disputar el duelo decisivo, tras un frustrante empate a cero con Finlandia. Ahí fue cuando el legendario goleador Davor Suker, ahora al mando del fútbol croata, jugó literalmente a la ruleta rusa. Tres días antes del viaje sacó al entrenador Ante Cacic y puso a Dalic. Este ni siquiera pudo cambiar jugadores. Armó el equipo como mejor le sonó y venció 2-0, consiguiendo ir al repechaje donde se deshizo de Grecia.

En pocos meses no fue mucho lo que varió Dalic. Apelando a lo más seguro, mantuvo la base del plantel de Cacic. Mal que mal, 13 de ellos ya habían llegado a cuartos de final en el Mundial de Brasil 2014. Con algunos cambios posicionales y mucha motivación espiritual, algo siempre relevante en el pueblo croata, armó la estructura que encantó en Rusia.

Un logro increíble para una nación de apenas 4,2 millones de habitantes (menos de un cuarto de la población chilena) y víctima de varias diásporas (las más debilitadoras a fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20 y después, a comienzos de los años 90, por culpa de la guerra contra Serbia). Pero que se explica a partir de toda esa rica historia deportiva ya descrita, que en el fútbol significa que el 3 por ciento de su población lo practica (en Brasil la tasa es del 1 por ciento).

Pero lo que vendrá ahora para el fútbol croata es difícil predecirlo.

De partida, buena parte del plantel actual no llegará a Qatar 2022 porque ronda o supera los 30 años. Partiendo por Modric y Rakitic. No se avizora tampoco una transformación formativa, y el fenómeno migratorio africano y árabe no llega a sus costas, por lo que se le hará difícil fabricar jugadores capaces de soportar la marea francesa, belga, inglesa, alemana o española, símbolos de estrategias formativas rupturistas y multiculturales.

Poco tiempo ha tenido Davor Suker para pensar en proyectos similares a aquellos. Su afán ha sido barrer con toda la corrupción anidada en la estructura del balompié croata. Más allá de eso, nada nuevo se huele todavía

Puede entonces que el mundo del fútbol tarde muchos años antes de ver a otra Croacia a esta altura. Sin ir más lejos, 20 años debieron transcurrir antes de que la maravillosa generación de Suker, Boban y Prosinecki, tercera en Francia 98, tuviera una escuadra que la superara.