Revelan estudios sobre megaestructura hundida en el Mar Báltico
La estructura arquitectónica, conservada impecablemente bajo el agua, es objeto de estudios debido a que las estructuras de la Edad de Piedra permiten conocer en mayor detalle las culturas Mesolíticas y de la Edad de Hielo tardía, también conocida como glaciación Würm.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: AGENCIAS
La vida que llevamos en las metrópolis del mundo nos hace olvidar que este espacio de tiempo en que la humanidad ha existido un día será cubierto nuevamente por las aguas del mar. Las mareas suben en un movimiento connatural, baste ver el caso de Venecia.
Recientemente descubrieron en el Mar Báltico una especie de fortaleza de cazadores hundida bajo el mar, a unos cuarenta metros de la superficie. La estructura arquitectónica, conservada impecablemente bajo el agua, es objeto de estudios debido a que las estructuras de la Edad de Piedra permiten conocer en mayor detalle las culturas Mesolíticas y de la Edad de Hielo tardía, también conocida como glaciación Würm.
Estas estructuras no sobrevivieron a través de la evolución poblacional del subcontinente de Europa Central. El estudio explora una megaestructura en la bahía de Mecklenburgo, Alemania. Se estima que fue construida unos 10.000 años atrás y que quedó bajo el mar durante la transgresión Littorina alrededor de 8.500 a.p. Desde entonces ha estado oculta en el fondo marino.
Las cuencas del Mar Báltico preservan estructuras de la Edad de Piedra que no sobrevivieron sobre la Tierra. Este descubrimiento es de gran importancia porque permite entender el flujo de las mareas y estimar ciclos en el alza de las mismas. Para esto se requieren estudios multidisciplinares, que cruzan la arqueología con las geociencias.
En el estudio liderado por el oceanólogo Jacob Geersen, del Instituto Leibniz para la investigación del Mar Báltico, más la Universidad de Kiel, se emplearon datos hidroacústicos de gran resolución, donde se muestran imágenes de la fortaleza y muestras de sedimento.
Los datos entregados revelan que la megaestructura estaría hecha por piedras que miden menos de un metro de altura y menos de dos centímetros de ancho, puestas una al lado de la otra, a lo largo de 971 metros. Es, a todas luces, trabajo humano. También señalaron que el muro, construido de forma irregular, fue erigido en una zona cercana a un antiguo lago ya desaparecido.
Los investigadores también afirman que “la fecha y la interpretación funcional sugerida del Blinkerwall (nombre con el que han bautizado a esta construcción) convierten a la estructura en un descubrimiento emocionante, no sólo por su antigüedad, sino también por la posibilidad de entender los patrones de subsistencia de las primeras comunidades de cazadores-recolectores”.
Por el modo en que está construido el muro y su ubicación, con características muy particulares, no responderían a un origen natural, como un maremoto, el deshielo o actividades modernas. Al respecto, los investigadores sostienen que “existe un detalle que no puede explicarse en absoluto por procesos naturales y que nos indica el posible origen antropogénico de la estructura: la ubicación preferencial de las piedras más grandes y pesadas en los puntos de ruptura o recodos”.
Esta sospecha bien fundada los llevó a concluir que el muro habría sido construido por cazadores-recolectores que vivieron allí hace casi 10.000 años, quizá como una suerte de redil para facilitar la caza de animales grandes como el reno euroasiático. También, debido a lo específico de las piedras utilizadas, definen a esta estructura como estacionaria, cuya construcción requirió una importante mano de obra.
Hay alrededor de 1.385 piedras de menos de 100 kilos, que bien pudieron ser trasladadas por grupos humanos, pero hay otras 288 que son mucho más grandes y que cargarlas no parece ser una hipótesis viable, al menos para la evolución técnica en ese momento y en esa zona particularmente. La hipótesis es que esas rocas fueron empujadas cuesta abajo y después arrastradas hasta la megaestructura.
El estudio publicado en la revista científica PNAS nos hace pensar en cómo un trabajo tan grande, armonioso y práctico para quienes lo hicieron, esté sepultado bajo uno de los mares más fríos y que su hallazgo permite conocer más sobre esas culturas y sobre los cambios en el océano.