Columna de Nicolás Henríquez Suazo: Consecuencialismo, el perverso objetivo final de la educación chilena
¿Qué busca nuestro sistema educativo? Podemos decir que busca potenciar y favorecer el desarrollo conjunto en equidad y justicia. De ahí la importancia de vincular a las familias en el proceso educativo.
Por NICOLÁS HENRÍQUEZ SUAZO / Foto (referencial): ARCHIVO
El consecuencialismo (también conocido como ética teleológica) sostiene que una acción es moralmente correcta si produce un buen resultado. Las consecuencias de una acción o norma generalmente superan todas las demás consideraciones, es decir, «el fin justifica los medios».
Definiciones como éstas las podemos encontrar de manera fácil y espontánea en diversas fuentes. Lo preocupante es cómo se terminan aplicando a las explicaciones sobre procesos o fenómenos importantes para nuestra realidad como lo es la educación chilena.
Desde hace décadas y producto de los cambiantes contextos históricos y sociales, la llamada política educativa establece miradas implícitas y explícitas de derecho independiente del paradigma o situación por la cual se le requiera usar. Esto genera la necesidad de utilizar formas de distribución de recursos y de valoración de los sujetos y grupos sociales entendiendo así mismo cada uno de los elementos propios del discurso educativo que se pone en discusión.
El aumento de la pobreza y de las desigualdades sociales particularmente con la municipalización de la educación pública, las políticas de mejora que aparecen desde el retorno a la democracia en la década del noventa resultaron una modalidad de intervención posible y necesaria que apuntan necesaria y urgentemente a obtener consecuencias. No importa entonces el camino, si no la meta.
Entonces, ¿qué busca nuestro sistema educativo? Podemos decir que busca potenciar y favorecer el desarrollo conjunto en equidad y justicia. De ahí la importancia de vincular a las familias en el proceso educativo. Se busca también formar ciudadanos que logren impulsar procesos más complejos apuntando al desarrollo del país. Así mismo se pretende la promoción de los derechos humanos, el respeto a la diversidad, participar y aportar, desarrollar íntegramente y una serie de elementos más.
Con esto inmediatamente nos debemos cuestionar cómo se refleja todo esto dentro de la sala de clases.
Al parecer la declaración de intenciones en décadas de reflexión no tiene el resultado esperado. Cada vez son más las brechas entre estudiantes de distintos sectores socioeconómicos. Lo mismo ocurre entre estudiantes hombres y mujeres. Aprendizajes disfuncionales dependiendo del segmento y sector geográfico. Desarrollo profesional docente dispar a los requerimientos del sistema. Rendimientos atrasados, injustos y poco simbólicos. Espacios educativos anquilosados, extemporales, marcados por formas y sin fondo. Autoridades del nivel central, locales y directivos de comunidades escolares que corren por vías paralelas en torno a los objetivos propuestos sobre lo que ocurre dentro del aula. Una sociedad entonces alejada y discordante de los procesos educativos.
Necesariamente debemos recordar que post dictadura, las desigualdades educativas se hicieron más complejas de resolver. Por un lado, permitieron romper con la aparente homogeneidad que todavía imperaba en el sistema educativo, e identificar a las escuelas en las que se congregaban los y las estudiantes con mayores niveles de pobreza y vulneración. Sin embargo, por el otro lado, generaron en ciertos casos estigmatizaciones y efectos perversos. Dieron más a los que menos tenían y generaron una acción redistributiva, eso sí no reconocieron en sus planteamientos de soluciones las características y problemáticas específicas de las escuelas. Asumieron ciertas funciones del resto de las políticas sociales, pero encontraron fuertes dificultades para articularse con ellas y con el resto de las políticas educativas.
Las reformas existentes hicieron evidente el impacto del deterioro social sobre el sistema educativo, pero no cuestionaron los modos a través de los cuales el propio sistema educativo profundizaba las desigualdades lo que se evidencia en los resultados actuales.
Sin embargo, las consecuencias que se buscan son básicamente económicas. Tener mayor calificación de quienes después del término de todos los procesos educativos busca consecuencias inmediatas que giran en esos términos. Ampliar la cantidad de trabajadores y trabajadoras también. Esto implica poner a la escuela al servicio de las necesidades de ampliar la masa laboral y no llevar un proceso educativo que apunte a calidad con consecuencias más a largo plazo.
Esto es correcto para quien piensa así un sistema, sin embargo, ha sido absolutamente perjudicial para familias, niños y niñas.
Es urgente repensar en las circunstancias que vivimos y el estado de las cosas con nuevos pilares educativos. Estamos a tiempo de reorganizar el sistema educativo considerando transformaciones reales en distintos aspectos tanto administrativos como curriculares.
Debemos abandonar el concepto de consecuencialismo que ha sido tan dañino por décadas en la formación escolar y apuntar a un nuevo contrato social que permita educar de manera íntegra, justa, acorde a los requerimientos sociales.
NICOLÁS HENRÍQUEZ SUAZO
Profesor de Estado en Historia y Geografía. Magíster en Educación. Investigador en Educación en el área de Justicia Educativa y desarrollo de procesos educativos.