La época dorada de Hagi y compañía
En el fútbol -ya que no en política- para Rumania todo tiempo pasado fue mejor. O al menos lo fue en un período preciso cuya brillantez en cancha jamás ha sido repetida por equipo rumano alguno.
La segunda mitad de los 80 y toda la década del 90 marcan el cenit del fútbol de los Cárpatos. Quince años protagonizados por un grupo de jugadores excepcionales en la historia del balompié rumano, formados en la dictadura de Nicolae Ceaucescu y que se las arreglaron para que la selección y el principal equipo del país se encaramaran en lo más alto de Europa y causaran admiración generalizada.
Hasta entonces en Chile solo sabíamos del fútbol rumano por el baile que su selección le dio a la nuestra, una fría noche de mayo de 1982 cuando la Roja de Luis Santibáñez se despedía en público antes de ir a hacer el ridículo al Mundial de España.
Lo ocurrido esa noche fue un presagio de lo mal preparado que estaba el equipo de “Locutín” para las ligas mayores. Si la derrota ante los rumanos no accionó las sirenas de alarma fue solo porque el “equipo de todos” era usado por la dictadura casi como una gesta patriótica y por los medios de comunicación como una fuente segura de ingresos por transmisiones televisivas y radiales y venta de diarios y revistas deportivas.
Mirado a la distancia, el 2-3 final puede no ser desdoroso para las nuevas generaciones. Pero quienes presenciamos el partido podemos dar fe que lo del primer tiempo fue un baile rumano zanjado con tres goles.
Mucho se ha hablado después de que la dirigencia chilena presionó en el entretiempo a su par rumana para que bajaran las revoluciones en la reanudación del partido. Nadie lo ha probado, pero lo claro es que en la segunda mitad el huracán rumano se apaciguó y la Roja logró dos descuentos que amortiguaron la afrenta.
Hubo tipos entre esos verdugos que alcanzaron a disfrutar la era dorada empezada en 1986. El lateral Rednic, el extremo Balint y, sobre todo, Laszlo Boloni, un conductor de lujo, proveniente de la minoría húngara, antecesor del gran Gheorghe Hagi.
Ellos tres formaron en el sorprendente Steaua de Bucarest -el equipo del Ejército rumano y protegido por el régimen- que en 1986 ganó la Copa de Europa de clubes (antecesora de la Champions League) al batir en definición por penales al Barcelona, que intentaba por segunda vez ganar el trofeo continental más importante.
Esa vez el héroe nacional fue el portero Helmuth Duckadam, surgido de otra minoría étnica en suelo rumano, la alemana.
El 7 de mayo de ese año, los jugadores catalanes sucumbieron ante la imponente figura de ese arquero de gruesos bigotes que atajó nada menos que cuatro penales y le dio a la Europa del Este su primer título de clubes.
Lamentablemente, un aneurisma en su brazo izquierdo, apenas meses después de la hazaña, obligó a Duckadam al retiro y a verse apartado de los mejores años de la selección rumana.
Años que comenzarían en el Mundial de Italia 90 y culminarían en la Eurocopa de 2000.
El arquero Stelea, los defensas Petrescu, Popescu y Belodedici, los volantes Munteanu, Lupescu y Hagi y los delanteros Lacatus, Dumitrescu y Raduciou estuvieron de principio a fin en ese período inigualado.
La categoría de ese grupo, tal como la de otros con menos permanencia en el proceso, quedó reflejada no solo por el éxito de la selección sino que por su militancia en los mejores clubes europeos.
Junto con el título del Steaua, dos octavos y un cuartos de final mundialistas y un cuartos de final en Eurocopa son la síntesis de esas campañas. Puede que esas figuraciones no sean impresionantes en sí mismas, pero la evaluación cambia si se les desmenuza.
Un empate y una victoria contra Argentina no son poca cosa. Tampoco lo es doblegar dos veces a la mejor Colombia de la historia y hacer lo mismo con Inglaterra. O batir a la Unión Soviética y Alemania.
Si la cima le fue vedada a Rumania, ello se debió a inesperadas defecciones en definiciones a penales frente a Eire y Suecia o en tiempo normal contra Italia y Croacia.
De todos modos, esos resultados entraron a la historia de su país, metieron a Hagi, el “Maradona de los Cárpatos”, entre los mejores futbolistas de la historia mundial, y no han podido ser replicados por las nuevas generaciones.