Los señores rusos
Nunca fue un rival frecuente ni menos un enemigo odiado, es cierto. Pero tres de sus duelos con la Roja figuran entre los más importantes de la historia del fútbol chileno.
Es que el gol de Leonel Sánchez a Lev Yashin en Arica en 1962, la igualdad en Moscú en 1973 y la posterior no presentación soviética en la revancha en Santiago del duelo doble que daba pasajes al mundial de Alemania 1974 están revestidos, por distintas razones, de un áurea especial.
Es la historia futbolística entre Chile y la Unión Soviética, cuyos escasos logros fueron heredados -decisión de la FIFA mediante- por Rusia, hoy de moda por ser anfitrión del próximo Mundial y de la Copa Confederaciones, y adversario de la Roja mañana, en un amistoso que ahora sí tendrá alguna utilidad para el equipo nacional.
Será el primer partido de Chile contra Rusia. Los siete restantes los disputó con la Unión Soviética, casi todos en la década del 60, cuando el equipo comunista era una potencia mundial que ganó una Eurocopa y fue cuarta en un mundial. Estatura lograda, eso sí, gracias a que sus planteles mezclaban a rusos y ucranianos, preferentemente, pero que también entrometían a algunos georgianos, bielorrusos y armenios cuando la ocasión lo ameritaba.
Su deslavado nivel actual puede llevar a equívocos a los hinchas chilenos. La URSS siempre fue más que Chile. El recuento de siete partidos disputados arroja cuatro triunfos soviéticos, una igualdad y apenas dos victorias nacionales, una de ellas por secretaría.
De las cuatro derrotas, tres fueron amistosos jugados en el Estadio Nacional en 1961, 1966 (ambos antes de los mundiales de Chile e Inglaterra) y 1967, año de la única goleada. Fue un 1-4 en que el goleador Eduard Streltsov anotó tres tantos, cuando vivía su resurrección luego de un paso por Siberia, adonde fue enviado durante cinco años a cumplir trabajos forzados tras haber sido acusado de violación, en un caso nunca suficientemente aclarado.
La cuarta claudicación fue en el Mundial de Inglaterra. Los soviéticos vencieron 2-1 y se desquitaron de la impensada derrota sufrida cuatro años antes en Arica, en el Mundial de Chile. Dos goles de Valeri Porkujan y un descuento de Rubén Marcos sellaron la desilusionante campaña nacional que despertó así abruptamente de su sueño del tercer lugar en 1962.
Justamente la única victoria chilena en cancha ocurrió el 10 de junio de 1962, en cuartos de final del Mundial casero. La URSS venía con el ánimo por las nubes luego de haber sido campeona de Europa en 1960. Además contaba con una leyenda del fútbol, su arquero Lev Yashin, apodado la “Araña negra” por su capacidad para llegar a todos los rincones del arco y su uniforme invariablemente de ese color.
En una época de escaso intercambio futbolístico intercontinental, Yashin no había palpado en carne propia lo que significaba un misilazo de Leonel Sánchez. Es cierto que un año antes ambas escuadras habían disputado su primer duelo, un amistoso cerrado con un 0-1 a favor soviético. Pero Yashin no lo jugó, sino que su reemplazante Maslachenko.
El caso es que en el minuto 11 del partido jugado en el Carlos Dittborn, el zurdo de la U clavó en el primer palo de Yashin un tiro libre cobrado en posición diagonal izquierda. Vendría luego el empate soviético, a los 26 minutos, y tres minutos más tarde el desnivel definitivo chileno gracias a Eladio Rojas.
“No sabían que Chile tenía a un tal Leonel Sánchez que le pegaba bien a la pelota”, ha repetido después el gran Leonel, cada vez que se le recuerda aquel tanto que Julio Martínez bautizó en pleno relato radial como “justicia divina”, una exclamación que también pasó a la historia.
Pero el epílogo de estos duelos está embadurnado de tristeza y vergüenza.
El azar futbolístico hizo que a fines de 1973 la URSS y Chile debiesen dirimir en una disputa doble quién iba al Mundial de Alemania 1974. Lo que pudo ser una confrontación normal quedó atrapada por la historia política.
Quince días antes del encuentro jugado en el Estadio Lenin de Moscú se produjo el sangriento Golpe Militar y la selección dirigida por el “Zorro” Álamos viajó con el corazón partido en dos, tanto por el impacto sufrido por los jugadores partidarios de la Unidad Popular como por la incertidumbre de llegar a la nación que de un día para otro se había convertido en enemiga.
Todo ya es archi conocido. El heroico empate a cero, con el equipo nacional metido en su arco, soportando como podía los embates soviéticos. Escasas fotos enviadas por las agencias internacionales dan chispazos de objetividad a un duelo del que solo sabemos por los recuerdos de los jugadores, no siempre apegados a la estricta realidad. Nadie nunca ha podido hacerse de la filmación y a estas alturas ya es poco probable que alguna vez sea hallada en algún archivo de la televisión o cineteca moscovita.
Si aquel encuentro fue bautizado como el “partido de los valientes”, la revancha en Santiago fue el “partido de la vergüenza”.
En noviembre de 1973 el Estadio Nacional todavía sabía a sangre y terror cuando la FIFA decidió que la revancha de la clasificatoria debía jugarse en ese recinto que durante varias semanas después del Golpe había servido de campo de reclusión, torturas y fusilamientos de los partidarios de Salvador Allende.
Para resolver lo impensable la FIFA –dirigida por el inglés Sir Stanley Rous- envió previamente a una comitiva que inspeccionara el recinto y decidiera si podía alojar al partido decisivo.
Llegaron a Chile el vicepresidente de la FIFA, el brasileño Abilio D’Almeida –furibundo anticomunista- y el secretario general, el suizo Helmuth Kaeser. Su recorrido por el recinto deportivo, en el que aún había vestigios del horror sufrido fue un formulismo. La FIFA había decidido de antemano que el encuentro se jugase allí.
Restaba entonces conocer la decisión de la URSS. Como no podía ser de otro modo, la dirigencia soviética declinó viajar, aduciendo la condición de campo de concentración que había tenido nuestro principal coliseo.
Vino entonces la guinda de la torta. No contenta con decretar la victoria chilena 2-0, la FIFA y la Asociación Central de Fútbol (ACF) montaron un show vergonzoso escenificado a las 18:30 horas del 21 de noviembre.
Aprovechando el amistoso contra el Santos de Brasil organizado para celebrar la clasificación al Mundial de Alemania, se dispuso que la Roja ratificara su triunfo por secretaría anotando un gol en el arco sur, obviamente vacío.
El encargado de convertir fue Chamaco Valdés, que poco antes de viajar a Moscú había logrado que liberasen del mismo Estadio Nacional a Hugo Lepe, ex seleccionado del 62 y adepto a la UP. Por esas paradojas de la vida -más bien del fútbol- entre los pocos miles de espectadores de esa tarde en el Nacional estaba el mismo Lepe, según el mismo relató años atrás, antes de fallecer prematuramente. Haciendo de tripas el corazón, el ex jugador y arquitecto volvió al lugar de sus pesadillas como agradecimiento al gesto valiente de Chamaco y de sus compañeros que permitió su liberación y la del “súper crack” Mario Moreno.
La foto de aquel gol muestra a Chamaco pateando casi en la línea del arco. Más atrás lo observaban Carlos Reinoso, Sergio Ahumada y Julio Crisosto. Y detrás de ellos el árbitro chileno Rafael Hormazabal, que dio el pitazo para el inicio de la jugada ridícula.
Un absurdo absoluto para el cierre de una relación que este viernes en Moscú comenzará a ser reescrita después de 44 años.