Columna de Carlos Cantero: Más síntomas de nuestra anomia, crimen organizado y narcotráfico
Observo los acontecimientos de Ecuador y me pregunto: ¿cuál es la real situación del crimen organizado en Chile? ¿Tenemos total conciencia de nuestra situación? ¿Tenemos un diagnóstico actualizado y compartido en el país? ¿Será distinto al de Ecuador, Colombia, Venezuela o Perú? Nada puede ser peor que mirar con desdén y sentirnos ajenos a esta realidad, o pensar que acá estas bandas operan de manera distinta…
Por CARLOS CANTERO / Foto (referencial): ARCHIVO
Mientras esos hechos se desarrollan, en Chile el mal se viraliza en la sociedad. Muchas instituciones se miran el ombligo, ajenas o evadidas de esta catástrofe en proceso. Liderazgos y vocerías le bajan el perfil, y otros tantos medios de comunicación (incluido TVN), marquetean y gestionan audiencias con estas “productos” de la cultura narco.
Para muestra, mírese el programa del Festival de Viña del Mar, el cual fue denunciado con coraje y coherencia por Alberto Mayol.
En Chile, avanza la anomia en el contexto de una pandemética. Una inmunología deprimida permite que múltiples males se desplieguen en el organismo institucional, sin la contención adecuada. Un proceso que parece ser generalizado en Latinoamérica. Es grave no tener un buen diagnóstico que permita atender oportunamente un tema tan delicado: para grandes males se requiere grandes remedios. Situaciones complejas, multidimensionales y multicausales, como las observadas, no se superan simplificando la solución.
Algunos piden, “no alarmar”; otros, “no ser tan pesimistas”, porque, por cierto, estos temas tienen también una dimensión subjetiva. Para un porcentaje de la gente, se impone la normalización de la narcocultura (normosis), promovida por algunos medios de comunicación. Lo que para unos es pesimismo, para otros es realismo. Son apreciaciones distintas de los estándares de la ética y de los límites de tolerancia (landmarks).
Las métricas de la crisis ética que viene agudizándose en la última década son muy evidentes. Entre otras, los problemas de probidad, la declarada deshonestidad público-privada, la creciente corrupción en el ámbito estatal, incluido el ámbito municipal.
También ayudan la banalidad de la política, la lenidad de la justicia, la vacuidad valórica en los medios (con excepciones), el desdén y superficialidad de las instituciones llamadas actuar de contención; todos, elementos que no dejan de sorprenderme. Los niveles de violencia y la delincuencia en nuestras ciudades están desbordados. La anomía en la Araucanía, con atropellos a la vida de muchas personas, la alteración del orden y el atropello al estado de derecho, es un ejemplo.
Todas estas situaciones son nimias, si consideramos lo que nos ocurre con el despliegue del crimen organizado y el narcotráfico en el país, cuyos parámetros son elocuentes y que se han profundizado por la inmigración, a la que contribuimos con el equívoco y desprolijo llamado de Cúcuta. A ello se agrega la desatendida agenda sobre el tema y la negligente postergación (por años) de la Ley de Migraciones en Chile.
Esto empeora si observamos los resultados que denotan la crisis de la educación o cuando autoridades intentan tapar el sol con un dedo, como cuando el ministro de Justicia intenta justificar las (impresentables) reuniones de ministros en acciones de lobby no declaradas, rayanas con el tráfico de influencias.
Esa actitud de la autoridad alienta la falta de probidad y la corrupción. Coherencia, consecuencia y decencia: lo menos que se puede esperar de quienes tienen que actuar, imperativamente, dando el ejemplo…