Yo lo viví: El día que aplaudimos a Bobby Charlton
En Rancagua fui testigo del duelo que Inglaterra perdió con Hungría en el debut de ambos en el Grupo 4 del Mundial de 1962. Pese a la derrota, el gran jugador británico fue el mejor de la cancha.
Por JULIO SALVIAT / Foto: ARCHIVO
Ya lo he contado varias veces: el premio por mi licenciatura en la educación media fue un abono para la subsede de Rancagua en el Mundial de 1962. Aún conservo el contrato con el Banco Francés e Italiano que, a nombre mío, firmó mi padre, que trabajaba en el campo como cajero de la hacienda El Toco.
Pagó 13,09 dólares, en dos cuotas (equivalentes a unos 132,34 dólares de la actualidad. O sea, alrededor de 124 mil pesos).
En mi condición de abonado, llegué tempranito el 31 de mayo de ese año a la galería surponiente del estadio que había maquillado la Braden Copper Company, dueña del mineral que tiempo después -nacionalizado- tomaría el nombre de El Teniente. Estaba nuboso esa tarde y la cancha aún no se secaba totalmente después del aguacero de la noche anterior. Lo primero que me llamó la atención es que no había lleno total. Nunca lo hubo en esa subsede.
Me entusiasmé, como todos, con la entrada de los equipos. De camiseta blanca y pantalón negro, el favorito Inglaterra; de pantalón blanco y camiseta roja, la prestigiosa Hungría. No les tenía fe a los magyares. Los había visto en un encuentro de preparación y la selección chilena les metió cinco la noche en que se consagró Alfonso Sepúlveda, ausente después en este Mundial. Pero me sorprendieron muy pronto.
El partido se jugó casi en silencio. Y resultó uno de los mejores, si no el mejor, de este torneo. Incluso se extendió el mito de que la pelota nunca salió por las líneas laterales: sólo por el fondo de la cancha en los dos arcos. Inglaterra tomó la iniciativa desde el comienzo, con un dominio persistente. El arquero Gyula Grosics, que era el capitán, tuvo trabajo desde temprano. Y los dos centrales, Kalman Meszoly y Erno Solimosy, destacaron por su fortaleza física y su gran juego aéreo.
Ese dominio me permitió fijar la vista en Bobby Charlton (foto principal).
Algo había escuchado de él. Las lecturas en la revista Estadio me habían puesto al tanto de que él, el joven Bobby Moore y el delantero Jimmy Greaves eran los puntales del cuadro inglés. Pero una cosa eran los antecedentes y otra verlos en vivo.
Charlton usaba la camiseta con el número 11, propia de los punteros izquierdos. Pero se le vio poco junto a la raya. Era, más bien, un todocampista que ayudaba mucho en defensa, colaboraba en la creación y llegaba con frecuencia a culminar la jugada.
Era fácil seguirlo. Tenía el cabello claro y ya se adivinaba que venía la calvicie. Pero lo que más me impresionaba era el fuelle para tanto correr.
Hungría dio la sorpresa esa tarde. Se zafó del dominio inglés pasado el cuarto de hora inicial y comenzó a contraatacar con peligro. Una de esas transiciones terminó con una combinación precisa que culminó Lajos Tichy, apodado en esos tiempos como “El Bombardero de la Nación”, con un potente remate desde fuera del área.
Igualó Inglaterra comenzando el segundo tiempo, con un penal que cometió el central Karol Leszoly tapando en la línea y con la mano un remate que iba al arco y que fue muy bien servido por el volante Ron Flowers. Los húngaros desnivelaron promediando la segunda etapa con una gran jugada de Florian Albert, una de las estrellas de ese equipo: ganó la línea de fondo y, cuando se esperaba el centro, remató sin ángulo engañando a todos.
Dos a uno ganó Hungría, dando la primera gran sorpresa del campeonato. Y el partido siguió en mi recuerdo por dos factores: el excepcional nivel del juego y la calidad de Bobby Charlton, que me pareció el mejor jugador de la cancha. La selección magyar clasificó primera en su grupo y, cuando se alzaba como aspirante al título, después de golear 6-1 a Bulgaria y empatar sin goles con Argentina, fue eliminado en cuartos de final por Checoslovaquia en un partido que ganó el arquero checo Viliam Schroif con sus increíbles atajadas.
Inglaterra se rehabilitó en el encuentro siguiente venciendo por tres a uno a Argentina. Para los británicos anotaron Flowers (otra vez de penal), Charlton y Greaves. Ese encuentro no lo vi: hice un canje con mi hermano mayor, que tenía abono en Santiago. Él se quedó con este partido y yo con el histórico Chile-Italia… Creo que salí ganando.
A Bobby Charlton lo volví a ver cuando Inglaterra igualó sin goles con Bulgaria, con la clasificación asegurada. Y otra vez me deslumbró con su movilidad, su sentido de juego colectivo y la enorme influencia que ejercía en sus compañeros. A esas alturas de nuestras vidas, no imaginaba que iba a ser campeón mundial en 1966, que se convertiría en el gran guía en los títulos locales e internacionales del Manchester United, que recibiría el honor de ser considerado por la FIFA como el mejor jugador inglés de todos los tiempos y que tendría el honor de bautizar al estadio de Old Trafford como El Teatro de los Sueños.
Cuando terminó ese partido, mis aplausos fueron para el 11 de Inglaterra, el gran batallador que murió hace pocos días, con 86 años, por causas naturales.
PORMENORES
Campeonato Mundial 1962, primera ronda, Grupo 4, 2ª fecha.
Estadio: Braden Copper Company, Rancagua.
Público: 7.938 espectadores.
Árbitro: Leo Horn, de Países Bajos.
Hungría (2): G. Grosics; S. Matrai, K. Leszoly, E. Solymosi, G. Sarosi; F. Sipos, G. Rakosl; K. Sandor, Albert, A. Tichy y M. Fenyvesi. DT: Lajos Barotti.
Inglaterra (1): R. Springett; J. Armfield, B. Moore, M. Norman, R. Wilson; R. Flowers, B. Douglas; J. Greaves, G. Hitchens, J. Haynes y B. Charlton.
Goles: 17’, Lajos Tichy (H); 59’, Ron Flowers, penal (I); 70’, Florian Albert (H).