Las pequeñas y grandes perversidades en las canchas de fútbol: entre la “chispeza” y la crueldad

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Por Julio Salviat
Actualizado el 1 de diciembre de 2016 - 11:21 pm

Una cualidad que obligatoriamente necesita un jugador es la que Gary Medel bautizó como “chispeza” y que consiste en la ocurrencia de una maniobra que pueda remover la confianza del adversario y darle réditos a su equipo. Avivadas hubo siempre en el fútbol, y se les considera parte del juego.

El problema es saber dónde está el límite. No es lo mismo “¿de dónde saliste, muerto de hambre?” que “mataste a tus amigos, asesino c…”. Ante lo primero ya nadie reacciona: es muy viejo y está demasiado repetido. Con el otro hay que tener más cuidado (ver columna).Y es el que hace recordar episodios de todo tipo, no sólo verbales, en que los futbolistas se enorgullecieron por su “chispeza” o se avergonzaron por sus estupideces.

Los violentos

Como en muchos aspectos del fútbol, los boquillazos y las tocaciones fueron exportados por argentinos y uruguayos. Desde los albores del fútbol sudamericano ellos comenzaron a practicar mañas destinadas a alterar o disminuir anímicamente a sus adversarios.

La “leña” mal intencionada también partió de por ahí. En crónicas antiguas se advierte que los chilenos “golpean ingenuamente, mientras los rioplatenses lo hacen con disimulo y sabiduría”. Hubo, por supuesto, algunos que nada disimularon. Uno de los más cochinos de la historia sudamericana es el volante uruguayo Julio Montero Castillo. El hijo, más conocido por las generaciones actuales, Paolo Montero Iglesias, es un pan de Dios al lado de su progenitor. Y eso que el ex defensor de la Juve está considerado entre los grandes “carniceros” del fútbol mundial.

Para las clasificatorias al Mundial México 70, jugando en el Estadio Nacional, Montero Castillo dejó “inválidos” a dos piezas clave del equipo chileno: Alberto Fouillioux y Francisco Valdés. Tito no se pudo recuperar para la revancha en Montevideo, que se jugó casi un mes después. “Chamaco” no quiso ir: antes de salir en camilla, escuchó que Montero Castillo le decía “aquí te pegué suavecito, allá te mato”.

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Otro ejemplar digno de mención en este sentido es Luisito Suárez, otro charrúa, pero en este caso goleador. Empezó regalando codazos y terminó dando mordiscos. Su primera víctima conocida fue Otmann Bakkal, un holandés de origen marroquí, en un duelo del Ajax con el PSV Eindhoven. Sus cualidades caninas quedaron expuestas también en un Liverpool-Chelsea, en Inglaterra, cuando marcó los dientes en el brazo de Branislav Ivanovic. Pero el mordisco más famoso fue el que le dio a Giorgio Chiellini en un partido de Uruguay con Italia en Brasil 2014. El árbitro no lo expulsó, pero igual fue suspendido por nueve partidos oficiales en su selección.

Argentina también tuvo sus desalmados. Independiente de Avellaneda ganó la Copa Libertadores de 1964 y 1965 con una dupla de centrales integrada por Rubén Marino Navarro y el uruguayo Tomás Rolán. En cada uno de sus respectivos países, y antes de que se conocieran, a los dos los apodaban “Hacha Brava”.

Como en todas partes se cuecen habas, los ingleses recuerdan a Nobby Stiles, campeón del mundo en 1966; los españoles, al portugués Pepe, defensor del Real Madrid; en Francia, a Eric Cantona, que repartió patadas a sus rivales y a un hincha cuando jugaba por el Manchester United inglés.

¿Y en Chile? Huella y “huellas” dejaron Carlos Contreras, mundialista del 62, y Leonel Herrera, del gran Colo Colo 73. El de peor fama fue el “Chacal” Iturra, defensor de Ferroviarios en los años 70, que afuera de la cancha era como cabro chico.

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Los saca pica

“Y vos, ¿a quién le ganaste?”, le dijeron los uruguayos a Neymar la primera vez que los enfrentó por su selección. Y el delantero de Barcelona fue figura en ese partido. Como lo vieron flaquito y con cara de niño, trataron de impresionarlo. “¡Maricón!”, le espetó Pereira cuando salía expulsado después de cometerle una falta. Neymar le lanzó un besito, y ahí terminó todo.

Otro que demostró nervios de acero fue el colombiano Carlos Valderrama. jugando por el Real Valladolid. Cuando esperaba cerca del primer palo un córner que venía desde la izquierda, Michel, delantero del Real Madrid, le apretó las bolas. Aparte de mirarlo con cara de sorpresa, el chascón de melena rubia no hizo ni siquiera un gesto de desagrado.

No siempre se puede actuar con tanta sangre fría. Edinson Cavani no soportó que Gonzalo Jara practicara proctología con él, y le lanzó un manotazo. El defensor “se desmayó” con el impacto, y el uruguayo se fue expulsado.

Mejor suerte, enfrentado a Jara, tuvo Luis Suárez en un duelo anterior: el guapo de Hualpén le agarró los genitales y el charrúa respondió con un cortito de derecha en plena barbilla del agresor. Ninguno de los dos lloró y el árbitro no se dio ni cuenta.

Otro que no pudo resistir una agresión verbal fue Zinedine Zidane, que esperó el peor momento para reaccionar y ser expulsado. Fue en la final de la Copa del Mundo en Alemania 2006. Francia e Italia jugaban la prórroga y estaban 1-1 cuando aplicó un cabezazo en el pecho a Marco Materazzi, que había hecho una alusión a su hermana. Zidane se estaba salvando, pero un español que oficiaba de árbitro ayudante lo acusó al principal, el argentino Horacio Elizondo, y éste lo expulsó.

A Esteban Pavez le queda mucha carrera por delante. Pero la crueldad que cometió contra Diego Buonanotte al recordarle un accidente en que murieron tres de sus mejores amigos lo perseguirá seguramente hasta que cuelgue los botines.

Este análisis también lo puedes leer en el periódico Cambio 21.