Columna de Sebastián Gómez Matus: ¿Habrá otro tema para el cine chileno?
El debut en la dirección de Manuela Martelli vuelve sobre las mismas fechas funestas y con el mismo código de representatividad del arte político… y la misma actriz con cara de sufrimiento. 1976 es una película más sobre el mismo tema de siempre.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: 1976
Si se acabara Chile -que de alguna manera ya se acabó y lo que vivimos es una inercia neoliberal que sólo traza su camino hacia la nada, que no es otra cosa que la destrucción-, digo, si se acabara Chile y una expedición extraterrestre quisiera reconstruir la historia de nuestro país a través de su arte, se aburriría de inmediato al darse cuenta de que la gran mayoría de las obras, sobre todo en cine, se tratan de lo mismo o es el mismo tema abordado desde una “nueva” perspectiva.
Además, no podrían reconstruirlo, porque Chile y lo que queda de él, es mucho más que eso. Y a pesar de que la metonimia parece casi total, todavía hay gente que está cavando un túnel para escaparse de la mediocridad artística que reina y reditúa con la memoria y el dolor del país. Además, la gran mayoría de la ciudadanía ni se da por enterado de este arte tan importante que circula por las salas europeas.
Hay un problema mayúsculo, sobre todo en el arte autoproclamado político, que no sale de un sector porque la gente está envenenada viendo series medievales o las mismas teleseries que filman los elencos de las películas.
Más que un síntoma, parece una enfermedad. La metonimia artística con la representación política del dolor que se vivió en la dictadura cívico-militar no tiene límites; es una especie de mina seudoartística inagotable.
Manuela Martelli no quiso ser la excepción y quiso retratar la dictadura desde la perspectiva de una mujer de clase alta que va a ver la remodelación de su casa en la playa ¡en pleno 1976! y termina volviéndose una especie de alma sensible y caritativa que descubre el horror por default. Si hubiera un mínimo de pensamiento (un mínimo de ética artística), esta película estaría condenada al fracaso crítico y al éxito de taquillas en los festivales europeos, para quienes están hechas estas películas.
Después de todo, o antes que todo, el cine más parece un negocio que un arte. Al menos el cine chileno. No obstante, resulta agible el hecho de querer subsanar la mala conciencia de la clase alta con “arte comprometido”. Nunca está lo suficientemente repetida la cuña de Lihn cuando en el año 1981 les pidió a los poetas comprometidos que por favor se comprometieran con la poesía. ¿Acaso no hay otra posibilidad, teniendo todos los recursos que tienen, tanto técnicos como financieros?
La poca gente que ha intentado hacer cine realmente no está ocupada en hacer un repetitivo arte de la memoria o un agotador arte político, categorías que han terminado por colmar la percepción del arte al punto que el cine o el arte que no es político parece burgués o liso y llano onanismo. Mientras, en la película de Martelli está retratada la clase alta con conciencia de clase y, por supuesto, feminista.
¿Hasta cuándo Antonia Zegers diciendo frases del tipo “traidora de la patria” o hasta cuándo Aline Kuppenheim en un cameo eterno fumando depresivamente? Si este es “nuestro” cine, ¿qué podemos pedirle a “nuestro” Gobierno?
La frase de Raúl Ruiz cada vez cobra más sentido: “Si te portas mal en esta vida, en la otra te conviertes en chileno”.
Así nos va como país, incautos, ingenuos, creyendo en un discurso progresista cuyo neoliberalismo hace aguas por doquier. Como si el arte no fuera político en sí mismo y hubiera que volverlo una caricatura de sí y, de paso, ridiculizar al país y las formas que muestra (hacia fuera, incluso reproduciendo un paternalismo europeo).
Gracias a los dioses de la marginalidad y a las diosas de la vanguardia tenemos la poesía, aunque nadie la lea, al menos nadie de los que fungen de artista para el vulgo apantallado. El arte de Chile, el verdadero y genuino arte a la chilena, está siendo escrito, y no precisamente por gente apellidada de rostros infinitamente aburridos. En otros términos: hay gente que vive de verdad, a pesar de todo.