Nunca tan cerca: Sudamericano juvenil de 1975

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Por Carlos Pérez
Actualizado el 25 de agosto de 2016 - 8:51 pm

1975 fue un año de mucha acción futbolera en el país. Indirectamente nos vimos involucrados en diversas instancias que terminaron irremediablemente en decepciones: el polémico vicecampeonato de América conseguido por Unión Española en Copa Libertadores, la triste eliminación de la Selección mayor de la Copa América (restaurada desde 1967, cuando se había jugado por última vez) a manos del futuro campeón, Perú. El tercer eslabón en la cadena de tristezas deportivas lo constituyó la campaña de la selección juvenil en el campeonato Sudamericano disputado en Lima y que, coincidentemente, tuvo su desenlace una semana después de la derrota de la Selección en Copa América.

La séptima edición del Campeonato Sudamericano Juvenil contó con la participación de seis combinados: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú y Uruguay. En esta época el torneo era una buena vitrina pata potenciar planteles en las ligas locales. Lima albergó los quince partidos entre el 9 y 23 de agosto.

La expedición chilena fue liderada por el técnico Orlando Aravena, quien debió lamentar en la víspera la baja de Juan Carlos Quiroz (arquero de O’Higgins) y Jorge Cabrera (delantero de Ferroviarios). La delegación chilena estuvo formada por:

Arqueros: Oscar Wirth (Universidad Católica) y Teodoro Gantz (San Antonio Unido)

Defensas: Jaime Vildósola (Antofagasta); René Serrano (Concepción), Álvaro Becker (Magallanes), Manuel Herrera (Palestino), Raúl González (Santiago Wanderers) y Augusto Vergara (Universidad de Chile)

Mediocampistas: Juan Soto (Ñublense), Rubén Gómez (Ovalle), Jaime Palma (Ferroviarios), Fredy Bahamondes (Linares), Claudio Mena (Santiago Wanderers) y Leonel Gatica (San Luis).

Delanteros: Ricardo Mena (Colo Colo), Gustavo Moscoso (Universidad Católica), Sergio Romo (Universidad de Chile) y Juvenal Vargas (O’Higgins).

Así, mientras la actuación de la Selección estaba a la sombra de lo que ocurriría con la adulta, Revista Estadio titulaba en su edición 1671 “Juveniles en Lima, de la sorpresa a la admiración”, lo que se condecía fielmente a lo observado en las primeras fechas: victorias consecutivas sobre Brasil (1-0, con gol de Juvenal Vargas), Argentina (3-0, con anotaciones de Jaime Palma a los 37’, Juan Soto a los 50’ y Sergio Romo a los 77’ ) y Perú (2-0, con doblete de Gustavo Moscoso), abrían una inédita esperanza de campeonar. La figura era Oscar Wirth, imbatido y con gran ascendiente sobre sus compañeros.

La jornada del 19 de agosto, se midieron los favoritos al campeonato: Chile, que llegó con seis puntos, contra Uruguay, con cinco. Un buen resultado para la Roja aseguraba medio título, asumiendo que los charrúas cerraban el torneo con los brasileños. El partido fue tácticamente poco atractivo, recién en los treinta minutos se constató un equilibrio que se tradujo en pocas acciones de riesgo en las áreas.

El descanso era el mejor aliado para el plan de Aravena: no perder. El cálculo era esperanzador y ni siquiera las escaramuzas lideradas por Hebert Revetria (que en los 80’s jugó en Colo Colo) tras la reanudación parecieron inquietar a Wirth. Hacia el minuto 60, un claro penal en favor de Chile fue sancionado como jugada peligrosa, y diez minutos más tarde, Juvenal Vargas obligó a una brillante intervención al meta Rodolfo Rodríguez. Dos nuevas oportunidades para los de Aravena, a los 77 y 83 minutos, terminaron por escribir la historia de un trabajado empate 0-0.

Faltaba el paso final. El partido ante Bolivia, que venía a los tumbos, 2-2 con Perú, 1-5 con Brasil, 1-2 con Uruguay y 0-3 con Argentina, asomaba casi como un trámite para los nacionales. Sin embargo Estadio, como una premonición hace eco de algunos miedos en la parcialidad chilena: “Eso de que ‘el equipo chileno es el mejor’ empieza a sonar como una ironía que solo los chilenos saben comprender. Porque ya lo han escuchado otras veces y al final solo ha servido el consuelo…”

“Los cabros van a entrar a ganar con desesperación. A liquidar el partido temprano. Y eso nos puede complicar todo, así que los voy a cansar en el entrenamiento previo, así no entrarán tan ansiosos a la cancha”. Las palabras de Orlando Aravena reflejan el ánimo y la confianza de un equipo que tras los ritos cabalísticos de rigor, inició su partido ante los altiplánicos con la idea de convertirse en campeones invictos y sin goles en contra.

Los primeros 10 minutos dieron cuenta de la desesperación aludida por el «Cabezón»: cuatro llegadas y un gol anulado a Chile por off side. Fue la tónica de la primera etapa, que se vio ampliamente marcada por el dominio chileno. El segundo tiempo será una exhalación reflejada en la impericia de anotar y el control del balón del mediocampo boliviano.

El empate en blanco se agigantó como una cruel constatación de lo que vendría. Tras los 90 minutos, la posibilidad del título, que ahora se aleja, se refleja en curiosas fórmulas discutidas en el Nacional limeño: proclamar campeones a Chile y Uruguay (que vence a Brasil 2-0 en el juego de fondo, igualando en puntaje a los chilenos) o jugar dos partidos para dirimir al campeón, uno en Santiago y otro en Montevideo. Lo concreto es que 48 horas después se debe jugar la definición por el título entre Chile y Uruguay.

“Se jugó como nunca y se perdió como siempre”

La cita de Edgardo Marín, testigo presencial de la actuación chilena en Lima, resume lo vivido en los casi 20 días de aventura en suelo peruano. Lo cierto es que el juego ante los uruguayos estuvo casi de más. El sentimiento de efervescencia se apagó en la terrible noche del 26 de agosto de 1975.

A los 17 minutos, Juan Ramón Carrasco vulnera por vez primera en el torneo la valla de Óscar Wirth (algunos medios atribuyen el gol a Umpiérrez, pero un acierto fotográfico de Estadio permite distinguir a Carrasco en el momento en que dispara y bate la portería de Wirth).

Tras la apertura del marcador, será Juan Soto quien disponga de las mejores ocasiones para empatar: a los 42 y 55 minutos. El empate chileno, a los 69 minutos, fue obra de Raúl González, que en gran incursión ofensiva superó a Rodolfo Rodríguez. Así se llegó al minuto 90, con un leve predominio físico de los nacionales, que no supieron plasmar en intensa media hora de suplemento dicha ventaja. Se llegó de esa manera a una instancia desconocida para los nuestros. La primera definición a penales oficial en que se vieron involucrados los intereses de Chile. La serie se desarrolló de la siguiente manera:

Palma (Chile); travesaño. 0-0.
Ortiz (Uruguay). Gol. 0-1.
Vergara (Chile); tapó Rodríguez. 0-1
Pierre (Uruguay). Gol. 0-2.
Wirth (Chile); tiró afuera. 0-2
Carrasco (Uruguay). Tapó Wirth. 0-2.
Bahamondes (Chile). Gol. 1-2.
Revetria (Uruguay). Gol. 1-3.

Para cerrar, tres observaciones reseñadas por Marín en Revista Estadio, y que merecen ser consideradas en el análisis como las causas del cometido chileno en Lima: la falta de convicción para ganar, el poco orden anímico y escasez de frialdad en los penales y la falta de creatividad en la cancha, reflejada en escasa personalidad ante los clubes del Atlántico.

Sin duda, historia conocida, por lo menos durante algunos años más. Luego vendrán en la historia algunas satisfacciones aisladas: los triunfos en Uruguay y Brasil por Copa Libertadores por ejemplo. Argentina se hará esperar un poco más.

De la Selección, varios nombres se inscribirán en la memoria futbolística del país: Oscar Wirth jugó en Colo Colo, la U, la UC y Cobreloa, además de Valladolid (España). Integró la nómina mundialista de España 82 junto a Gustavo Moscoso. Fredy Bahamondes, Juvenal Vargas, Rubén Gómez y René Serrano hicieron buenas campañas en sus clubes, mientras el resto se perdió en el triste anonimato del “pudo ser, pero no fue”.