[Opinión] ¿Prendamos el fósforo?
El dirigente Juan Goñi propuso hace medio siglo echarle parafina al fútbol chileno y encender fuego para quemarlo y refundarlo. En estos días, cuando el campeonato nacional languidece, cuando la actuación internacional es miserable y el desinterés directivo cunde, dan ganas de hacer lo mismo.
Fue a fines de los años sesenta, ya apagado el fervor que produjo el Mundial del ’62, cuando Juan Goñi formuló un juicio que hasta hoy es recordado por su acritud y certeza: “Al fútbol chileno hay que echarle parafina y prenderle un fósforo”.
El destacado dirigente, nombrado posteriormente vicepresidente vitalicio de la Fifa (cuando un cargo ahí era un honor, y no un desprestigio como ahora), quería decir que la actividad -tal como se estaba desarrollando- no daba para más. Había que refundarlo.
Nadie le hizo caso, y el fútbol chileno se mantuvo en la mediocridad durante medio siglo, con esporádicos fulgores (Colo Colo 73 y 91, Unión Española a mediados de los setenta, Cobreloa de los 80, la U de la Supercopa, la selección en Copa América 86, Francia 98 y Juegos Olímpicos de Sydney), variados desastres (Copa Libertadores y Sudamericanas; etapas clasificatorias a los Mundiales de México 70, Argentina 78, Corea-Japón 2002 y Alemania 2006; Mundiales de Inglaterra 66 y España 82) y escándalos mayúsculos (el Maracanazo como estandarte).
Hasta que llegó Marcelo Bielsa y provocó un remezón. Con un contingente promisorio, se dio a la tarea de enmendar el estilo de juego de la Roja. Con él al frente, ya no seríamos los tímidos de siempre que íbamos a las competencias a desempeñar papeles decorosos y a plantear partidos de chico a grande para que no nos golearan.
Bastó poco tiempo para que los jugadores entendieran su idea, para que el público captara el cambio y para que los rivales comenzaran a preocuparse.
Interrumpido su proceso por la llegada de Jorge Segovia a la cabecera de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional, ratificó su renuncia cuando asumió Sergio Jadue. Al “Loco” le basó una conversación de media hora para saber que estaba en frente de un chanta poco confiable. La mayoría de los periodistas chilenas nos demoramos bastante más en descubrirle la máscara. Y los dirigentes no quisieron verlo hasta el momento mismo en que la justicia estadounidense lo invitó a radicarse en ese país y sus pares pudieron meterse en su escritorio.
El desfalco de Jadue y sus cómplices, más el silencio culpable de sus colegas representantes de clubes, pavimentaban el camino que vislumbró Goñi: era el momento para echarle parafina al fútbol chileno y tirarle un fósforo prendido. Esa desgracia estaba dando la gran oportunidad para refundar el fútbol chileno con una mirada seria, moderna, innovadora.
Había una afición expectante y apoyadora y se agregaba un seleccionado nacional triunfador, asistente a dos Mundiales consecutivos y protagonista destacado en uno de ellos. Además, campeón de la Copa América y tercero en el ránking mundial de selecciones.
¡Y no hicieron nada! Sólo cambiaron al presidente y trajeron a un seleccionador nacional decente que logró revalidar el título de la Copa América. Ni siquiera se fueron todos los que acompañaron a Jadue y ocultaron sus maldades. Y todavía no castigan a los integrantes del Consejo que nunca pidieron cuentas.
Perjudicaron a la actividad, además, al proponer torneos sin descenso para salvar el patrimonio de los dueños de los clubes, que pretendían contratar menos jugadores para disminuir los costos. Con eso demostraron que el espectáculo no les interesa.
Esa política que han implantado las Sociedades Anónimas Deportivas no es nueva. Desde un comienzo esquivaron dar la lucha frontal contra la violencia en los estadios. Preferían que fuese menos gente a sus partidos, porque eso les significaba menor costo en guardias de seguridad. Sumando y restando, que es es lo único que saben hacer, llegaban a la conclusión que les bastaba con los recursos que les daba el Canal del Fútbol y podían jugar con las gradas vacías sin que les afectara mayormente.
Claro: a ellos no les afectaba, pero a la gente que le gusta fútbol sí los perjudicaba.
Con esas operaciones aritméticas estos mercaderes del fútbol llegaron también a la conclusión de que es preferible comprar jugadores que formarlos. Descuidaron conscientemente, por lo tanto, el trabajo en las divisiones menores.
Todos esos desaciertos han repercutido de una u otra manera que el nivel de los equipos chilenos sea pobrísimo en la competencia internacional.
En la última versión de la Copa Libertadores, Colo Colo y Cobresal no pasaron a la segunda ronda, mientras Universidad de Chile ni siquiera ingrsó a la fase de grupos. Balance: TODOS los equipos chilenos eliminados rápidamente.
A la actual Copa Sudamericana clasificaron Universidad Católica, O’Higgins, Universidad de Concepción y Palestino. Los tres primeros fueron eliminados inmediatamente por clubes que están lejos de ser potencias. Sólo Palestino cumplió bien su tarea y está en segunda fase.
Lo curioso es que los tres eliminados parecían tener la clasificación a su merced. La UC necesitaba dos goles de diferencia (y ninguno en contra) para doblegar a Real Potosí, de Bolivia. Estuvo con la cuenta a favor buena parte del partido en San Carlos de Apoquindo, perdió un penal y regaló el empate. ¿Culpa de Mario Salas, como acusan los hinchas? ¡Nada!: primer gran culpable, David Llanos. Cómplice, Cristián Álvarez.
Universidad de Concepción llevaba dos goles de ahorro a La Paz y el Bolívar le hizo tres. O’Higgins sacó un empate valioso en Montevideo frente al Wanderers uruguayo y no pudo abrochar la clasificación en Rancagua, donde el villano fue el argentino Gastón Lezcano, que malogró un penal durante el partido y condenó a su equipo al perder otro en la definición.
Palestino era el que parecía tener más problemas: había ganado 1-0 en el Monumental, y requería de un empate para pasar de ronda o una derrota por un gol de diferencia para ir a los penales (si no anotaba) o clasificar (si hacía uno o más). Y los tricolores convirtieron tres en la revancha con Libertad en Asunción.
El balance, en todo caso, es negativo. Pero no sorprendente. Desde el 2011, cuando la U de Sampaoli se adjudicó este torneo, los equipos chilenos han ganado apenas el 42,19% de los puntos disputados. Y ninguno llegó a instancias elevadas.
En momentos así, cuando se ve una competencia mustia, una actuación internacional deficiente y ningún interés en mejorar la actividad interna, dan ganas de seguir el consejo de Juan Goñi.
¿Alguien tiene un fósforo? Yo pongo la parafina.