Columna de Marco Sotomayor: La caída de la Casa Frei

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Por Marco Sotomayor
Actualizado el 26 de marzo de 2023 - 10:08 am

Mi padre siempre se declaró «freísta». Más que demócrata cristiano, le atraía el discurso y la estampa mesurada y de estadista que proyectaba Eduardo Frei Montalva. Hoy, la familia que construyó junto con su esposa, María Ruiz-Tagle Jiménez, parece desmoronarse. También, toda la DC. Inevitable pensar en alguna alegoría, como la de Edgar Allan Poe que tomé para titular esta columna.

Por MARCO SOTOMAYOR / Foto: ARCHIVO

Una imagen que recuerdo desde niño fue la de Frei Montalva, saludando desde el balcón de su casa en calle Hindenburg (comuna de Providencia) a sus enfervorizados seguidores. Entre ellos, don Mario Sotomayor, con su hijo Marco, de cuatro años, en sus hombros.

Contexto: la escena acontecía meses antes de las elecciones de 1970, cuando Salvador Allende, Radomiro Tomic y Jorge Alessandri pugnaban por llegar a La Moneda.

Frei estaba cerca de entregar su administración que, como muchas otras, ofrecía luces y sombras: importantes reformas sociales, entre las primeras, y la total oscuridad de la matanza de Pampa Irigoin…

Eran otros tiempos. Otro Chile y otra Democracia Cristiana.

A pesar de sus raíces claramente burguesas, la Decé alcanzó alto respaldo en sectores populares durante las décadas 50 y 60, acompañada, siempre, por el apoyo explícito de la Iglesia Católica y por el pensamiento de Jacques Maritain, principal ideólogo del humanismo cristiano.

En Chile, llegó al gobierno en 1964.

Con el advenimiento de la dictadura cívica-militar del ’73, Frei Montalva, quien apoyó el Golpe en sus inicios, fue tomando distancia del régimen. A fines de los 70, ya era un claro y potente opositor. Tanto así, que el círculo cercano al genocida resolvió el problema como solía hacerlo: asesinándolo.

Le inyectaron una solución mortal, mientras estaba hospitalizado en la Clínica Santa María.

LA DECADENCIA

Parte importante de la DC apoyó la llegada de Pinochet: Aylwin, Zaldívar, el propio Frei y otros connotados dirigentes respaldaron a los uniformados, quienes habían prometido reestablecer la institucionalidad y llamar prontamente a nuevas elecciones. No cumplieron ni lo uno ni lo otro.

Esta razón aceleró el distanciamiento de Frei, con las consecuencias ya descritas.

Otros «ilustres» decés, sin embargo, optaron por una de las herramientas que mejor dominan: negociar. Y lo hicieron sobre la base de no mover el modelo económico impuesto por la mafia de los Chicagos Boys, pero -y aquí lo más grave- garantizar la impunidad total del genocida y de su entorno cercano (civiles y militares).

Y ahí se jodió todo, como hubiese escrito Vargas Llosa. La triste sentencia: «Justicia en la medida de lo posible», dicha por Aylwin, ahorra mayores comentarios.

Pero el juego de la DC no paró allí: Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sucesor de Aylwin, dio varios pasos más allá: ordenó el rescate de Pinochet cuando fue detenido en Londres por disposición del juez español Baltazar Garzón (historia que da para otra columna).

Fue así como, tras casi un año y medio de arresto domiciliario en la capital inglesa, el dictador fue trasladado a Chile donde recibió una calurosa bienvenida por parte de las máximas autoridades del país.

Escenas que aún avergüenzan.

CARMEN ENCENDIÓ LA ALARMA

De los siete hijos del matrimonio Frei Ruiz-Tagle, tres de ellos han tenido mayor visibilidad mediática: Carmen, Eduardo y Francisco.

La primera, ex senadora de la república, paulatinamente se fue separando de la vida pública para volcar sus energías en la investigación por la muerte de su padre. Con perseverancia, impidió el cierre del caso (con exhumación del cuerpo, incluido) hasta determinar la verdad: Frei Montalva había sido envenenado.

Aquí es donde la historia de la dinastía Frei Ruiz-Tagle se nubla: el distanciamiento de Carmen con su hermano Eduardo; la irrupción de Francisco, hoy condenado por estafar en miles de millones, también a Eduardo; el extraño silencio del resto de los hermanos… Un quiebre total. La fractura de una familia que vertebró por décadas el partido democratacristiano.

Y, como los Frei, la DC también se quebró. Asomaron como líderes las voces más reaccionarias del partido (los Walker, los Rincón, los Chaín), dirigentes de precario aporte valórico y que terminaron por escindir la colectividad.

Poco queda de la vieja DC, de las enseñanzas de Maritain o del humanismo. Huérfana de referentes éticos (pensemos en Andrés Aylwin), el partido cayó en las fauces de hipócritas y neoliberales, muchos (as) de los (as) cuales, incluso, ya abandonaron la tienda para transitar por la derecha dura.

Algo parecido a la historia reciente del PS: los caraduras que lideraron la conversión hacia un «socialismo renovado» (derechización del partido) rápidamente mostraron sus garras de operadores políticos, oportunistas o de parásitos que viven (o han vivido) del Estado gran parte de sus vidas: Andrade, Arrate, Escalona, Elizalde, Letelier, Allende Bussi, Fernández…

Puede sonar ésta una tesis antojadiza, pero el desmoronamiento del clan Frei deshizo, quizás, el último bastión que pudo tener el partido para reencontrarse con sus viejos valores y retomar proyectos históricos, algo que, desesperada y aisladamente, intentan hacer militantes como la alcaldesa Claudia Pizarro y, en menor medida, los senadores Yasna Provoste e Iván Flores.

Voces que, para desgracia del centro político (y de la democracia en su conjunto), sólo encuentran eco en los rincones desvencijados de la ya vetusta Casa Frei.