Columna de Felipe Bianchi: No podía ser de otra manera
Era obvio. Cuando se trabaja mal, cuando las bases están podridas, da lo mismo si la materia prima es más o menos (como ha sido la tónica en nuestra historia), mejor que lo habitual (como trataron de hacernos creer ciertas voces interesadas) o está por debajo del promedio continental. Sin un buen proceso, sin dirigentes inteligentes, dedicados y con capacidad de gestión, y sin un cuerpo técnico experimentado, que dé el ancho, no hay cómo competir. Punto. Ese fue el caso, anunciadísimo, de la Sub 20. El fracaso estaba escrito.
Por FELIPE BIANCHI LEITON / Foto: ARCHIVO
En los tiempos que corren, donde cualquiera opina de fútbol en los medios quitando espacios a quienes con los años han logrado organizar y sistematizar cierto nivel de ideas, de información, de conexión de áreas temáticas, de historia; en años como éstos donde zutano y mengano ocupan cajones que debieran ser usados, uno espera, por gente con la formación, la independencia, la capacidad y la valentía para cantar las verdades cuando corresponda y a quién corresponda, en estos tiempos llenos de trampas y atajos -tiempos mediocres y a ratos cobardes donde la disidencia suele ser castigada- pueden ocurrir cosas que demarcan, al menos por un tiempo, el campo de batalla. Momentos bisagra, que le llaman, y definen un antes y un después en el discurso y las fronteras.
La debacle de la Sub 20 en el reciente Sudamericano, su espantosa participación jugando siempre muy mal, tanto en lo colectivo como en lo individual, su presentación pobrísima, sin ideas, sin ritmo, sin reacción, sin variables ni estatura competitiva alguna, la pésima y merecida ubicación (cuarto entre cinco) en un grupo que parecía de lo más accesible (con Ecuador, Bolivia y Venezuela entre los rivales), es de esos hechos que marcan y debieran llevarnos a revisar, una vez más, cómo se está trabajando en el balompié nacional y quién nos está “informando” de ello.
Cuando para la pandemia el fútbol chileno decidió frenar durante más meses que nadie la competencia de menores y hasta despedir a quienes trabajaban con infantiles y juveniles porque “salía caro”, cuando se decidió pagar los premios de los jugadores adultos de la Selección con parte del dinero destinado a la formación, cuando se botaron millones a la basura con los carísimos y fracasados planes de Cagigao, Castrilli o el abogado Carlezzo, fueron pocos, muy pocos, los que criticaron como correspondía esa suma de torpezas. La gran mayoría prefiero callar, mirar para el lado, meter las dudas bajo la alfombra. Eso era lo que convenía.
Tanto en el Consejo de Clubes -cada vez más lleno de neófitos, representantes de jugadores y mercanchifles momentáneos- como en los medios, donde se confunden como nunca las fronteras entre las relaciones públicas y los negocios, se dejó de analizar críticamente el ejercicio del poder. Y se generó el panorama perfecto para un nuevo y sonado desastre.
En ese territorio devastado, con escasa expresión de verdadero periodismo (léase como lo que es, un sinónimo de controlar y vigilar siempre al poder) algunos venían diciendo hace rato que el trabajo de la Sub 20 era malo. Muy malo. De bajo nivel. Se veía en los partidos amistosos, en las nóminas, en las formaciones y en el estilo de juego… si es que alguna vez el equipo lo tuvo. Se notaba en el discurso permisivo, tibio y mediocre de los dirigentes, que empezaron a buscar excusas desde un comienzo para lo que pintaba como un proceso débil y que cayeron en el total descrédito con el nombramiento del cuerpo técnico: a usted se le puede haber olvidado, pero generó sorpresa y quejas, llamó la atención desde el primer día, la falta de experiencia y de trayectoria de Ormazábal y Mirosevic, los designados. De hecho, se tomó como un cariñito del hoy ausente Cagigao al empresario de moda más que un acto de justicia.
Yo acuso, dijeron unos pocos, los mismos de siempre, y como es habitual nadie escuchó. Igual que para los robos de Jadue y su tropa, igual que para las crisis de Azul AZul y Blanco y Negro, igual que para el trabajo tibio y gris de Pizzi, Rueda o Lasarte.
Pero luego vinieron las derrotas, el bajo nivel de juego y los evidentes fracasos individuales de quienes se suponía eran las figuras del equipo (siguen sin convencer ni marcar reales diferencias ni Assadi, ni Osorio, ni Yáñez, ni Cruz, ni Ossa… y si eso les pasa entre juveniles, imagínese contra adultos). La guinda de la torta llegó con la absoluta falta de reacción y de ideas antes, durante y después de los partidos de parte del técnico e incluso sus excusas absurdas y casi terminales (“son niños, no hay que criticarlos”). Recién ahí algunos encendieron las alarmas. Pero ya era tarde porque era obvio hacia dónde marchaba esta historia.
Y, de hecho, hacia dónde está marchando el fútbol chileno hace bastante rato con la complicidad de abogados, productores e ingenieros comerciales que han decidido tomarse los medios y prácticamente expulsar de ellos a cualquier voz crítica y disidente (normalmente venida del periodismo universitario) para remplazarla por piezas afines y útiles a la industria (normalmente ex jugadores). El peor escenario posible.
El drama de esto, aparte del regocijo que por razones obvias genera en los malos dirigentes, es que después la gente se enoja con los periodistas y comentaristas y les enrrostra no haberlos alertado a tiempo del horror. ¿Perdón? ¿En serio? Que la Sub 20 era un desastre se dijo en todos los tonos en algunos lugares todavía inmunes a la peste de la “conveniencia”. Una y otra vez. Semana a semana. Y si usted no lo escuchó es hora de que vaya cambiando de medio, de programa o de comentaristas… porque lo están estafando. Así de simple.
Alguien entendió y convenció a los dueños de los medios que el cliente no era el público, sino los auspiciadores o los socios comerciales. Y se vino la noche. Pasó hace rato, por si acaso. Ante sus narices.