Columna de Felipe Bianchi: Todos la vimos venir (no digan después que no)
Dejando de lado todas las señales, todos los consejos, y hasta todas las restricciones legales que ha impuesto el Congreso de Chile, los clubes nacionales y la ANFP decidieron vender el torneo de primera división a las polémicas casas de apuestas. Es decir, hacer negocios, asociarse y meter en el mismo cajón -bien apretaditos, arropados y engarzados- a los protagonistas del juego y a los que reciben las apuestas relativas al resultado de ese mismo juego. No suena bien, nada de bien. ¿O tanto hemos cambiado como país?
Por FELIPE BIANCHI LEITON / Foto: ARCHIVO
La dicotomía mental -y muchas veces moral- con la que suelen funcionar los dirigentes del fútbol chileno los lleva de tanto en tanto -en el último tiempo diríamos que habitualmente- a hacer o a decidir cosas que a cualquier otro mortal, más o menos normal, le resultarían insólitas. Suicidios conceptuales y hasta legales que tarde o temprano traerán lógicas y legítimas consecuencias. Claro, están tan acostumbrados, por décadas, a hacer las de Quico y Caco sin jamás pagar por ello, son tantos y tan numerosos los ejemplos a su haber de pilatunadas, trampas y engañiflas de mayor y menor tonelaje, que se sienten inmortales, capaces de todo, intocables.
Si no fuera así, resultaría inentendible que, en el exacto momento en que la Cámara de Diputados, por unanimidad -y vaya que cuesta conseguirla- decidiera la semana pasada que las casas de apuesta deportivas son hoy ilegales en Chile (por no someterse a las mismas reglas que los casinos, los hipódromos o la Polla y la Lotería, es decir por no pagar impuestos y, en su mayoría, no tener sede en el país, lo que las hace difíciles de perseguir legalmente), justo en ese momento, justo la misma semana, con una sincronía diga de mejor cosa y como si se hubiese llegado a aplicar un acuerdo previo, los encargados de la ANFP anunciaban que el nuevo auspiciador del torneo nacional de Primera División sería…una casa de apuestas. Genial. Si no fuera tan gracioso darían ganas de llorar. Bueno, en realidad dan ganas.
Por si no bastara con lo absurdo que resulta ir tan de frente contra la ley -como en el chiste de loro contra el tren- la ANFP amplía hasta el paroxismo el territorio y el rango potencial de hacer negocios sucios. Veamos: si las casas de apuestas, los clubes y por extensión los jugadores y la dirigencia, en resumen el fútbol profesional entero, pasa a ser socio comercial y mantiene tratos económicos, los más importantes, con casas de apuestas deportivas, entra en territorio complejo, que uno supondría vedado.
Que un jugador retirado o un periodista o un arquitecto o un médico le hagan propaganda a una de estas empresas puede ser debatible desde el territorio de la credibilidad o el auge de la ludopatía… pero no lleva implícito el germen de un potencial delito.
Ahora, si el material mismo de esas apuestas (clubes y jugadores) pasan a ser los socios de la empresa que se dedica a recaudar fondos a partir de los resultados y las alternativas de los partidos que esa misma gente luego tendrá que jugar, no hay que ser muy inteligente para notar que estamos frente a un caso clásico de cruce de intereses.
Puede que se arreglen partidos. Como puede que no. Pero la posibilidad existe. Yo te pago por jugar y yo te pido. No debiera. Nunca. Pero te pido. Somos socios pues. Tu existencia de algún modo depende de mí. ¿Me vas a negar un favor?
Es obvio donde está el problema. ¿Qué suelen contestar los implicados? Lo mismo que contestan todos los estafadores, como un mantra estúpido, casi siempre: el que ve en esto un pecado es porque él es un pecador. Sólo una mente sucia podría ver suciedad donde no la hay. Vaya estupidez. Para eso existen los fiscales, los jueces, los tribunales, los diputados, los periodistas: para controlar al poder.
Nadie tiene por qué creerte que no harás negocios sucios. Y mucho menos a ti, que vives en un ambiente famoso por hacerlos durante décadas.
Todos tenemos la obligación de mirar. Y analizar. Para que el poder no se concentre. Para que la transparencia y la limpieza se mantengan vigentes y ojalá nadie tenga la posibilidad de estafar a la gente. O al menos le cueste trabajo hacerlo.
Resulta por lo mismo dramático, muy triste, pero significativo y demostrativo, que un sólo club chileno, uno sólo, Unión Española, notara la complicación implícita que hay en venderle el nombre del torneo, lucir logos en sus camisetas y hacer negocios entre una casa de apuestas y los clubes que semana a semana dan origen a esas mismas apuestas.
Es difícil decirle que no, más aún en estos tiempos, a la tentación de la plata fácil. Se entiende. Pero que haya terminado siendo la única opción de supervivencia para el fútbol profesional chileno (según confesión de los actuales dirigentes) habla otra vez muy mal de su paupérrimo trabajo de gestión y revela, de nuevo, la enorme manga ancha que rige sus valores y sus principios.
Si es que el Congreso, como ha anunciado, no frena esto antes y el “sueño millonario” no llega a buen puerto, nadie puede alegar que no se le avisó. Y si terminamos como en el tenis, o como en el fútbol italiano una y otra vez, quitando puntos y bajando clubes de división al comprobarse amaño de resultados o de partidos, nadie de los actuales responsables de fútbol chileno podrá ocupar ya la frase idiota, “no la vimos venir”, que usaron otros (¿o fueron los mismos?) para eludir responsabilidades políticas, sociales y comunitarias.