¿Y con esta Roja pretendíamos llegar al Mundial metiéndonos por la ventana?

Del equipo competitivo y respetado que en algún momento tuvimos, pasamos a esta Selección tan insulsa como desprovista de jerarquía. No es cuestión de técnico: sencillamente, ya no producimos esos escasos jugadores de nivel que antes igual aparecían. Ni el más capacitado de los entrenadores podría lograr algo con la precaria materia prima de que hoy se dispone. ¿Qué hacer cuando algunos ni siquiera saben parar una pelota?
Por EDUARDO BRUNA / Foto: ANFP
Luego de la inobjetable derrota de La Roja frente a Marruecos, en Barcelona, la pregunta surge inevitable: ¿y con este nivel de fútbol, con estos jugadores, tuvimos la peregrina ilusión de llegar al Mundial de Qatar metiéndonos por la ventana? Todo indica que, de la sinvergüenzura y la desfachatez que permean a toda nuestra sociedad y en todos los ámbitos, no podía escapar el fútbol, transformado en una actividad tan turbia como corrupta desde que en el país se implantó el nefasto sistema de Sociedades Anónimas Deportivas.
Sistema que no sólo ha significado que tengamos que convivir día a día con irregularidades flagrantes y maniobras oscuras de todo tipo, ante la indiferencia absoluta de aquellos que debieran intervenir para detener este marasmo, sino que ha puesto a nuestro fútbol en un nivel tan paupérrimo y miserable internacionalmente hablando, que nos hace mirar con una mezcla de nostalgia y bronca un pasado reciente diametralmente distinto.
Con jugadores surgidos de un sistema de Corporaciones de Derecho Privado, sin fines de lucro, La Roja se hizo de una generación de futbolistas que, al contrario de lo que muchos afirman, no fue para nada excepcional. Y es que, aunque nunca hemos producido jugadores de nivel con la frecuencia y abundancia con la que lo hacen otros medios, como Brasil y Argentina, los tuvimos siempre con el número suficiente como para conformar equipos competitivos, y que no nos produjeran esa sensación de vergüenza y lástima que nos viene dejando La Roja de un tiempo a esta parte.
Sigo sosteniendo que, hombre por hombre, aquella Selección del Mundial de Alemania 1974, era superior, individualmente hablando, a esa Roja que se empinó a la cumbre del continente para romper la historia y quedarse dos veces consecutivas con la Copa América. Y es que, salvo en el arco, donde el “Polo” Vallejos no resiste comparación con Claudio Bravo, el resto del equipo pesaba bastante más que aquel que llevaron a la cúspide primero Jorge Sampaoli y luego Juan Antonio Pizzi.
De partida, como zagueros centrales teníamos a Elías Figueroa y a Alberto Quintano (a ponerse de pie, muchachos), y como lateral izquierdo a Antonio Arias, acaso el mejor en su puesto de todos los tiempos. En el mediocampo, Guillermo Páez, Juan Rodríguez, “Chamaco” Valdés y Carlos Reinoso no pueden ser menos que los campeones de América de 2015 y 2016, por mucho que merecidamente –también- brillen las luces de un Vidal, un Aránguiz o un Díaz. Y ofensivamente, ni hablar. Carlos Caszely, Sergio Ahumada, el “Pollo” Véliz, Jorge Socías y Rogelio Farías, por número y calidad son superiores a ese ataque con que pudieron contar Sampaoli y Pizzi, donde sólo Alexis Sánchez y Eduardo Vargas aparecían como los únicos exponentes más renombrados y jerarquizados.
¿Cuál fue la diferencia? Que, sin la impronta de Bielsa, y que continuó Sampaoli, esa Roja de Alemania 1974 miraba a los rivales hacia arriba y, por lo mismo, no se sentía capacitada para ganar o, al menos, jugarse sus cartas de igual a igual. Jugaba con un evidente miedo y eso se traducía en un esquema conservador, donde importaba más que no te anotaran que buscar el gol en el arco rival.
Nombro ese equipo del 74 sin olvidar, por cierto, que comúnmente tuvimos también otras selecciones competitivas. No por nada las de 1955, 1956, 1979 y 1987 rozaron la gloria como subcampeonas de América, hablando a las claras de que, con ascensos y caídas, solíamos tener un fútbol al menos respetable.
La abismal diferencia con la triste realidad que ahora estamos viviendo tiene que ver, fundamentalmente, con una cuestión de jugadores. Aceptando que un buen director técnico mejora al bueno y hace al menos aceptable a aquel menos dotado; que es vivo para captar las debilidades del rival y sacarles el máximo de provecho a las propias fortalezas; y que generalmente atina con los cambios, producto de una lectura adecuada del juego, tenemos que concluir que, por más capacidad que tenga, alquimista no es como para transformar el plomo en oro. Mago tampoco. En otras palabras, y para no andarse con eufemismos, con jugadores mediocres, como los que ahora tenemos, ni Carlo Ancellotti ni Rinus Michels pueden conformar un equipo competitivo, que incluso perdiendo te dejen con un buen sabor de boca a la hora del balance.
Me remito, y para no latearlos, a tres enfrentamientos en que nuestra Roja de los buenos tiempos, sin ganar, nos dejó más que conformes. Los tres son partidos frente a Alemania, que es a Europa lo que Brasil es para Sudamérica.
El 12 de marzo de 2014, y con el Mundial de Brasil a la vuelta de la esquina, la Selección enfrentó al cuadro teutón en Stuttgart. Se cayó por la cuenta mínima, es cierto, pero la Roja por momentos superó tan claramente a tal linajudo rival que el empate –y en una de esas hasta el triunfo- no llegó sólo porque lo evitaron los palos o un alemán parado en la línea, cuando no esa falta de contundencia ancestral que nos persigue. Los tuvimos a pelotazos, cuestión reconocida por el propio técnico germano, Joachim Low, y la sabia prensa dueña de casa.
Las otras sucedieron en la Copa de las Confederaciones, disputada en Rusia en julio de 2017, como aperitivo de la Copa del Mundo que se disputaría al año siguiente. Por la fase de grupos, la Roja igualó 1-1, tras ir en ventaja mediante anotación de Alexis Sánchez. Enfrentados ambos cuadros en la final, Alemania se impuso 1-0 sólo gracias a un inmenso error de Marcelo Díaz, que por querer salir jugando perdió la pelota dejando a Claudio Bravo absolutamente entregado a su suerte.
Tan empecinado rival fue la Roja, que en los minutos finales estuvo en un tris de lograr el empate. No lo quiso así Angelo Zagal, que elevó desde inmejorable posición cuando el gol se aclamaba.
En cambio, ahora, cada partido de la Roja te deja una sensación más triste y desoladora. No sólo porque los últimos seis confrontes nos han significado derrotas; no sólo porque en esos partidos ni siquiera hemos sido capaces de convertir un gol. Y es que el fútbol que desarrolla este equipo, primero con Lasarte y luego con Berizzo, es tan precario e insulso que ni el más optimista -o ignorante total respecto del fútbol- puede dejar de ver más que oscuro el panorama que nos aguarda con miras a las próximas clasificatorias.
Frente a Marruecos fuimos superados en toda la línea, en toda la cancha y en todos los aspectos del juego. No van a faltar los que, en base a este partido, eleven a los africanos a las alturas de candidato para la próxima Copa del Mundo. Pamplinas. Nuestra Roja actual es tan poquita cosa que no puede servir de parámetro para nadie. Marruecos es un buen equipo, pero ninguna maravilla, aunque frente a nosotros por momentos hubiese semejado la mejor Holanda.
No sé qué hacen en este equipo una serie de jugadores que, está visto, no dan el ancho. No sé por qué fueron convocados algunos que, por mucha voluntad que uno tenga, no les encuentra muchos atributos que digamos para la alta competencia. ¿Cómo se puede afrontar un compromiso exigente, como éste ante un equipo mundialista, con jugadores tan precarios y desprovistos de los más mínimos fundamentos?
Tipos que no saben controlar una pelota, que no aciertan un pase a cinco o seis metros, que son incapaces de ganar un mano a mano por habilidad, que de correr a correr semejan tortugas compitiendo contra conejos, y que cuando chocan pierden siempre, sólo pueden conformar esa murga que el pasado viernes pudimos ver en Barcelona. ¿La Roja mundialista, aunque fuera por la ventana y merced a una tinterillada? Déjense de joder, manga de descarados. No hay plata que pueda pagar los papelones que habríamos protagonizado con este equipo de peso veinte que ahora tenemos.
Nunca, repito, produjimos buenos jugadores en abundancia. Pero, a pesar de todo, algunos surgían. Acaso porque los clubes, no movidos por el lucro en aquellos años, invertían en los chicos y algunos hasta se daban el trabajo de buscarlos en pueblos y barrios, sabiendo que no se pueden conformar sólo con aquellos que llegan a probarse. Hoy eso no sucede. Se participa con lo que hay nomás y, a la hora de mirar al primer equipo, se prefiere a un extranjero hecho, no importa que sea de tercera o cuarta categoría. Dicho claramente: si surge un muchacho de nivel internacional, será a pesar de la Sociedad Anónima Deportiva que lo cobija.
Ustedes, regentes actuales de nuestro fútbol, envilecieron la actividad. Hoy, priman el enjuague y el negociado, la opacidad financiera más absoluta y el jauja de los representantes, convertidos en los reyes de las maniobras turbias.
Y es que, mirado fríamente, no podía ser de otra manera. Así como la dictadura cívico-militar envileció este país, y los “demócratas” que los sustituyeron nada hicieron por cambiar esa ominosa realidad, ¿por qué el fútbol, inserto en esa misma sociedad enferma, iba a salvarse y ser una excepción?