Ni cruzados ni caballeros
La cruel mofa que hinchas de Católica hicieron de la partida de Leonel Sánchez el sábado quedó grabada para siempre en la galería histórica de vergüenzas de nuestro fútbol.
Por ELE EME
¿Sabe cómo nacieron los apelativos de los «Leprosos” para los seguidores de Newell’s Old Boys y los «Canallas” para los de Rosario Central? Le cuento la historia por si no tenía el dato.
Resulta, entrañable antilector, que por allá por los años 20 se había pactado en la ciudad de Rosario un partido a beneficencia, cuyo noble objetivo era para recaudar fondos con miras a combatir el Mal de Hansen o lepra.
Llegaron los de Newell’s, pero no los de Central. Por eso los primeros fueron bautizados como los «Leprosos” y los segundos, como los «Canallas”.
Lo traigo a colación porque, tal como en Argentina, desde este fin de semana en Chile también tenemos nuestros propios “canallas futboleros”. Se trata de Universidad Católica, institución muy seria, pero manchada para siempre por los crueles cánticos de parte de su barra Los Cruzados, literalmente “festejando” la muerte de don Leonel Sánchez, cuya partida lamentó transversalmente el fútbol y la sociedad chilena.
¿Desubicados? ¿Tontitos? ¿Idiotas? ¿Miserables? ¿Mal nacidos? ¿”Malas personas” como elevaría al nivel de imputación moral suprema el talentoso Patricio Contreras en “Sexo con amor” al comprobar la infidelidad que le infligía su pareja en esa película, Sigrid Alegría, con Francisco Pérez Bannen?
Cualquier calificativo queda corto. No se burlaron de un símbolo de la contra, sino de una leyenda del fútbol chileno. Del luto y de la herida abierta de todo un país.
Te pusiste grave, “Ele”, me dirán algunos, aduciendo que la misma reacción la tendrían otros fanáticos ante una desgracia que afecte al archirrival y que ello caería dentro del “folclore del fútbol”, en un intento descarado por normalizar la insania.
Me recordarán el caso del mensaje maldito confeccionado y exhibido por simpatizantes de Curicó que se rieron de la tragedia en la carretera que significó la muerte de 16 jóvenes hinchas rancagüinos en Tomé. Fue en un encuentro entre los “torteros” y O’Higgins válido por Copa Chile del 2013, desarrollado en el estadio de La Granja, y que rezaba “¿Trajeron las carrozas?”.
Concedo que el hecho existió, pero al mismo tiempo advierto que en la aritmética de la vida la suma de dos burradas no da como resultado un acierto. Y ello corre también para los descerebrados y desalmados que alguna vez, en los ’90, festinaron desde alguna infame galería, una infame tarde, con el suicidio de Raimundo Tupper en Costa Rica.
En estos tiempos tan patas para arriba, en que los inmorales nos han igualao’, en que da lo mismo ser cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón, necesito evocar un hecho que revistiendo el mayor sentido común hoy y a estas alturas aparece como extraordinario.
4 de febrero de 2018. Estadio Nacional lleno hasta las banderas. Cuarenta mil forofos de la Universidad de Chile aguardan ver a su equipo contra Unión Española.
El locutor pide guardar un minuto de silencio en homenaje a tres niños de una escuela de fútbol de Colo Colo, fallecidos en las últimas horas al volcar el bus en que viajaban, llenos de sueños y alborozo infantil, en las cercanías del paso fronterizo Los Libertadores.
Yo estaba ese día en nuestro principal coliseo deportivo. El silencio calaba los huesos. El respeto ante el sufrimiento del archienemigo emocionaba. Ahí me convencí de que Superclásico hay uno solo.
“Ah, pero en ese caso se trataba de la muerte de cabros chicos y no de un señor que ya había vivido 85 años, que ya es harto”, seguirán argumentando los defensores de lo indefendible, que de ésos hay más que poetas por estos lares.
Lo que sea: la canallada ya fue perpetrada y este 2 de abril del 2022 pasará a la historia como el día en que la Cato se compró, en forma absolutamente innecesaria y evitable, el mote de “los canallas” en esta parte de la galaxia futbolera.
¿Se puede caer más bajo que los pseudohinchas del sábado? Sí. De hecho, los dirigentes, que siempre se apresuran a correr el umbral a la hora de generar asombro negativo y hastío, se están apuntando como postulantes a superar esta sombría marca.
Tanto los de Católica (al no castigar a su barra, aunque sea simbólicamente) como los de la ANFP (al no actuar de oficio y sancionar a San Carlos de Apoquindo al menos con una fecha de suspensión como local), se están convirtiendo en cómplices pasivos de esta pavorosa afrenta.
Señalan el camino para que se repita esta vergüenza. Avalan y alientan una conducta que el fútbol, precisamente el fútbol, no debe amparar. El deporte es para crecer como personas, para cultivar la lealtad y la confraternidad.
No para comportarnos como animales. Salvo que lo seamos. Salvo que no seamos ni cruzados ni caballeros.