El año que vivimos en peligro

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Por Sergio Gilbert
Actualizado el 31 de diciembre de 2020 - 1:28 pm

El espantoso 2020 también fue escenario propicio para demostrar que en el fútbol chileno, las cosas siempre se pueden hacer peor.

Por SERGIO GILBERT J.

No será para la Humanidad el 2020 un año para recordar con felicidad. La pandemia mundial producida por la diseminación del agresivo Covid 19 causó una cantidad de muertes nunca antes vistas -ni siquiera en las guerras mundiales- provocando desesperanza y evidenciando, en muchos casos, la pobredumbre de la raza humana. Muchos vieron en esto la oportunidad de demostrar que los equilibrios de la macroeconomía importan más que salvar vidas. Insensatos.

El mundo, sin duda, cambió en 2020. Para siempre. Lo que conocimos y vivimos hasta antes de la pandemia es probable que, en su mayoría, no volveremos a conocer ni a vivir en el futuro. Fue este el año que vivimos en peligro (tal como se titulaba aquella película protagonizada por Mel Gibson, Sigourney Weaver y Linda Hunt) y que, sin duda, modificó todo y a todos.

El fútbol, por cierto, también comenzó a vivir un proceso de profundos cambios. Por primera vez se tuvo que asumir que la actividad debía seguir adelante incluso desechando sus propios ideales y principios. Las normas sanitarias básicas impusieron que el espectáculo más hermoso del mundo debiera realizarse sin la presencia del público en las gradas. Y si bien algunos ingeniosos inventaron elementos para atenuar la ausencia del llamado “jugador número 12” (con fotografías de hinchas y gritos grabados en los estadios o tribunas virtuales en las transmisiones televisivas) es un hecho que quedó demostrado que el fútbol puede seguir adelante como sea. Aunque sea así…sin la fuerza que le dan sus verdaderos y más genuinos sostenedores.

El espantoso 2020 también fue escenario propicio para demostrar que en el fútbol chileno, las cosas siempre se pueden hacer peor.

La obsesión por dar muestras de “normalidad” en un período donde todo es anormal, incentivó a las autoridades a echar a andar un torneo con protocolos sanitarios específicos, pero sin reglamentos que garantizaran su justa y equitativa competencia. Es decir, no hubo previsión de cómo se actuaría en el caso de detectarse algún tipo de argucia o trampa que pudiera producirse (y que, obviamente, se produjo).

Al finalizar el cruento 2020, el torneo se juega con partidos de fechas diversas. No todos han jugado lo mismo, nadie tiene certeza de cuándo y contra quién jugará la semana próxima. Todo depende de cuántos positivos den los PCR, de lo que diga el seremi respectivo y de qué lado de la cama se levante la dirigencia de la ANFP para decidir si se suspende o no un encuentro.

Entropía total que hace que entrenadores renuncien porque sienten que su trabajo no importa a los que hacen las programaciones.

¿La selección nacional? Otra frustración del maldito 2020.

El irregular inicio de las eliminatorias al Mundial de Qatar (un triunfo, un empate, dos derrotas) no solo pusieron ya a Chile obligado a sacar la calculadora sino que, además, dejó al DT que se trajo para jugar precisamente esta competición, a pocos metros de la puerta de salida.

Que sí, que se vaya. No, igual bien si se queda. Puras dudas y pésima conducción de quien se supone “lidera” la Federación chilena. Manejo errático, balbuceante, amateur.

Digno del fútbol que vivimos en este desgraciado 2020.