Las cosas en su lugar
Las repeticiones por parte del CDF de la participación chilena en los mundiales del `62, `66 y `74 ha permitido esclarecer mitos de nuestra historia futbolística, ratificando ciertas verdades y desvirtuando otras. El debut de Chile en el Mundial de Alemania es una prueba que ayuda a clarificar el pasado.
Por José Roggero
Gracias al enorme acierto del CDF, el paralizado fútbol chileno ha podido reencontrarse en estos tiempos de pandemia con parte de su mejor historia al revivir la participación de la Roja en los mundiales de 1962, 1966 y 1974.
Es un suministro invaluable porque permite examinar a riquísimas generaciones que para la mayoría de los actuales fanáticos eran solamente unas entrometidas, impuestas por viejos aficionados y periodistas a la hora de disputarle méritos a la generación dorada. Es valioso también porque permite -con el tamiz que otorga el paso de los años y la consiguiente posibilidad comparativa con décadas posteriores de constante evolución futbolística- ratificar verdades y desmitificar mitos alimentados a veces por sus propios protagonistas.
Acaba de empezar este viernes el ciclo del Mundial de 1974, aquel en cuya inauguración los Huasos Quincheros emergieron de un gran balón para entonar sus tonadas con olor a latifundio, más que apropiadas para una época en que comenzaba a gestarse el implacable contraataque contra la reforma agraria.
Pobre pero honrado
Del primer partido de este ciclo, debut de Chile frente al futuro campeón Alemania Federal, sobrevivieron con los años tres recuerdos nítidos: el dominio incontrarrestable del local, el golazo de Paul Breitner venciendo la estirada de Leopoldo Vallejos y la expulsión de Carlos Caszely.
Viendo de nuevo este partido queda en claro la dignidad defensiva con que se paró el equipo nacional. El predominio germano fue evidente, pero lejos de ser avasallador. Aparte del gol, no tuvo otras ocasiones claras, solo una que otra jugada de relativo riesgo. Y eso que Helmut Schön puso juntos a Overath, Müller, Grabowski, Hoennes y Heynckes.
Para pararse así, con eficiente avaricia, Chile apeló a esa prueba de fuego que meses antes significó soportar a la Unión Soviética en el Estadio Lenin de Moscú y arrancarle el 0-0 clave para llegar al mundial. Sus protagonistas agrandan la hazaña moscovita dándole tintes heroicos. Que soportaron como pudieron, que apenas pasaron la mitad de cancha y otros recuerdos imposibles de refrendar por no haber registro fílmico del partido.
¿Habrá sido tan así? Mal que mal esa noche Chile alineó a tres atacantes -Caszely, Ahumada y Véliz- contra dos -Caszely y Ahumada- en el Olímpico de Berlín.
En el histórico recinto, clave en ese debut mezquino y pragmático fue el desempeño defensivo. Baluartes Figueroa como central derecho y Quintano como central izquierdo. Eso sí, aunque “Don Elías” se lució despejando de cabeza y obstruyendo remates, fue superado en dos jugadas claves que pudieron significar el 2-0. Un cabezazo de Cullmann que rozó un poste y un arranque de Grabowski que lo dejó botado y a cuyo eficaz auxilio acudió Quintano. Éste, en cambio, despejó menos por aire, pero no tuvo fallas.
Los laterales fueron dispares. Rolando García y Antonio Arias las vieron duras porque enfrentaron a punteros incisivos. Fue mejor el de la Unión Española, ratificando por qué el paso de los años no consigue arrebatarle el sitial del mejor lateral izquierdo de nuestra historia. Aplicado y rápido en la marca, simple y seguro en la salida, el “Chino” ayudó en el aplomo generalizado del equipo. García, en cambio, fue superado varias veces, erró saliendo y se ganó la tercera tarjeta amarilla chilena en ese encuentro.
En varias ocasiones la defensa le devolvió la pelota a Vallejos –recurso hoy prohibido- pero nunca con el afán de hacer tiempo, sino como mejor modo de asegurar la tenencia dentro del área propia. Lo prueba el que el portero siempre sacó de mano casi de inmediato.
Guillermo Páez y Juan Rodríguez fueron eficaces parabrisas. Mejor en la salida el “Albo”, casi un tercer central el solidario “Carepato”.
“Chamaco” se reivindica y Caszely es culpable
Progresando en la cancha, surgen dos importantes desmentidos a lo relatado hasta ahora. Primero, que Reinoso fue más útil que Valdés. En este partido, al menos, ocurrió al revés. Si Chile logró retener el balón y evitar oleada tras oleada teutona, especialmente en la primera etapa, fue gracias a la sapiencia y talento del colocolino. Con menos movilidad que el venido de México, “Chamaco” siempre manejó los tiempos, tocó con acierto y metió un par de pases largos de lujo. Reinoso, con más trajín, fue menos influyente en el desahogo, incluso más errático y se ganó una amarilla por, cual basquetbolista, tomar el balón en el aire con sus dos manos. La salida de un agotado “Chamaco” promediando la segunda etapa terminó por cederle completamente la pelota a Alemania y zanjar para la historia que Reinoso era más útil en un mundial.
Segundo, la expulsión de Caszely fue justa a más no poder en uno de los peores partidos de su vida. No se trató de una reacción ante un supuesto maltrato permanente de su cancerbero y la vista gorda del juez.
Para nada. Es que a diferencia del “Negro” Ahumada, que supo correr bien los pelotazos, Caszely sucumbió siempre a la marca correcta de “Berti” Vogts. Es cierto que éste se ganó en su carrera fama de fiero cancerbero, pero al nacido en el barrio San Eugenio lo anuló con anticipación y velocidad. Es más, en los duelos las faltas corrieron por cuenta del chileno. Y en la jugada de la expulsión, si bien el “Terrier” se barrió por detrás, le quitó el balón a Caszely. La reacción del nuestro -viendo de nuevo el partido- es una clara combinación de impotencia e inmadurez de un ídolo que en Chile podía hacer lo que se le antojara. A un metro de distancia, el árbitro turco Babacan pasó a la historia por mostrar la primera tarjeta roja en un Mundial. Ya lo tenía entre ceja y ceja al chileno por un par de faltas y por patear tres veces el balón cuando él había detenido el juego. Para peor, Caszely fouleó a Vogts teniendo ya una amarilla. Estupidez por donde se mire.
Ya sabemos que en el partido siguiente, ante la Alemania comunista, Chile fue más competitivo. Supo reaccionar al gol alemán arrinconando a su rival hasta conseguir el empate. Y que en la despedida ante Australia el aguacero frenó cualquier intento de triunfo, condición climática que hoy muy posiblemente habría frenado el inicio del juego.
El equipo del “Zorro” Alamos y Pedro Morales jugó en un Mundial donde el fútbol tuvo una evolución de la cual aún profita Europa y le pena a Sudamérica.
Los del Viejo Continente dejaron de ser equipos algo lentos, rústicos y temerosos de la habilidad del Nuevo Mundo. Al revés -sin gozar todavía de la sangre africana que hoy es un factor desequilibrante- en su mayoría desplegaron un juego rápido y seguro de sí, dinámico y desconcertante, ante el que Brasil, Argentina y Uruguay, especialmente, y Chile, en menor medida por carecer de historia, poco pudieron oponer. No fue solo el fútbol total de Holanda, también Alemania, Polonia y Yugoslavia, por citar a los más destacados, dieron paso a una nueva era.