100 años del Santa Laura: el querido estadio de mi infancia
Serie sobre el centenario del reducto de Plaza Chacabuco. Dice Julio Salviat: “Se agolpan los recuerdos cuando el reducto de la Plaza Chacabuco cumple cien años de fructífera vida. El mejor escenario del fútbol chileno es 20 años mayor que yo, pero tenemos muchas vivencias para compartir”.
Por JULIO SALVIAT / Foto: ARCHIVO
Con seis años de edad, en 1949, ya era un asiduo espectador de partidos de fútbol. Mi papá y mis tíos se turnaban para llevarme a los estadios y los partidos correspondían a sus preferencias. Mi viejo y su hermano Carlos vibraban con Colo Colo; mi tío Lucho (Luis Elzo), con Magallanes; mi tío Germán, con Universidad de Chile.
A Santa Laura fui por primera vez una soleada tarde de junio. Estaba comenzando el campeonato, retrasado por la realización del Sudamericano de Brasil, en el que Chile fue quinto, y jugaban la U y Green Cross. Era sábado, reunión simple, y había poco público. Nos instalamos en el sector sur, donde había una piscina en la que muchas veces la pelota quedaba flotando después de un disparo elevado.
En el trayecto, el tío Germán me hablaba entusiasmado de las virtudes de la U. Me contaba que el equipo había ganado a Everton en la fecha inicial y me aconsejaba que me fijara en su centrodelantero, Jorge Araya, que había anotado tres goles en ese partido.
Hubo situaciones raras esa vez: un jugador de Green Cross, que después se convertiría en un crack de Colo Colo, Mario Ortiz, abrió la cuenta con un autogol y después marcó el 2-2 parcial. Y otro “pije”, Pablo Hormazábal, le dio el triunfo a la U con otro autogol.
No fue Araya el jugador que más llamó mi atención. Fueron otros dos los que me impresionaron: un puntero izquierdo que también destacó después en Colo Colo, Pedro Hugo López, por la potencia de sus disparos, y el lateral derecho Adelmo Yori, que ganó todos los balones que disputó.
Otro aspecto que me llamó la atención esa vez fue el griterío que se sentía proveniente del recinto vecino. A metros estaba el estadio Independencia, donde el local era Universidad Católica. Y por el volumen del bullicio se podía adivinar si era gol de la UC o del adversario.
Desde entonces, Santa Laura fue mi estadio favorito hasta que trabajé como periodista. Desde entonces, mi lugar preferido fue el Estadio Nacional, por la comodidad de la tribuna de prensa. Pero antes y entonces, Santa Laura ganaba en un aspecto importante: ahí se veía mejor el fútbol, se captaba mejor el ambiente, se escuchaban mejor los gritos de los jugadores y las instrucciones del entrenador.
En la revista Estadio adquirí la mala costumbre de asistir a todos los partidos que pudiera. Y como la mayoría se jugaba en Santa Laura, incluyendo los torneos de reserva primero y los martes del ascenso después, se convirtió casi en mi segunda casa. Si los partidos eran temprano, ningún problema: el pernil abundante con palta desbordada calmaba el apetito.
En la banca de cemento nos sentábamos siempre en el mismo orden: Edgardo Marín, Antonino Vera, Julio Martínez y el que escribe. Nadie más ocupaba esos lugares, por mucha que fuera la demanda de asientos. Desde ahí viví emociones de todo tipo.
Fueron incontables los partidos saboreados. Hago un resumen de los momentos que dejaron huella.
Hubo dos partidos inolvidables en el otoño de 1994.
Una noche de abril, Unión Española ofreció una de las mejores actuaciones de su historia por la calidad de su juego y la jerarquía de su adversario. Compitiendo por la Copa Libertadores derrotó por la cuenta mínima a Cruzeiro, campeón de Brasil, con gol de Juan “Cangonga” Carreño. Lo tremendo es que el marcador resultó muy mezquino para la diferencia que hubo entre el cuadro que dirigía Nelson Acosta y el conjunto comandado por nada menos que por el extraordinario Ronaldo Nazario Da Lima.
Un mediodía de mayo, los rojos de Santa Laura vieron colmado su estadio para recibir y ganar al Real Madrid. No era ni soy amigo de celebrar conquistas o lamentar contrastes en los estadios, pero nunca tuve tantas ganas de aplaudir un gol como esa vez. La anotación de Rodrigo “Pony” Ruiz, con pase perfecto de José Luis Sierra, quedó imborrable en mi corazón amante del buen fútbol.
Como situación impactante rescato la batalla del 25 de junio de 1975, cuando un amistoso de un Chile B contra un Uruguay Joven terminó con 19 jugadores expulsados. Las patadas comenzaron temprano y ganaban 3-1 los charrúas, a los 80’, cuando un hincha se cansó de tanto golpe e ingresó a la cancha para pegarle al que más leña repartía: el defensor Darío Pereyra. Estaba en eso cuando tres jugadores uruguayos empezaron a darle una paliza y Daniel Díaz se sintió en la obligación de defender a su compatriota. Se produjo una gresca general, y el árbitro Sergio Vásquez los expulsó a todos menos a los dos arqueros (Adolfo Nef y Omar Correa), además del debutante Sergio “Pelusa” Pizarro, que no quiso meterse en líos.
Santa Laura vivió su momento más triste a fines de agosto de1953. En pleno partido de Palestino con Magallanes, el árbitro argentino Raúl Iglesias, que se había avecindado en Chile, murió de un infarto. No lo vi, pero lo lamenté igual.
Feliz Centenario, querido estadio de mi infancia.